Tercera Vía: nuevo truco con viejas prácticas

30/06/2014
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La tercera vía política, probada en Gran Bretaña, por Blair del partido laboralista y orientación conservadora, con más economía que ética y más moralismo que deliberación, y que hoy propone seguir el presidente Santos, permite entender lo que viene en democracia. La tercera vía es una apuesta de reacomodación de la concepción individualista impuesta por el mercado para reducir derechos y eludir de lo político todo antagonismo constitutivo de las sociedades humanas. En Colombia ni siquiera se ha reconocido lo político como posibilidad de actuación de contrarios que disputan el control del estado porque ha imperado una única y despótica manera de pensar y ejecutar el poder. A Colombia no podrá irle mejor ni peor porque el presidente anuncie que gobernará con base en teorías de una pretendida tercera vía política entendible como la sumatoria ideológica de partes inconexas que concuerdan en combinar la eficiencia económica con la estabilidad social, lo que en ultimas es la continuación de lo mismo con otros nombres, es decir más mercado, menos estado, más saqueo, menos colectivo.

 
 Los problemas de la realidad social, requieren para su solución más que simples mezclas técnicas que resultan útiles para reacomodar los conceptos sin cambiar las prácticas. Los llamados nuevos partidos como el Centro Democrático que encarna la extrema derecha guerrerista, Cambio Radical, que junta dos términos vacíos, u Opción Ciudadana cuyos fundadores pagan condenas por paramilitarismo, han demostrado que no hay nada nuevo, el todo está controlado por los viejos representantes de la política tradicional degradada y estos son la garantía de la clientelizacion sin política, sin ideas, sin debate conservado a través de instituciones porosas y proclives a incubar y reproducir sistemas de corrupción, impunidad y barbarie, que los sostienen. Lo nuevo es más bien el modo y rapidez con que integran legalidad con ilegalidad, delito con impunidad, injusticia con cinismo y no inmutarse para seguirse llamando democracia, es el triunfo del mercado sobre el Estado.
 
En Colombia los rastros políticos muestran el control del poder del estado y la economía por una sola vía liberal-conservadora, compuesta por una gran familia heredera de las tradiciones liberales del individualismo, que gobiernan según sus intereses e impiden reconocer a otras identidades colectivas. La gran familia entra en tensión cuando hay cambio de clan en el gobierno, no por diferencias en plataformas o programas políticos o sociales. No hay registros de que el Estado haya sido controlado por una segunda vía, referida a socialismo, comunismo o proyecto originario de indígenas, afros, obreros, artesanos o campesinos. Se impone un pensamiento único distribuido en dos partidos que conforman el todo –poderoso e irrefutable poder-. Aunque provisionalmente aparezcan separados o con contradicciones formales gravitan sobre el mismo centro hegemónico y se desplazan sobre el mismo eje de dominación. Es usual que en momentos de crisis los potentados económicos o las jerarquías eclesiales o militares levanten la voz, y llamen al orden a los gobernantes.
 
La productividad promovida por los neoliberales ha destrozado la economía propia, incluida la de la burguesía nacional que se encargaba de las clientelas políticas regionales, ahora en manos de poderes mafiosos y alianzas de todo orden y ningún escrúpulo. A pesar de este panorama los partidos se mantienen intactos. El interés privado encaja en la lógica de la tercera vía cuyo ideario se resume en: tanto mercado como sea posible y tanto estado como sea necesario. No hay nada nuevo, el mercado se tomó el Estado, o mejor las reglas del capital se apropiaron del estado para eliminar derechos, garantías y protección a la riqueza colectiva, le han otorgado status prioritario a las mercancías sobre la vida humana, y quienes gobiernan representan los deseos de poder de la gran familia extendida incapaz de comprender la naturaleza pluralista del mundo social y respetarlo.
 
La tercera vía surgió como expresión política de la realidad europea, victoriosa con la caída del muro pero en crisis, sus bases teóricas son escasas y ajenas a la Colombia de diversidades y diferencias, de biodiversidades y pluralidades. Sus resultados no dicen mucho a su país natal Gran Bretaña, cuya economía esta sobreprotegida para comprar y abierta para vender guiada por un espíritu colonialista aún vigente, su intervención en la invasión a Iraq tiene manchada con sangre de inocentes su bandera, los inmigrantes son tratados como subhumanos, la monarquía es su sostén aunque su discurso es liberal. En Colombia quizá el mayor parecido con la cuna de la tercera vía es la forma de oculta monarquía sin monarca perpetuo, con familias (no con partidos) alternándose en el poder, sin otro, sin adversario, como estrategia política central para conservar el poder.
 
La diversidad de Europa se nutre con los desterrados de otros mundos llamados inmigrantes usualmente señalados de ilegales tenidos en cuentan por el sistema judicial, negados por el sistema económico y victimas del sistema humano, inclusive autores como Habermas reclaman más cárceles para ellos en cambio de condiciones para que accedan a los derechos negados en sus países hoy saqueados por el capital trasnacional. Europa tiene de homogeneidad y también de igualdad, tiene todavía beneficios del estado de bienestar que paulatinamente la tercera vía se ha encargado de desmontar. En Colombia hay mucho de homogeneidad extendida por el terror y nada de igualdad a cargo del estado asaltado por el capital. Es costumbre igualar con metodologías de análisis y formalidades de papel, no a través de los bienes indispensables para vivir con dignidad y las libertades son administradas en el mercado de clientelas políticas que hacen el control político de las necesidades.
 
En Colombia, la tercera vía aparte de truco conceptual o jugada de tahúr, servirá como herramienta de ajuste liberal-conservador, para legitimar las prácticas de la unidad nacional del presidente con otro nombre. Servirá para reacomodar la política tradicional y de antemano crear confusión a otras vías políticas en el desarrollo del conflicto sin guerra, cuando lo esperado es precisamente apertura política real con reconocimiento a los otros, adversarios o antagónicos y propiciar la inclusión social, a la par con la desactivación de las estructuras mafiosas incrustadas en la vía liberal-conservadora. La tarea política esencial del Presidente no es rediseñar un partido propio, ni relanzar apuestas por la perpetuidad de su clan, si no gobernar con el Mandato por la Paz que acaba de recibir -en medio de una precaria participación y una democracia cuestionada-, para suscribir con la insurgencia el cierre del conflicto armado y trazar el camino para resolver la desigualdad y la exclusión.
 
 
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