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04/04/2013
- Opinión
No es el petróleo, sino la dominación y el reparto del mundo, como en las
dos grandes guerras del siglo XX, lo que está en juego en la guerra de Bush
contra Irak. Su primer paso es el control militar y político de todo Medio
Oriente y, por supuesto, de su petróleo. Con su nueva tecnología militar
de precisión quirúrgica y de destrucción masiva, que en algún lado hay que
probarla y mostrarla al mundo, la Casa Blanca y el Pentágono preparan el
primer episodio de una nueva guerra clásica, la tercera guerra mundial.
Su objetivo principal tampoco es Saddam Hussein, a quien como todo mundo
sabe el gobierno de Estados Unidos armó y apoyó a inicios de los años 80,
ayudándolo de paso a masacrar a su propia oposición democrática. (Eran más
o menos los años del Plan Cóndor en América Latina: recuerdan?)
Quien está en la mira es Europa, la "vieja Europa" continental, la eventual
potencia que podría competir en muchos terrenos con Estados Unidos en el
futuro y en el presente. También está Rusia, que ahora ha vuelto a caer
del lado de Francia, repitiendo una vieja historia que De Gaulle nunca
olvidaba. Y, por supuesto, está también China con su creciente zona de
influencia en Asia: los cálculos de la CIA la esperan como potencia militar
mundial tan cerca como 2015. Basta mirar, en el mapa de Asia, dónde se
sitúa Corea del Norte con su larga frontera terrestre compartida con China,
para intuir por qué sus dirigentes se muestran desafiantes y Bush
conciliador, como matón en barrio ajeno.
La geopolítica, no la economía o la ética, explica la decisión de Francia y
de los gobiernos que la apoyan (la geopolítica, digo, y tal vez más al
fondo la razón iluminista, una baja más en la guerra que se avecina). A
todos amenaza la eventual posición de Estados Unidos controlando, a través
de Irak ocupado y de Israel, el corazón del mundo árabe, su geografía y sus
recursos. Por lo demás, la primera baja de una guerra que todavía no
empieza ha sido la Organización de Naciones Unidas. Bush ha hecho saltar
en pedazos sus mecanismos y su legitimidad y no está descartada la
posibilidad de que el Consejo de Seguridad acabe votando una resolución de
transacción que avale la invasión de Estados Unidos.
La forma misma en que ese organismo acepta deliberar, con 200 mil soldados
de Estados Unidos ya concentrados en el golfo Pérsico y 60 mil más en
camino, sin que nadie cuestione la ilegalidad y la ilegitimidad de esta
concentración de tropas mientras el Consejo sigue discutiendo, muestra el
papel subordinado en el cual se coloca la Organización de Naciones Unidas.
Nuevos agrupamientos y nuevos equilibrios serán necesarios antes de que un
eventual organismo internacional con legitimidad y autoridad pueda volver a
funcionar, quién sabe sobre qué bases y sobre cuáles ruinas.
Si la oposición de Francia, Alemania y Rusia contiene o retarda todavía el
ataque de Estados Unidos, esto se debe sobre todo a que se sostiene en una
movilización mundial contra la guerra que, literalmente, no tiene
precedentes. El 15 de febrero de 2003 las ciudades del mundo dieron la
verdadera respuesta a la atrocidad del 11 de septiembre de 2001: no a la
guerra, no a la violencia, sí a la paz y la libertad. Bush y Bin Laden
quedaron acorralados en los extremos opuestos, mientras enormes multitudes
(las mayores en los países cuyos gobernantes prometen guerra: Nueva York,
Londres, Madrid, Roma) ocuparon el centro de la escena.
La principal y la que finalmente será la decisiva entre esas múltiples
resistencias es la del pueblo de Estados Unidos. Este pueblo, el mismo que
fue atacado el 11 de septiembre, se está oponiendo a la guerra en números
crecientes y se resiste a ser llevado a una aventura ciega y sin salida.
La memoria de Vietnam, pese a todo, está todavía fresca, como sigue estando
en Europa la de las guerras del siglo XX.
El establishment estadunidense tiene grietas e incertidumbres. Henry
Kissinger declaró que le resultaba "sorprendente" que naciones integrantes
de la OTAN estuvieran actuando en contra de Estados Unidos y poniendo en
duda la veracidad de los informes de Colin Powell: "Esto nunca sucedió en
los anteriores 50 años de controversias, que siempre se trataron como
diferencias dentro de una misma familia". Zbigniew Brzezinski, por el
contrario, dice que la crisis proviene de cómo Estados Unidos trata al
resto de las naciones, dándoles órdenes como si formaran parte de un Pacto
de Varsovia. "La cuestión de Irak es compleja" y Estados Unidos "nunca,
literalmente nunca, ha estado tan aislado desde 1945."
Uno de los documentos más reveladores de la oposición a la guerra es la
carta de renuncia a su cargo y al servicio exterior del consejero político
de la embajada de Estados Unidos en Atenas, John Brady Kiesling,
diplomático de carrera desde hace 20 años, enviada al secretario de Estado,
Colin Powell. Cito varios de sus párrafos, tal cual fueron publicados en
The New York Times a finales de febrero:
"Renuncio con pesar en mi corazón. (...) Hasta la actual administración,
me había sido posible creer que defendiendo la política de mi presidente
defendía también los intereses del pueblo estadunidense y del mundo. Ya no
lo creo.
"Las políticas que ahora se nos pide defender son incompatibles no sólo con
los valores de Estados Unidos, sino también con sus intereses. Nuestra
ferviente búsqueda de una guerra con Irak nos está llevando a deshacer la
legitimidad internacional que ha sido el arma ofensiva y defensiva más
poderosa de Estados Unidos desde los tiempos de Woodrow Wilson. Hemos
empezado a desmantelar la mayor y más efectiva red de relaciones
internacionales que el mundo haya conocido jamás. Nuestro curso actual
traerá inestabilidad y peligro, no seguridad. (...)
"La tragedia del 11 de septiembre nos dejó más fuertes que antes, teniendo
en torno nuestro una vasta coalición internacional para cooperar por
primera vez en una guerra sistemática contra el terrorismo. Pero en lugar
de aprovechar esos éxitos y construir sobre ellos, esta administración ha
preferido convertir el terrorismo en un instrumento para la política
interna, enrolando a un disperso y ampliamente derrotado Al Qaeda como su
aliado burocrático. Diseminamos en la mente pública un terror y una
confusión fuera de proporciones, uniendo en forma arbitraria los problemas
no relacionados del terrorismo y de Irak. (...) El 11 de septiembre no
hizo tanto daño al tejido de la sociedad estadunidense como parecemos
decididos a hacerlo nosotros. (...)
"Renuncio porque he tratado y no he podido conciliar mi conciencia con mi
capacidad de representar a la actual administración. Tengo confianza en
que nuestro proceso democrático tiene finalmente recursos de
autocorrección, y espero que en pequeña medida pueda yo contribuir desde
afuera a diseñar políticas que sirvan mejor a la seguridad y a la
prosperidad del pueblo de Estados Unidos y del mundo que todos
compartimos."
Documentos como éste son indicios del ánimo atribulado que existe incluso
en altos niveles de Estados Unidos frente a la política de guerra del
gobierno actual. iSe va a alinear finalmente México con ella, con
pretextos y maniobras más propias de los rejuegos parlamentarios que del
momento dramático que vivimos?
El voto de México en la ONU tal vez no cuente mucho entre los 15 del
Consejo de Seguridad, si al final tampoco sabemos qué harán los que ahora
se oponen. Pero ese voto cuenta mucho para México. No es sólo cuestión de
principios y de derecho constitucional. Es una cuestión de intereses, en
el más pragmático sentido de la palabra.
Si el gobierno de México salvaguarda la posición y la independencia de la
nación, negándose a hacerse cómplice de una guerra de destrucción masiva
contra un pueblo ya agotado por el bloqueo y por su propio dictador, podrá
tal vez el gobierno de Bush tomar represalias. Cuáles, no sé. Pero quien
toma represalias también las sufre, y Estados Unidos, en el actual estado
de las cosas del mundo, necesita de México por múltiples razones, entre
otras porque toda América Latina le está resistiendo y porque México puede
alinearse, en su propio interés, con esa resistencia. Si México y Chile
negaran su aquiescencia a la invasión de Irak, una línea Chile-Brasil-
México empezaría a dibujarse y habría muchos modos diferentes de discutir y
negociar el futuro de todos nosotros frente a la potencia dominante, cada
vez más resistida en todas partes.
No tengo razones para creer que Vicente Fox lo haga. Demasiado grandes
estos desafíos para gobernantes de tan corto vuelo. Pero la carta de
renuncia del diplomático estadunidense plantea un caso de conciencia a sus
colegas en el servicio diplomático mexicano y, en especial, al embajador
ante la ONU y miembro del Consejo de Seguridad, Adolfo Aguilar Zinser. Si
el presidente Vicente Fox decidiera, como sus últimos titubeantes pasos
parecen indicarlo, alinear a México con la política de guerra en Irak, bajo
cualquier formulación que esto se haga, el embajador del gobierno mexicano
ante Naciones Unidas estará ante una disyuntiva: alinear a su vez su
conciencia y su responsabilidad individual con esa política, o negarse a
alzar la mano en ese voto indigno y dejar su lugar a quien se preste a
hacerlo. Es apenas un destino personal, pero de esos destinos está hecha
la historia de cada país.
No estoy hablando sólo del embajador. Estoy hablando de Vicente Fox, de
quienes integran su gobierno, y de cada uno de nosotros.
El general Richard B. Myers, jefe del Estado Mayor Conjunto, declaró que
esta guerra será "muy, muy, muy diferente" de la del golfo Pérsico en 1991.
Lo que necesitamos es un conflicto corto, dijo, y la mejor manera de
lograrlo sería un choque inicial para paralizar de un solo golpe al sistema
iraquí. "Haremos extraordinarios esfuerzos" para evitar bajas civiles,
agregó, "pero no podemos olvidar que la guerra es en sí misma violenta. La
gente va a morir. Por más que tratemos de limitar las bajas civiles, éstas
se producirán. Necesitamos que la gente entienda que eso es la guerra. La
gente cree que esto será antiséptico. Pues bien, no lo será."
Ya sabemos a qué atenernos, a partir de la fuente más autorizada. Si el
gobierno de México vota con Estados Unidos, no podrá declararse inocente de
ese experimento macabro. Le es preciso tener el valor de decir: No.
Si México es la nación que fue, es y será, es también porque en su historia
diplomática -en Marruecos, en España, en Finlandia, en Austria, en Etiopía,
en Checoslovaquia, en Cuba, en Chile, en Nicaragua- más de una vez tuvo ese
valor, incluso en absoluta soledad, cuando se jugaba el destino de la paz y
de la libertad de otros. Una vez más, ahora en el Consejo de Seguridad de
la ONU, el destino lo ha colocado en esa encrucijada. Como tantos y tantos
millones de seres humanos en el mundo, como 90 por ciento de los mexicanos
en México y en Estados Unidos, la representación de México en el Consejo de
Seguridad está obligada a decir: No a la guerra. No en nuestro nombre.
https://www.alainet.org/es/articulo/107071
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