Solo contra Uribe

30/10/2014
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Hubiera podido titular “Me acosa el Carapálida”, parafraseando el son de Silvio Rodríguez. Pero el asunto es serio, y mi ánimo no está para canciones.
 
En las pantallas televisivas está de moda hablar de paramilitares. Algunos creen descubrir el agua fría. Sorprendidos por los terribles sucesos recientes, han lanzado la “original” tesis de la “colombianización” de la sociedad venezolana. Y usan como fuente (¿empírica, científica, confiable?) al ex presidente neogranadino Ernesto Samper. Dicen que se estaría produciendo una “infiltración” paramilitar a propósito del horrendo asesinato de Robert Serra y María Herrera.
 
El paramilitarismo colombiano lleva dos décadas operando en Venezuela. Los primeros fueron traídos por algunos ganaderos y políticos derechistas para matar indígenas y luchadores sociales en Perijá y Sur del Lago. Un grupo fue contratado para accionar en caso que las elecciones de 1993 las ganara La Causa R.
 
Luego en 1999, con el triunfo de Chávez, la operación paramilitar se hizo masiva, sistemática y planificada. La desmovilización de las AUC facilitó el traslado de entre siete y diez mil paracos hacia territorio nacional. La mayoría ingresó de paisanos por los caminos cotidianos; otros, como los que llegaron a la finca Daktari, usaron ardides deportivos o laborales, todo con la complicidad de Guardias Nacionales y funcionarios de inmigración que recibieron jugosos sobornos.
 
En lo personal, asumí esta denuncia desde aquéllos años, cuando revelamos la existencia de “pozos de la muerte” en predios de la Machiques-Colón, y el asesinato selectivo de líderes campesinos como Ildefonso Carmona.
 
En 2001 publiqué un informe pormenorizado del Golpe que se preparó en Cartagena contra el Presidente Chávez. Se lo entregué en sus manos a la Dirección de Quinta República y otros jefes políticos en Caracas. Este trabajo de inteligencia social producto de una red solidaria binacional fronteriza, fue menospreciado. Seis meses después se cumplió el Golpe.
 
Cinco de esas valiosas personas fueron asesinadas, dos en Valledupar y uno en Cúcuta, Colombia, y dos en nuestro país, en El Cruce y Machiques. Dos más están exiliados en Europa.
 
Tras varias amenazas tuve que salir del país para proteger a mi familia, porque, extrañamente, nadie del Gobierno Bolivariano me apoyó.
 
Algo similar siento que ocurre actualmente, tal vez peor, porque el vocero directo de las amenazas en mi contra es el mismísimo Comandante en Jefe del paramilitarismo.
 
Uribe espía mi email, publica mis correos en su web oficial y su twitter, sus abogados me han acusado falazmente en la Fiscalía en Bogotá, y ha vuelto a atacarme en el debate planteado por Iván Cepeda en el Senado colombiano.
 
Hace un año me interceptaron dos motorizados en el barrio 18 de octubre de Maracaibo apuntándome con una pistola y ofendiéndome; yo acababa de regresar de Casigua, de la operación de asistencia humanitaria a los campesinos desplazados del Catatumbo que solicitaron protección temporal del Estado Venezolano, en cumplimiento de mis deberes como presidente de la Comisión Nacional para los Refugiados. Denuncié en el CICPC y en Cancillería, mi ente de adscripción. Un compañero pasó un mensaje al gobernador pidiéndole que respondiera porque era un “asunto de vida o muerte”. Nada de nada.
 
Cuarenta años de militancia revolucionaria que cumplo este año me han permitido resguardarme, con la ayuda fraterna de hermanos y amigos. Pero solo contra ese monstruo de mil tentáculos, llevo todas las de perder.
 
Ildefonso Finol
Constituyente de 1999
 
 
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