La identidad del exilio
10/04/2013
- Opinión
En esto de exiliarse se nos topa el enredo de no saber quien es uno, ese camino se nos vuelve un nudo lingüístico sin sentido y a veces absurdo.
Por casualidades de la rutina, se da uno cuenta de que aun si lo quieres, no puedes ni dejas de ser ni sentir tu merecumbé, ese rifirrafe cultural que algunos llaman ser latino y para sostenerse de un hilo, uno se siente hispano hasta en los cartílagos, un amerindio, un negro y mulato hasta en la medula.
Y de golpe en golpe se convierte uno en rebelde, en inconforme, y hasta en la forma uno se vuelve erótico. Pero que enredo porque, esto de saberse confinado es como tener y no tener sustancia, porque uno se encuentra en un despelote. Porque en este frío viñedo, casualmente a ciertos les toca padecer esa perdida de calor errante con sabor a vino y uno se confunde y no sabe de donde realmente es.
¿De donde ? se detiene uno y se pregunta y se enreda mas el nudo, y se queda uno sin sentido con el danzoneo de la Cueca, que a uno le recuerda el Joropo y el olor de la Parihuela, que se confunde con lo que en la esquina llaman cazuela y así, uno se queda en lo absurdo de este espacio y vuelve y se pregunta como ausente y muy presente pero no se descubre.
¿Entonces en que lugar pudo haberse fecundado toda esta palabrería romántica y colorida que se niega a partir, que se confunde entre caminos indescriptibles ?
Y es que este enredo insensato se parece a aquel esbelto paraíso, allá donde todo inicio, a ese allá que nos tiene colgando de ramas y de guindos, se parece a ese tierrero color café y aroma de anís que emborracha y despierta los sentidos, que destroza la vida y alegra la muerte.
Pero es cierto, es imposible no saberse de allá, cuna loca de cumbia, de cumbias locas, donde el Caribe tropical y el bravío Magdalena se desean, se enamoran, donde el gran Pacifico calienta y refresca el Continente, allá donde las aves se confunden en lo espeso del Darién, el mítico Tayrona, la coqueta Sierra o el gigante Amazonas y sus cantos, con el sonar de tambores, de gaitas y de acordeones. De allá de esa cuna, cuna de acordeones donde los Amerindios, Negros y Mulatos viven, conviven y sobreviven juntos.
Allá donde el desierto enamora el cardon y al carbón, donde se goza, se enamora y se ríe, pero también se llora, y mucho. Allá donde la caña endulza sus dulces labios canela y su piel morena.
Pero eso si, es preciso saber que la mía, que la nuestra, por la que peleamos, aunque mala, aunque buena, no es cuna de malandrines ni de vidas prepagadas, lo mío esta allá, enredado, absurdo y que importa eso si es allá donde mejor se siente.
Pero, que difícil es eso de tener esa identidad proscrita, eso de no estar allá, donde ellos, con sus espejos, sus promesas y con sus cuentos baratos, llegaron para violar al Amazonas y al Darién, para robarle el amor y el encanto a las aves, el calor al desierto, para robarse la pureza del agua, el verdor de la sabana y a llevarse lo azul de la mañana y sobre todo, para robarle la paz a la gente.
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