El pianista de Ramalah
01/05/2003
- Opinión
Cada día, al atardecer, en su vivienda perfumada por los
naranjos, el doctor Ibrahim se sienta ante su viejo piano de
marca checa, y con los ojos cerrados sus dedos recuerdan
viejas melodías palestinas y libanesas. Nunca falta a la cita,
incluso en aquellos días aciagos en que puede ver a los
tanques israelíes desde la ventana, listos para matar.
Precisamente, en esos días, el doctor Ibrahim alarga su
concierto haciendo del mismo un modo de resistencia al
invasor. Su mujer se llama Sarifa y es como él sexagenaria.
Siempre atenta, sirve el té muy cargado de menta a su pianista
de toda la vida, mientras escucha cada tarde esa música que le
hace olvidar momentáneamente la tragedia.
El doctor Ibrahim ha hecho de su piano un arma de lucha. Sus
vecinos le escuchan cada tarde como nosotros hace años
escuchábamos Radio París, la BBC, Radio Euzkadi y Radio
Pireanica. Cuando la calle lo permite abren las ventanas para
que las melodías alegren los oídos y las regiones del alma.
Cuando los tanques invaden la calle, las ventanas se cierran a
cal y canto, y la gente recuerda mentalmente la música porque
necesita vivir.
Hace unos días recordé al doctor Ibrahim durante la proyección
de la película El Pianista de Polanski. Confieso que no pude
evitar hacer un ejercicio de comparaciones. Imaginé el gheto
de Varsovia como un lugar de Gaza o Cisjordania poblado por
palestinos y vi en los verdugos alemanes a los actuales
soldados israelíes. Hermané por mi cuenta a los dos pianistas
y vi en ambos esa combinación de angustia, miedo, deseo de
vivir y esperanza.
En la película podemos ver a pelotones hitlerianos irrumpiendo
sin piedad en las casas de los judíos, destruyéndolo todo.
Hoy, en los territorios ocupados, la soldadesca israelí
derriba las puertas de las casas, detiene a sus ocupantes y
enseguida demolen las viviendas con escaladoras o disparos de
tanques. En el gheto de Varsovia los alemanes marcaban las
casas de los judíos, destruían sus comercios y quemaban sus
bienes. Es lo mismo que ocurre en Tulkarem, Hebrón, Nablus,
Jenin, Gaza, en Ramalah. Polanski reconstruye los hechos y en
ellos vemos a miles de judíos obligados a refugiarse en un
pequeño territorio de Varsovia, rodeados de alambradas y de
muros, en una gran prisión al aire libre. Exactamente así es
hoy en día la situación de millones de palestinos en
Cisjordania y Gaza: cerradas sus poblaciones no pueden moverse
y para más escarnio deben soportar incursiones sistemáticas de
columnas de tanques que lo destruyen todo. Lo he escrito en
otras ocasiones: el gobierno de Israel utiliza métodos nazis.
Y ante quienes protesten por esta imputación estoy dispuesto a
demostrarlo. La grandeza se mide por la cantidad de verdad que
se sea capaz de soportar.
El pianista de Varsovia no puede entender la persecución que
sufre por el hecho de ser judío. El pianista de Ramalah no
puede entender la ocupación que sufre su pueblo al que,
además, se le condena por ejercer su derecho a la defensa.
Realmente esto último no es asunto que tenga que ver con el
entendimiento, con la razón, sino con la fuerza. Quien tiene
la fuerza determina las reglas del juego y administra la
doctrina. El sionismo tiene armas nucleares, aviones último
modelo, infinidad de tanques y decenas de miles de mercenarios
que pasan por ser judíos a conveniencia del Gobierno. Con
semejante fuerza se permite el lujo de imponer una primera
condición al pueblo ocupado: "Dejen de utilizar las armas y
poco a poco nos iremos". Es verdad que la primera preocupación
de Israel es la seguridad y el primer peligro los atentados
suicidas. Pero si éstos acaban, la condición sionista seguirá
vigente pues tampoco consiente la resistencia del ocupado en
los propios territorios que sus tropas ocupan. ¿Prepotencia?
¿O quizás una estratagema para no abandonar jamás Samaría y
Judea, ya que no es posible esperar que las armas palestinas
callen por completo cuando se trata de defender sus tierras y
ciudades? Esta condición israelí ha contaminado ya la famosa
Hoja de Ruta. Un plan que, significativamente, para que pueda
avanzar pone en suspensión las resoluciones de las Naciones
Unidas siempre incumplidas por Israel.
La película de Polanski me emocionó, me impactó, me hizo tomar
conciencia una vez más de un episodio de la historia europea
que jamás debería repetirse. El Holocausto nazi no sólo fue
escalofriante por el enorme número de víctimas que generó,
sino porque además supuso la representación de una política
sistemática de exterminio, sostenida en la creencia de la
superioridad espiritual y racial del pueblo ario. El caso es
que es igualmente tremendo que los sionistas se comporten como
rentistas del Holocausto para reproducir con sus víctimas
palestinas valores y métodos repugnantes. Como los arios se
creen elegidos por Dios. Como los arios están convencidos de
que la espada y la sangre es el método aprobado por su Dios
para exterminar al contrario. Los sionistas ejercen la
tentación de la inocencia, es decir la impunidad permanente,
mediante el recurso a las persecuciones sufridas. Su Dios es
un Dios cruel, violento, impositivo, excluyente, inhumano.
Arios y sionistas no son sino la expresión del fracaso del
género humano.
No sé como hubiera actuado hoy el pianista de la película de
Polanski. Pero me hubiera gustado que él no fuera sionista,
que fuera un judío –como hay muchos- humanista y solidario,
dispuesto a tocar a cuatro manos con el doctor Ibrahim, los
dos sentados frente al viejo piano de Ramalah, compartiendo la
tierra y la vida. Los imagino y quiero ver en esa escena la
fotografía del futuro.
https://www.alainet.org/es/articulo/107438
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