La hija de Cabañas pide asilo a Obama

04/12/2014
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Micaela revela  a EL UNIVERSAL que la solicitud de asilo que se procesaba en 2011 se truncó por una amenaza de muerte previa
 
Los ojos de Micaela Cabañas Ayala, la única descendiente de Lucio Cabañas Barrientos, el guerrillero más emblemático de los años 70 en México, se anegan de angustia al denunciar las amenazas de muerte que ha recibido desde la ejecución de su madre, Isabel Ayala, ocurrida el 3 de julio de 2011.
 
La charla se realiza en una cafetería del centro de Chilpancingo, a unos pasos del plantón de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero (CETEG) en exigencia por la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, la escuela de donde egresó su padre.
 
La maestra de educación artística de nivel secundaria recoge sus lágrimas en una servilleta. Hace 15 días recibió el último amago a través de un familiar.
 
“Que te van a cazar como perro”, le mandaron decir.
 
Con voz fracturada externa que busca apoyo legal de alguna organización de derechos humanos para reactivar su petición de asilo político al presidente Barack Obama, para así reunificarse con sus medios hermanos radicados en Estados Unidos.
 
“Que Obama nos dé la oportunidad de estar lejos de Guerrero, que nos dé la oportunidad de irnos de México, queremos caminar libres por la calle sin estar volteando para ver si alguien nos sigue, si alguien tiene un arma”, le pide.
 
Somos buenas personas, vamos a trabajar, no vamos a dar problemas, lo único que queremos es seguir con nuestra vida”, le precisa la hija del maestro rural del que se conmemoraron 40 años de su abatimiento por parte del Ejército este 2 de diciembre de 2014.
 
La maestra considera que el caso de los 43 normalistas desaparecidos generó una movilización popular que visibiliza de nuevo la lucha de su padre: “No tiene nombre lo que le hicieron a esos muchachos, tal parece que fueran 43 Lucios Cabañas los que se llevaron”.
 
Agrega: “hace 40 años el gobierno acabó con la existencia de uno de los hombres más valiosos que ha tenido Guerrero y México, quizá pensaron que con eso se iban a acabar las revueltas y las luchas sociales, pero no contaron con que sólo era la punta de la lanza”.
 
Amenazada y silenciada
 
Micaela Cabañas revela en exclusiva a este diario que la solicitud de asilo de ella y otros 18 familiares que la Cámara de Diputados procesaba en septiembre de 2011, dos meses y medio después del asesinato de su madre, se truncó por una amenaza de muerte previa.  
 
Narra que el 17 o 18 de septiembre de 2011, nueve meses antes de las elecciones presidenciales, ella y un compañero salieron del recinto legislativo con motivo de su proceso de refugio, y hombres bien vestidos los abordaron y los obligaron a subir a una camioneta negra. 
 
“Calladita te ves más bonita”, la intimidaron, “estas elecciones las tiene que ganar el PRI, va a ganar Enrique Peña Nieto, sabemos dónde vive tu familia, aquí está la lista de tus familiares. ¿Cuántos millones de pesos quieres por quedarte callada, por no dar una entrevista más que le haga daño a las elecciones que se avecinan?”
 
La guerrerense dice que se negó a aceptar dinero y se vio obligada a regresar a su estado, a zanjar sus planes de exilio y a guardar silencio. Hasta ahora.
 
Tras esta entrevista teme represalias. Advierte: “Por si algo me sucede a mí, a mi hijo, a toda mi familia, yo hago responsable al gobierno federal, en especial a Enrique Peña Nieto”.
 
Crecida en el Campo Militar Número 1
 
Micaela nació hace 40 años, dos meses antes de la caída de su padre en un enfrentamiento militar, tras el secuestro y rescate del entonces gobernador Rubén Figueroa, para exigir la liberación de guerrilleros en distintas cárceles del país. 
 
Su madre tenía 15 años y debió bajar del campamento guerrillero de la sierra en el que estuvo para dar a luz en el Centro de Salud de Tixtla.
 
Dos años después de la matanza del 2 de octubre de 1968, Luis Echeverría asumió la Presidencia, y poco después vino el asesinato masivo del 10 de junio de 1971. En el país se vivían tiempos violentos. En este contexto surgieron una veintena de guerrillas que eran perseguidas y aplastadas por el Estado.
 
El territorio más devastado fue en el que actuó su padre, al frente de una guerrilla integrada por campesinos de la sierra de la Costa Grande. 
 
La niña cumplía dos meses cuando el cerco sobre Cabañas provocó que el Ejército detuviera a la madre de éste, Rafaela Barrientos, y a Isabel Ayala, con ella en los brazos. 
 
A las tres las recluyeron en el Campo Militar Número 1, considerado  el centro clandestino de reclusión más grande del país en la época.  
 
 “Ahí empezó nuestro calvario”, recuerda.  “Mi mamá fue torturada,  violada, fue ultrajada”, detalla, “pero lo principal fue que me defendió, porque ella decía que me tomaban de un pie y me ponían la pistola en la cabeza y le decían: ‘La vamos a matar si no nos dice dónde está Lucio’”.
 
Las dos mujeres y la niña estuvieron recluidas durante un año y ocho meses.  “Yo aprendí a caminar ahí”, expresa. 
 
Asegura que su madre también fue violada por Figueroa y quedó embarazada. 
 
“Ese hijo de Rubén Figueroa posteriormente murió y lo sepultaron en el panteón municipal de Xaltianguis”, comenta sobre el producto que perdió su madre en un aborto espontáneo. 
 
Su mamá también está enterrada en ese panteón, en el municipio de Acapulco. 
 
La ejecución de Isabel
 
Micaela Cabañas cuenta que el 3 de julio de 2011, Isabel Ayala, de 54 años, y su hermana Reyna Ayala, de 58, iban a la iglesia de Xaltianguis cuando desde un carro en movimiento les dispararon a muerte. 
 
Ni siquiera los asesinos le permitieron velarlas, dice. “Ese día me hablaron y me amenazaron de muerte a mí y a mi familia, nos dijeron que nos fuéramos, que nos iban a matar en ese momento”, rememora.
 
La maestra se explica el asesinato de su madre porque un año antes ella la convenció de que ambas crearan una organización con las madres, esposas e hijos de más de medio millar de personas víctimas de desaparición forzada en la década de los 70.
 
Tan sólo en Guerrero se habla de 500 a más de mil 500 casos de desaparición forzada.
 
Su madre era testigo excepcional de esos hechos. “Ella hablaba de las personas que logró ver con vida en el Campo Militar Número 1”, explica. “Hablaba de la manera como a algunos los sacaban de ahí, les ponían una capucha negra y jamás los volvían a ver, ya fuera porque los desaparecieran o los mataran”, apunta.
 
Asegura que el propio gobernador Ángel Aguirre le dijo, sin embargo, que las ejecuciones de su madre y de su tía se debieron a nexos de su familia con el crimen organizado.
 
“Hubo una mujer a la que el gobernador Ángel Aguirre recibió y apoyó para que pusiera una denuncia ante la Procuraduría General de la República (PGR) en contra mía, porque decía que yo era la jefa de la banda que estaba secuestrando y matando en el pueblo”, señala.
 
En respuesta, la maestra interpuso una denuncia por hechos en contra de quien resultara responsable de lo que le sucediera a ella o a su familia. 
 
Concluye: “El gobierno mató a mi madre y a mi tía porque no quería ser descubierto en los delitos del pasado, porque sabe que ahora el pueblo tiene el poder en su mano, que ahora el pueblo ya no se deja, que se defiende solo”.
 
Estigma a cuestas
 
En múltiples ocasiones Micaela Cabañas ha ocultado su identidad. 
 
“Tú no podías llamarte Cabañas o Barrientos, porque te matan o  desaparecen”, manifiesta.
 
“Mi único delito”, especifica, “fue haber sido hija de un grandísimo hombre, que era un luchador social, y de una grandísima mujer que lo único que hacía era trabajar para sus hijos”.
 
Desde hace tres años, a pesar de traer dos escoltas estatales, dice que vive temerosa, que no confía en la seguridad oficial.
 
“Tengo miedo de andar en la calle”, expresa, “tengo miedo de llevar a mi hijo al cine”.
 
Por razones de seguridad se le reubicó de su plaza docente en Xaltianguis  —en donde dejó su casa abandonada tras sufrir desplazamiento forzado porque ahí ejecutaron a su madre—  a oficinas administrativas urbanas de la Secretaría de Educación Pública (SEP).
 
Sin embargo, comenta que no recibió constancia por escrito de dicho movimiento, no se la quieren proporcionar  y le dicen que debe regresar a ejercer a Xaltianguis o quedará desempleada.  
 
No quiere hacerlo, aclara, porque en las amenazas de muerte le prohíben regresar a su pueblo.  “Estoy a punto de perder mi trabajo”, se lamenta alarmada. 
 
Resurge Lucio en Ayotzinapa
 
Micaela Cabañas camina de incógnito entre el plantón de CETEG. Nadie conoce a la maestra de cuerpo recio, pues su madre le prohibió cualquier tipo de militancia por la represión vivida. 
 
Con amabilidad le pide a una maestra permiso para ser retratada al lado de una lona con las fotografías de los 43 estudiantes, y al hacerlo se presenta como la hija del líder guerrillero.
 
—¿Es una de sus hijas?  —la maestra le pregunta.
 
—Soy la única hija  —le aclara a la profesora y recibe un abrazo.
 
Micaela mira las fotos de los 43 normalistas desaparecidos. “Desde lo más hondo de mi corazón, yo   he pedido a Dios que estén vivos”, dice.
 
Observa que ahora, como en los años 70, hay una inconformidad creciente contra el gobierno. “Como hace 40 años la gente, los jóvenes despiertan y dicen: ‘Ya no queremos más políticos corruptos’”, opina. 
 
Antes de retirarse reflexiona sobre la conmemoración de la muerte de su padre. 
 
“Lucio Cabañas vive en todas las conciencias y en todos los corazones, principalmente en el mío y en el de mi hijo”, finaliza, mientras uno de los escoltas ronda por el lugar. 
 
 
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