¿Y el pueblo?

17/10/2001
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México D.F. Veo las fotografías de los afganos que huyen, una vez más, de los horrores de la guerra, y trato de entender por qué han sido tanto tiempo víctimas de un destino que nunca han podido escoger. Los niños y las niñas, con sus hermosos ojos, reflejan en su cara una expresión ambigua: el conformismo con una situación a la que están acostumbrados, pues no han conocido otra, y la desesperación por un futuro que no les ofrece nada sino más de lo mismo: peor o mejor, casi da igual. Afganistán, desde sus orígenes, ha sido gobernado por sátrapas, monarcas despóticos, religiosos fundamentalistas y militares. A lo largo de 27 siglos sólo ha conocido periodos relativamente breves de armonía y estabilidad. Los primeros invasores occidentales y cristianos en Afganistán fueron los ingleses, quienes aprovechando agudas pugnas entre dinastías impusieron al primer emir pro occidental, del grupo pashtú (1838). Inglaterra nunca pudo garantizar la estabilidad de ese país, (ni la democracia) a pesar de que su dominio fue de larga duración (con frecuencia disputado por Rusia). Su independencia como nación (alcanzada en 1747) fue reconocida hasta 1921. Sin embargo no dejó de ser centro de disputa de potencias. Cuando los ingleses fueron desplazados de Asia oriental también perdieron influencia en Afganistán. Los rusos aprovecharon la coyuntura y trataron de influir en ese país. Años más tarde apoyaron al gobierno comunista-populista resultado del golpe de Estado de 1978. Este apoyo consistió en una invasión. Otra más sufrida por Afganistán. Los ingleses y los estadunidenses se propusieron sacar a la URSS de Asia central. Lo lograron en 1989 y luego (1996) impusieron a los talibán, con el apoyo de Bin Laden. En medio del escándalo sexual de Clinton, Bin Laden se convirtió en enemigo de Estados Unidos y fue declarado responsable de los atentados contra las embajadas yanquis en Kenia y Tanzania. Afganistán fue invadido, una vez más, el 20 de agosto de 1998, con el mismo pretexto que en 2001: legítima defensa. Bin Laden no ha sido localizado, ni entonces ni ahora. Las bases militares han sido destruidas. Los ataques continúan. ¿Y el pueblo? El pueblo no existe para las decisiones políticas, ni ha existido para ningún gobierno, ni siquiera durante la breve república a partir de 1973. No ha conocido la democracia en ninguna de sus acepciones. Todos los líderes afganos, de etnias y de corrientes religiosas, han usado al pueblo para sus luchas internas. Los gobiernos invasores han hecho lo mismo: el pueblo no ha contado y ahora quieren hacer creer que lanzándoles alimentos desde aviones los están salvando de la tragedia que ellos mismos han provocado a nombre de la venganza --en realidad para dominar, otra vez, a ese pobre país que ha tenido la desgracia de estar donde está. Colin Powell y el presidente pakistaní, sin preocuparse de la opinión de los afganos, mucho menos de su soberanía, están planeando un nuevo gobierno para Afganistán. Es decir, se planea la imposición de una ?democracia? a modo, conveniente, sin que en su construcción (si acaso) sea la democracia la que la haga posible. ¿El pueblo afgano (o cualquier pueblo del mundo) merece ser ignorado mientras las dinastías y grupos religiosos, por un lado, y las principales potencias del mundo, por el otro (o combinadas con los anteriores) deciden su suerte? ¿No somos acaso responsables, por omisión o pasividad, de la tragedia de ese pueblo pobre y aterrorizado y de otros pueblos que sobreviven en condiciones semejantes? ¿Podemos permanecer impasibles ante la posibilidad de que el 31 por ciento de su población sea víctima de una hambruna y del temible invierno (Mary Robinson) sólo porque Estados Unidos, con el pretexto de matar a Bin Laden, quiere ampliar su poderío en la región? Nuestra protesta contra la guerra, en todas partes, es necesaria. Y es necesaria porque victima a inocentes y enrola y obliga a matar a quienes preferirían vivir en paz. Pero esta protesta no es suficiente. Toda guerra implica una relación de causa-efecto. Las causas siempre son intereses, los efectos son dobles: 1) el efecto que se quiere lograr con la guerra: satisfacer los intereses que la motivaron, y 2) la muerte, el horror y la desesperación de quienes nada tienen que ver con las guerras (la población civil). Mientras no luchemos contra los intereses que motivan las guerras, éstas no dejarán de existir. Los intereses de la oligarquía estadunidense (y de su filial británica) están a la vista. Contra estos intereses debemos enderezar nuestra lucha.
https://www.alainet.org/es/articulo/105362

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