Lejano Oeste

16/11/2002
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Me acuerdo de una película protagonizada por John Wayne en la que él, en el papel de justiciero solitario, encuentra al final al bandido que andaba buscando por el Viejo Oeste. El facineroso se divertía en un bar, rodeado de mujeres. Wayne se apeó del caballo y, confiado en que el héroe casi nunca muere, entró de sopetón en el bar, dejando las alas de la puerta ventilándole las posaderas. El dueño del establecimiento salió a su encuentro y le exigió que entregara las armas, pues allí nadie entraba armado. Wayne obedeció tras percatarse de que allí dentro todos andaban con las fundas vacías. (No voy a contar el resto de la película, pero ustedes pueden imaginar que el bandido llevaba un pequeño colt escondido en las botas). ¿Cosas del Viejo Oeste? Craso engaño. Cosas del Brasil de hoy. En el Canecão, en Rio, hay un servicio como el de aquel bar. Los clientes que llegan armados son invitados a dejar sus revólveres en una urna hasta el final del espectáculo. Lo mismo sucede en el ATL Hall, lugar de espectáculos de la Barra. Está demostrado que el llevar un arma hace a su portador mucho más vulnerable que al ciudadano desarmado. La mayoría de los hampones tira sobre quien amenaza con atacar. Pero el influjo de las fábricas de armas es tan fuerte que, hasta ahora, el Congreso no consiguió cerrarlas, a pesar de que el Brasil sea el 3º país del mundo en número de asesinatos: casi 40 mil al año, apenas por debajo de Colombia y Puerto Rico. Hay dos millones de armas registradas en el país, y 20 millones en circulación. Si el gobierno no decide enfrentar el poder paralelo del narcotráfico en sus raíces -educación, empleo, desfavelización y reforma agraria- dentro de poco tendremos caballos amarrados a la puerta de los lugares de espectáculos y allá dentro al público golpeando las espuelas para reforzar los aplausos.
https://www.alainet.org/es/articulo/106657
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