El desaforado desmonte deja sin alimentos y culturas a miles de indígenas (Parte III)
Los desterrados del Chaco
05/08/2014
- Opinión
Indígenas ayoreos encarpados al costado de la ruta de entrada a Filadelfia. Foto: Diego Rivas.
Mientras viajamos por esta serpenteante línea negra que atraviesa el Chaco, nuestra vista se acostumbra a las carpas y a los precarios ranchos levantados por los indígenas a ambos costados de la ruta Transchaco. “Todos estos son los desterrados que se convierten en los encarpados…”, nos cometa irónicamente Santiago Bobadilla, miembro de la organización Tierra Viva.
La Transchaco, denominada Ruta 9 Don Carlos Antonio López, es un símbolo para los indígenas y los menonitas, pero tiene significados distintos para estos pueblos.
La construcción de la ruta se inició en 1961 durante la dictadura de Alfredo Stroessner. Para el menonita David Sawazky “…es el hecho más trascendente de la historia del Chaco”. El ex gobernador del departamento de Boquerón nos comenta en la entrevista que esta ruta “permitió la producción y el progreso en toda la Región Occidental del Paraguay”. Taguide Picanerai, ayoreo totobiegsode, mira sin embargo desde otro lugar esa interminable serpiente de asfalto y afirma: “es el inicio del despojo de las tierras de los pueblos indígenas a manos de los blancos”.
La transchaco representó el inicio del “progreso” para los menonitas, pero para la naturaleza chaqueña y para muchos nativos representa la muerte y el despojo. Foto: Mónica Omayra.
“Ella dice que ya vivía antes de los hijos de sus hijos, antes de sus hijos, y aun antes de la mayoría de los que ahora viven en esta comunidad… está hace mucho, mucho tiempo aquí”. Foto: Diego Rivas.
Aquellos tiempos inmemoriales
La noche va cayendo. El penetrante aroma del tronco de palo santo -que se consume muy lentamente en la fogata de Mateo- parece animar nuestra conversación. Estamos en su rancho, en la comunidad ayoreo videigosode de Campo Loro, en el departamento de Boquerón. El humo y la penumbra vuelven borroso el rostro de una anciana videigosode que, sentada al lado del fuego, parece tener todos los años de su pueblo, toda su memoria. A través de Mateo le pregunto cuántos años tiene. Luego de su expresión entrecortada en lengua ayoreo, Mateo traduce: “Ella dice que ya vivía antes de los hijos de sus hijos, antes de sus hijos, y aun antes de la mayoría de los que ahora viven en esta comunidad…esta hace mucho, mucho tiempo aquí, dice”.
En los tiempos inmemoriales en que la anciana videigosode nació, mucho antes de que Stroessner mandara construir la ruta Transchaco, los ayoreos dominaban gran parte del Alto Chaco. En sus territorios disponían de abundantes alimentos y profesaban libremente sus creencias: “nuestras creencias en la naturaleza”, según Mateo. En aquellos tiempos, antes de que el hombre blanco llegase a sus tierras, el Maká, el Nivaclé, el Maskoy, el Guaná; el Ishir, el Manjui, el Guaraní Occidental; el Guaraní Ñandeva, el Qom Link, el Angâite, el Sanpaná y el Exent también disfrutaban del fruto de la selva. Pero cuando en 1961 los menonitas trajeron sus topadoras por la Transchaco para la ganadería intensiva, y a estos siguieron los paraguayos, brasileños y uruguayos, la casa grande que todos habitaban se fue desmontando sostenidamente.
Ojoi parado y hablando, Poâi sentado a la izquierda. Foto: Diego Rivas.
Filadelfia. Foto: Diego Rivas.
De la selva a las ciudades
Alrededor de 60 mil indígenas de las 13 comunidades pueblan el Chaco paraguayo según las últimas estadísticas públicas. Población desplazada forzosamente en los últimos 40 años. “Salimos del monte porque no sabíamos donde refugiarnos de la deforestación…”, cuenta en ayoreo Ojoi Etakore, uno de los líderes de la comunidad Chaidi, durante la conversación colectiva que mantuvimos con sus miembros, con traducción de Taguide.
Poâi Picanerai, otro de los líderes totobiogosode, explica de otra manera el abandono de los bosques: “Hay menos bosques, hay menos alimentos, por eso tenemos que salir del monte”. Con sentido tono, agrega: “…en el monte la vida y los alimentos no tienen precio, pero en la ciudad todo tiene su precio…”.
Durante la conversación que mantuvimos en torno del fuego de su rancho, Mateo fue más directo aún: “Para mí la gente que anda con las topadoras es una plaga”. Estas mismas topadoras, dispersas en miles por el Chaco como grandes zancudos de hierro, tumbaron 1.147.811 hectáreas de bosques en los tres últimos años. Sin animales que cazar, sin miel que recoger, sin plantas medicinales con qué curar, los originarios migran desesperados hacia las ciudades en busca de trabajo y alimentos.
Un recorrido por las calles de los barrios indígenas de Filadelfia nos muestra esta realidad. Los indígenas llegan desde diversos lugares del Chaco. La mayoría es víctima de la explotación laboral perpetrada por los colonos menonitas. Cuando una mañana ingresábamos a la ciudad por la Transchaco vimos al costado de la ruta montones de carpas apiladas en un terreno baldío. En ellas viven cientos de ayoreos. “Nosotros solo queremos trabajar, no queremos problemas…”, nos responde uno de los hombres que, apostados a unos metros de las carpas, esperan ofertas de trabajos de los menonitas. Muchos otros van directamente a las estancias a trabajar de peones por comida y vivienda.
Grupos de nativos se instalan constantemente en plena calle con diversas demandas, frente al INDI, en Asunción. Muchos de ellos provienen del Chaco. Foto: Diego Rivas.
La pobreza en las selvas de cemento
Los miles de indígenas desterrados migran forzosamente a los cascos urbanos de los pequeños municipios de los tres departamentos del Chaco. La pobreza los abraza en las selvas de cemento dominadas por los hombres blancos. Agotados los alimentos, acosados por las invasiones perpetradas por los ganaderos, dejan, finalmente, su hogar natural.
El de los Sawhayamaxa es un caso de despojo paradigmático: un buen día de 1995, el empresario alemán Heribert Rödel apareció ante los miembros de la comunidad para comunicarles que debían abandonar sus ancestrales tierras porque él las había comprado. Hombres armados al servicio de Rödel expulsaron a los indígenas. Desde ese año vivieron al costado de la Transchaco. Rödel se dispuso a desarrollar, si molestia alguna, ganadería en las 14.000 hectáreas de tierra de la comunidad Sawhoyamaxa, ubicada a 370 kilómetros de la ruta que une los departamentos de Concepción y Presidente Hayes.
Otro caso que muestra con crudeza el destierro de los indígenas es el de los Nivaclé. Estos viven en su territorio ubicado a 136 kilómetros de la Colonia Neuland, en el Departamento de Boquerón. Semanas atrás descubrieron que la ganadera Estefana y el coronel Humberto Peralta habían invadido buena parte de las 19.000 hectáreas de su territorio. Los invasores ni siquiera se molestaron en argumentar su invasión.
El de los ayoreo totobiegosode es otro caso flagrante. Son dueños legítimos y legales de unas 200 mil hectáreas, las que supuestamente están protegidas por el Estado. Ubicadas en el departamento de Alto Paraguay, fueron invadidas por las empresas agroganaderas River Plate S.A, BBC S.A y Yaguarete Porá S.A. Esta última invadió con título falso 78 mil hectáreas de aquellas 200 mil y comenzó a deforestarlas. Las otras dos ganaderas invadieron, también con documentos falsos, 81 mil hectáreas del territorio ayoreo. Con la política de los hechos consumados, prosiguen con la invasión.
Mientras seguimos transitando por la Transchaco hacia el municipio de Mariscal Estigarribia, recuerdo lo que este largo asfaltado significan para Taguide Picanerai y David Sawazky, desde sus respectivos mundos: el de los indígenas y el de los menonitas
Carpas indígenas en la entrada a Filadelfia. Foto: Diego Rivas.
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