El toro y el matador

22/08/2005
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Un paralelo entre la pelea Firpo-Dempsey y nuestra realidad política actual El próximo 14 de septiembre se cumplen 82 años de la célebre pelea realizada en los Estados Unidos entre Luis Angel Firpo y Jack Dempsey, por el título mundial de los pesados. El Toro salvaje de las Pampas fue el primer boxeador argentino en acceder a un combate por un campeonato del mundo. Firpo era valiente, pero limitado técnicamente. Atacaba frontalmente a sus rivales en brutales embestidas, y se imponía por su fuerza y su bravura. El Matador de Manassa era el campeón indiscutido. Jack Dempsey era un negro atlético, veloz y pensante. Cuando pasaba a la ofensiva, lo hacía con crueldad, hasta la total e impiadosa destrucción de su adversario. Era la pelea del siglo. El choque simbolizaba la lucha entre la técnica y la potencia, la razón y la emoción, la estrategia y el desborde. La pelea fue un monólogo de Dempsey, quien derribó reiteradas veces al valiente criollo. Pero la pelea pasó a la inmortalidad cuando un derechazo salido de otra dimensión hizo volar al campeón del mundo por arriba del encordado, para hacerlo aterrizar en las primeras filas del ring-side. Dempsey tardó más de un minuto en volver al cuadrilátero, siendo ayudado por jueces, dirigentes, periodistas y demás miembros del establishment pugilístico de entonces. Si su hubieran aplicado los reglamentos al estilo Castrilli, la corona hubiese viajado para Buenos Aires. Finalmente, Dempsey se repuso y venció por nocaut a Firpo. Las radios a galena vociferaban por el éter meridional que el argentino había sufrido un despojo, víctima del poder mundial... En nuestras latitudes vivimos hoy un enfrentamiento comparable al de 1923. Dos gladiadores de estilos contrapuestos se enfrentan en el ring electoral. Néstor Kirchner es un fighter que embiste con bravura e intuición, sobre sus rivales a quienes no considera adversarios sino enemigos. El principal de ellos es Eduardo Duhalde un cerebral tiempista que -con el oficio de Dempsey- es capaz de destruir con su mismo estilo. El santacruceño se sube a las tribunas de los candidatos, y lanza sus astas contra la mafia duhaldista que le resultó decisiva para ser Presidente, contra el FMI al le paga religiosamente, y contra la prensa, a la que condiciona con la publicidad oficial. La candidata es su esposa Cristina, pero él mismo se puso al hombro la campaña. Si fuera cierto que está arriba veinte puntos sobre su rival, ¿es necesario que el Presidente se desgaste de esa manera? ¿O será que Cristina está cayendo en las encuestas y la Chiche está creciendo? Duhalde desde su oscuro silencio, maneja los hilos de su dócil esposa-candidata. Teje alianzas con el pattismo, el menemadolfismo, el sindicalismo peronista, la Iglesia Católica y sectores empresarios agraviados por la verba presidencial. Al revés que su rival, prefiere preservarse, evitando la exposición pública que lo erosione. Todavía se siente joven para jugar al todo o nada su futuro político, y no ser más que un ex presidente. Ha logrado que Roberto Lavagna no lo traicione, como sí lo han hecho José Pampuro y Aníbal Fernández, entre otros. Conserva una fluida relación con los dos vices, Daniel Scioli y Jorge Tellerman. Poco a poco, quedará como quien -más allá del bien y del mal- referencie a todo el arco peronista ofendido con el gobierno. Ya tiene más -aun perdiendo- de lo que Kirchner estaba dispuesto a darle a través de una negociación. Algunos opinólogos a sueldo del Estado, le han sugerido a Kirchner que profundice su perfil antiduhaldista. Entró en un camino sin retorno y plagado de contradicciones. Salvo el puñado de pingüinos que lo cortejan desde su pasado patagónico, el resto de sus funcionarios y candidatos reportaron alguna vez para sus repudiados Carlos Menem y/o Eduardo Duhalde. Cada día que pasa, Kirchner está más obligado a subir la apuesta y calentar inconvenientemente la temperatura política. Si hubiera gestionado aceptablemente y mantenido la alianza que lo llevó al poder, esta elección sería intrascendente, y no se afectaría la gobernabilidad. Su angurria de poder y su patológica desconfianza lo llevó a un callejón sin salida en el que puede terminar muy mal. En el tramo final de la campaña, sus recursos serán los de la vieja política a la que declama combatir: aumento de clientelismo, de anuncios floridos y una asfixiante publicidad oficial por los medios de comunicación. Quizás le alcance para una victoria pírrica, pero puede darse una paradoja: ganando sea el perdedor, y su rival, perdiendo sea el ganador. Si el gobierno no gana por paliza, el día después del 23 de octubre empezará una etapa de mayor debilidad para Kirchner, en un período en donde lo complicará la inflación y la meseta en la tasa de crecimiento económico. Si el duhaldismo obtiene más del 30% en la provincia de Buenos Aires, seguirá siendo un elemento ineludible para la construcción del poder en la Argentina. En política no se ganan batallas tirando espectacularmente al rival afuera del ring. Se triunfa round por round, por acumulación de castigo. En la historia argentina, unitarios y federales, chupandinos y pandilleros, radicales y conservadores, peronistas y antiperonistas, han dirimido sus diferencias a través de la violencia, con el objetivo no de vencer, sino de aniquilar al adversario. Ojalá, la próxima generación de políticos aprenda que también sirve ganar por puntos. - ARGENPOLITICA, Publicacion analítica sobre la política argentina, Buenos Aires, 21 de agosto de 2005
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