Cuba, entre la razón y la emoción

De manera perversa, en plena pandemia, el bloqueo impidió recientemente que Suiza hiciera llegar a los hospitales de Cuba respiradores.

21/07/2021
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No es difícil situar las protestas en algunas calles de Cuba como un ensayo para medir y valorar las reacciones del conjunto de la población, a fin de calibrar las posibilidades de un levantamiento popular, de una implosión social a corto plazo. Pero quienes en Miami se autoproclaman representantes de Cuba, sin que los haya elegido nadie, no han podido extraer conclusiones positivas. No han logrado dos de las hipótesis principales: que las protestas fueran masivas y homogéneas en todos los puntos de la isla, y que las fuerzas policiales cargaran a balazos como lo viene haciendo la policía colombiana por poner un solo ejemplo (74 muertos en los últimos dos meses por la represión policial y de paramilitares). Una represión que, de haberse producido, hubiera sido el pretexto para una intervención norteamericana en la isla con la fuerza de las armas.

                                                                          

Por cierto, según ha publicado el diario El País, el jueves día 15 de junio, el Pentágono ha confirmado que entrenó a los exsoldados colombianos implicados en el asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse. ¿Les dice algo la noticia? De hecho, la represión policial en Cuba ha sido mucho más suave que la represión en las calles de París contra los chalecos amarillos (según El Periódico de Cataluña, fueron detenidos 8.000) y no más violenta que las cargas contra gente pacífica en colegios electorales de Catalunya el 1 de octubre de 2017 (la Generalitat detalla 1.066 heridos por las cargas policiales).  Ah! Por favor, vayan a la prestigiosa web de “Maldito Bulo” y vean como se manipula la información. Verán fotografías de multitudes en Egipto o Buenos Aires (celebración de la copa América) presentadas como una multitud en protesta contra el gobierno de Cuba. Patético.

 

En todo caso y para que quede claro, creo que el gobierno de Cuba debe permitir manifestaciones ciudadanas, siempre que sean actos pacíficos, y poner en libertad a detenidos que no hayan incurrido en violencia. Defiendo ambas cosas sin ningún tipo de dramatismo, simplemente porque me parece lo menos malo y estoy de acuerdo con lo que escribió Eduardo Galeano: “La apertura democrática en Cuba es más que nunca imprescindible. Actuando como si los grupos disidentes fueran una grave amenaza, las autoridades cubanas les han rendido homenaje y les han regalado el prestigio que las palabras adquieren cuando están prohibidas”.

 

En todo caso, no se pueden interpretar las protestas, algunas de ellas violentas, contra bienes públicos, fuerzas policiales y población, al margen de más de sesenta años de un bloqueo económico, comercial y financiero que tiene como objetivo declarado alimentar la desesperación ciudadana para que se levante contra el gobierno.

 

De manera perversa, en plena pandemia, el bloqueo impidió recientemente que Suiza hiciera llegar a los hospitales de Cuba respiradores. Se trata de hacer de la pandemia un instrumento político, haciendo pagar al pueblo sus consecuencias.  Es un bloqueo brutal, condenado cada año en la asamblea general de la ONU, sin que el gobierno norteamericano de turno, en un alarde de prepotencia, ponga fin al mismo. Joe Bein exige al gobierno cubano que escuche la voz del pueblo, pero él ignora el voto de 187 países que exigen el fin del bloqueo. 

 

Mucha de la población ha nacido, crecido y fallecido sin conocer otro escenario que no sea el bloqueo. Vivir así, es sobrevivir cada día. De ahí que, en realidad, sea sorprendente tan pocas protestas en seis décadas.

 

Que Cuba tiene la asignatura pendiente de traducir la pluralidad ya existente en la base de la sociedad, en libertad de asociación y de formar partidos políticos que compitan en elecciones, es muy claro para mí. Pero mientras siga el bloqueo esa posibilidad sigue estando lejos. Estados Unidos debe poner fin a su política que atenta a los derechos humanos, y entonces sí, Cuba deberá corregir su sistema de representación política.  Ocurre que mientras el bloqueo siga operando su tétrica función, la revolución cubana no puede correr el riesgo de abrir puertas por donde se cuelen la desestabilización y el oportunismo.

¿Será que EEUU prefiere continuar con el bloqueo para que nada cambie y de este modo se justifique algún día una intervención militar norteamericana?

   

Más allá de las calificaciones sobre la naturaleza del régimen se debe defender el derecho de los cubanos a decidir su destino. Cuba es un país soberano y ninguna potencia debe inmiscuirse en sus asuntos internos. Mucho menos puede hacerlo quien en nombre de la democracia pisotea los derechos humanos, organiza guerras y es líder en la historia de las conspiraciones golpistas y el sostén de dictaduras. A partir del principio de defensa innegociable de la soberanía de Cuba para decidir su modelo económico y político, en la izquierda sí podemos y debemos repensar sobre numerosos aspectos que se refieren a la experiencia de la revolución cubana. Hacerlo con transparencia y con respeto es la primera condición para ejercer como demócratas responsables.

 

Cuba es el objetivo de quienes buscan a toda costa apoderarse de su territorio, de su riqueza natural, de su sistema de hoteles, de sus ingenios, de su patrimonio, de sus universidades. Cuba no es un paisito que se cae de pobre, sino que es una república con potencialidades enormes, como lo demuestra la esperanza de vida, de las mujeres de 80,71 años y de hombres de 78,73. Un dato que demuestra su resiliencia heroica, en medio de la escasez. La esperanza de vida indica que Cuba no se muere de hambre. Pelea por sobrevivir a un bloqueo obsceno, pero las necesidades básicas se cubren cada día gracias a la dimensión comunitaria de su modelo.

 

En Cuba, como en cualquier parte del mundo, el problema de la participación ciudadana en la vida social y política es una cuestión dinámica. Cualquiera que viaje a la isla puede percibir ya un conflicto generacional. La tercera generación nacida en la revolución no tiene la referencia del pasado del mismo modo que sus padres y abuelos. La tiene indirectamente, a través de los medios educativos, de comunicación, de la familia, de los organismos sociales y políticos del Estado, pero no es una referencia nacida de la experiencia propia. La despolitización de muchísima gente joven es un hecho, al igual que su rechazo a las tutelas y su crítica a las limitaciones derivadas de los escasos recursos. Sus necesidades culturales y espirituales son nuevas si las comparamos con las de sus mayores; hay deseos incontenibles de abrirse al mundo, de conocerlo directamente, de contrastar sus vidas con los jóvenes de otros lugares. ¿La gente joven quiere una transición? Yo creo que sí. ¿Una transición hacia dónde? Hacia una sociedad que sin poner en peligro lo ya logrado, le permita viajar, comunicarse, asociarse, acceder a otros mundos y miradas, a otros libros y obras de arte, a otras realidades y a otros modelos. No debemos practicar frente a ese deseo, de modo tutelar, el criterio de que es mejor que los jóvenes cubanos no accedan al modo de vida del capitalismo. Algunas gentes de izquierda piensan así, ignorando el derecho auto determinativo de cada persona.

 

Es real, además, que mucha de esta misma juventud defiende su soberanía nacional y cuando se trata de defender al país ahí está, en las calles, movilizada en los centros de trabajo y de estudio. Naturalmente, hay asimismo una juventud crítica que se coloca fuera de la revolución. Como en cualquier país europeo hay disidencias y posiciones antisistema. La propaganda del imperio trata de adjudicar a la juventud cubana un deseo colectivo de acabar con la revolución, pero no es así, lo que la gente joven quiere son nuevas oportunidades dentro del sistema que les ofrece formación y sanidad gratuitas. ¿Qué hay de subversivo en ese deseo?

 

Se crítica a Cuba porque su modelo político no es homologable con la democracia representativa europea, por ejemplo. Pero dejando a un lado que toda comparación debe hacerse con países de su entorno continental, lo cierto es que las democracias liberales no son en la actualidad un buen ejemplo, intervenidas como están por el poder del dinero. A mí no me gusta el partido único, en ninguna parte del mundo. Tampoco en China, en Qatar o Arabia Saudí, países demasiado fuertes a los que se critica con la boca pequeña, siendo Cuba una sociedad mucho más abierta con unas instituciones más permisivas... No nos engañemos todo es un asunto de correlación de fuerzas, no es un asunto moral.

 

Pienso sinceramente que el bloqueo debe terminar como paso previo a una mejora o cambio del sistema de representación en Cuba. No porque lo pida Estados Unidos, cuyo sistema está podrido y su bipartidismo esconde una realidad: republicanos y demócratas son las mano derecha e izquierda de un sistema dominado por el dinero y el racismo. Se hace mucha demagogia y manipulación con la democracia liberal. Pero no es panacea. Y es que hay muchos países en los que la votocracia es el velo que disimula las violaciones de derechos humanos.

 

La defensa de Cuba y su derecho a construir un modelo económico, social y político particular, incluye su derecho a mejorar sus estándares democráticos. Al ritmo y de la manera que los cubanos quieran. El hecho generacional puede chocar antes o después con una organización social y estatal que en lo sustancial sigue en manos de “veteranos” que han venido dando respuestas unitarias a necesidades que reclaman espacios más abiertos. Lo cierto es que Fidel ya no está, pero la Cuba fundada en 1959, sigue en pie. Los predicadores, los adivinos, pronosticaban la caída de la revolución. Pero Cuba no es el Este de Europa. En Cuba hay una continuidad de la conciencia. Hay una consciencia colectiva y personal que no hubo en países del Este de Europa y mucho menos en la URSS.

 

Mal que le pese a quienes la rechazan, la revolución cubana ha sobrevivido porque no llegó desde arriba ni se impuso desde afuera. La hizo la gente. Esta revolución se hizo fuerte debido a tres hechos principales: hizo a la nación cubana; trajo la emancipación de la población negra, aunque persista cierto racismo en segmentos de la población, y logró un gran consenso en la isla. Frente a Cuba, en las costas de Florida y en Europa, los enterradores esperan con la pala en alto. Entre ellos destacan gentes que se dicen demócratas, pero que en realidad justificarían un golpe de Estado en toda regla.

 

A pesar de los pesares. Por nacer –y antes de nacer- todo cubano tiene asegurado de por vida, salud, educación, seguridad social, cultura, deporte, vacaciones, y una diversidad de oportunidades. El Estado, desde su marcada voluntad de equidad social ha buscado siempre, aún en medio del “período especial” que los derechos no pierdan su vigencia práctica. En plena crisis ha habido escuelas y hospitales para todos, lo que es extraordinario en un continente donde millones de personas en estado de enfermedad se ven abandonadas a su suerte. Dicho esto, es verdad que en Cuba es una realidad la inclinación a la desigualdad, entre quienes viven con dólares o con moneda nacional, entre quienes trabajan en empresas mixtas o estatales, entre quienes labran el campo y quienes obtienen los beneficios del turismo, entre quienes reciben remesas y los que no. Pero como decía Galeano, Cuba no es un paraíso. Mucho menos un infierno.

https://www.alainet.org/es/articulo/213152
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