Reflexiones sobre la responsabilidad política en el ejercicio del poder
01/12/2004
- Opinión
Ante el clima de violencia, confrontación, polarización y
conflictividad que domina nuestra convivencia social y política,
y por la precaria situación económica que agobia a gran parte
del conglomerado guatemalteco, la Fundación Myrna Mack cree
oportuno hacer las siguientes consideraciones:
1. Nuestra vida nacional está caracterizada por comportamientos
institucionales y sociales de orden corrupto, irresponsable,
violento y criminal. No se trata sólo de una consecuencia del
conflicto armado y de la sucesión de malos gobiernos, sino de
enfoques, conceptos y actitudes que posiblemente tienen hundidas
sus raíces en el inicio de nuestra historia, de tal manera que
el paso del tiempo se ha encargado de recrearlas constantemente.
A eso se suman las influencias externas específicas y las
tendencias mundiales en general.
2. Este ambiente no permite una sana convivencia, la salud
mental de la población está alterada y las instituciones no
funcionan. El Estado parece estar en una suerte de colapso
constante, abrumado por los conflictos de antaño y acechado por
nuevas amenazas. Entre estos se puede mencionar: la
conflictividad agraria y el cúmulo de carencias sociales y
económicas que afronta gran parte de la población, cuya
condición calamitosa difícilmente será superada con programas
coyunturales y sin enfoque integral; el crimen organizado, la
corrupción y la impunidad, el déficit financiero, la debilidad
institucional, etc.
3. Durante los últimos meses, el gran debate ha discurrido
alrededor del saqueo protagonizado por funcionarios del gobierno
anterior; y la persecución penal orientó toda su energía hacia
la sanción de los responsables, pero hasta ahora no hay
resultados realmente sólidos. Mientras tanto, se deniega
justicia a las víctimas de la violencia común y política; el
respeto a los derechos humanos sigue deteriorándose y los
derechos económicos y sociales están desatendidos. La impunidad
protege a los grandes criminales organizados, en parte porque
tienen infiltradas las instituciones del Estado, pero también
porque hay ineficiencia, ineptitud e indolencia. Al parecer, en
el ámbito del poder público no se maneja el concepto de
responsabilidad política como algo inherente al desempeño de los
cargos.
4. El gobierno central se debate en pugnas internas, falta de
acción coordinada y ausencia de estrategias. A casi un año de
haberse instalado, no ofrece signos de tener claridad o un norte
en su administración, en tanto los componentes estratégicos e
integrales no figuran realmente en su gestión. La coyuntura lo
devora y no hay indicios de que habrá un cambio sustancial en el
corto y mediano plazo. Antes bien, las ambiciones políticas
predominan y el diseño de políticas públicas definidas sigue
relegado.
5. El Congreso de la República (cuya evaluación muchos la
limitan a la cantidad de leyes que produce) incumple con
importantes facetas de su quehacer, como el ejercicio de los
controles parlamentarios democráticos. Los diputados están
concentrados en obtener un aumento salarial, viajes y otros
privilegios. Es difícil apreciar la importancia del Congreso,
cuando muchos de sus miembros lo han convertido en agencia de
empleos para amigos, familiares y correligionarios; en un lugar
propicio para el gasto arbitrario y discrecional, los negocios y
la adquisición poco transparente de bienes y servicios. No
extraña, pues, que sea la institución más desprestigiada, menos
confiable y creíble.
6. La administración de justicia continúa siendo inoperante. Tal
como ocurrió en la historia reciente, en la actualidad estas
instituciones contribuyen a agudizar los conflictos sociales, en
la medida que deniegan justicia y sólo en pocos casos ofrecen
una respuesta institucional adecuada. La debilidad es quizá el
factor principal, pero hay problemas estructurales de viejo
cuño; un escaso presupuesto que rinde menos cuando el gasto no
es transparente ni eficiente; y deficiencias en la ética y la
excelencia profesional. Es necesario evitar que los intereses
políticos y sectoriales dominen el comportamiento y la agenda de
estos órganos estatales, a efecto de que estos órganos
contribuyan a la solución pacífica de los conflictos.
7. El sector económico, que maneja una cuota de poder
determinante en las actuales condiciones sociales y económicas,
ha adoptado una aparente apertura a discutir temas que siempre
fueron eludidos. Pero no es suficiente. Más allá del discurso,
este sector tiene la responsabilidad de influir positivamente en
lograr un cambio de condiciones para el campo y en la ciudad,
como mejorar las inversiones, estimular la reactivación
económica, generar más empleo y ofrecer mejores salarios; así
como cumplir debidamente con sus obligaciones fiscales y
laborales.
8. A pesar de que su influencia es extensa en los diversos
órdenes de la vida nacional, los partidos políticos han
funcionado sólo como aparatos electorales y han abandonado su
papel primordial de intermediación social. Sus delegados en la
estructura pública defienden posiciones político-partidarias,
pero no las que genuinamente interesan a la población; tampoco
cuidan la formación de cuadros políticos ni fomentan ciudadanía.
Los partidos políticos son las organizaciones que sirven de
vehículo a quienes arriban al ejercicio del poder público, por
lo que su responsabilidad en esta situación es mayúscula.
En opinión de la Fundación Myrna Mack, esta situación nacional
raya en lo insoportable y corresponde a todos los sectores
nacionales hacer una reflexión que motive el análisis y el
diseño de procesos que nos ayuden a afrontar con efectividad los
problemas del Estado, del gobierno y de la sociedad.
Especialmente, quienes tienen el poder deben conducir un proceso
colectivo de reflexión sobre la responsabilidad que entraña su
ejercicio.
Las autoridades electas democráticamente y los funcionarios
designados según lo dictan la Constitución y las leyes
específicas, así como los dirigentes políticos y empresariales,
deben ser los primeros en combatir cualquier comportamiento que
derive en más confrontación y conflicto. Desde sus respectivos
espacios, están obligados a impulsar un cambio de condiciones
que ayude a la sociedad a transitar hacia una mejor convivencia;
y a que la estructura pública opere en congruencia con la
Constitución.
El movimiento social también debe ser protagonista en el
esfuerzo, por lo que su participación no debe motivar rechazo,
recelo o indiferencia. Todo lo contrario. El reto es procurar un
mayor desarrollo de la capacidad ciudadana para el debate y la
propuesta de soluciones; superar la fragilidad que caracteriza
la acción social y establecer un marco de respeto, diálogo y
negociación en el que todos podamos contribuir.
Guatemala, 1 de diciembre de 2004
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