La gobernanza se construye
07/03/2013
- Opinión
La gobernanza se construye
Rigoberto Lanz
“Dios me hizo mortal para agraviarme”.
Pasemos por alto la controversia sobre estos conceptos tóxicos. Vayamos al centro: se trata de practicar el arte de la política sin el cual nada va para algún lugar. ¿Arte de la política? Sí, son cualidades intersubjetivas que se traducen en capacidades de conducción política, de viabilización de procesos, de mediación de conflictos, contradicciones y antagonismos, de hacer posible lo que normalmente sería inviable. Ninguna sociedad funciona dando rienda suelta a intereses, creencias, pertenencias y fantasmas. En todos lados hay abundantes reguladores de los miles de impulsos pasionales y justificadores de intereses gracias a los cuales la gente no se comen los unos a los otros. El Estado ha querido ser históricamente el eje de esos reguladores. En ningún lado ha logrado funcionar de ese modo, pero en todos los casos opera como límite de los derechos y posibilidades de grupos en contradicciones.
En coyunturas puntuales como la que vive Venezuela, construir gobernabilidad no es una cuestión de estilo: es la condición de posibilidad de la propia dialéctica socio-política. ¿Por qué? Porque hay medio país que adversa este proyecto de sociedad (por lo demás, con toda legitimidad en cualquier juego democrático) No hablo de la idiotez de la “reconciliación” ni de la teoría de peluquería de que Chávez “dividió” al país. Las derechas existen; algunas son directamente tributarias de intereses socio-económicos, otras son más ideologizadas e inteligentes, otras son enfermedades histéricas cuya furia no tiene remedio. De ese coctel se deriva un alto impacto en la perturbación del capitalismo de Estado que padecemos (muchos de nuestros listos opositores ni siquiera están enterados de que en Venezuela predomina un Capitalismo de Estado que nada tiene que ver con cualquier imagen de revolución) Construir la viabilidad de las políticas de transformación no es una concesión a esas derechas, es sencillamente la clave para que el espacio público funcione, para que la transición hacia otra forma de sociedad sea exitosa, para que la gestión pública sea impecablemente honesta, transparente, eficiente.
Hay que tener bien claro que la construcción de gobernanza no es un fenómeno automático que cae del cielo. Es una tarea que se ubica en los agentes del gobierno, son los primeros interesados en que los proyectos sean viables. La gobernabilidad se construye en la frágil frontera de gente enfrentada en muchos terrenos, de allí la inteligencia política que se pone en juego. Construir gobernanza es negociar, es neutralizar absolutos, es contener el impacto de los prejuicios, diferir los antagonismos. No se viabilizan procesos de cambio pretendiendo imponerse como fuerza bruta.
Una sociedad diferenciada es la condición de todas las conquistas de la libertad. Esa diferencialidad de lo social debe enriquecerse con el protagonismo de la multitud, nunca secuestrada por los aparatos de Estado que deben ser desmontados de raíz. En la transición de este Capitalismo de Estado hacia otro paradigma de convivencia, es imperativo que se arbitren espacios para que las contradicciones de fondo no derrapen en violencia ciega. Las derechas y los intereses económicos que están por debajo saben muy bien que viven en una cuerda floja con riesgos efectivos si se pasan de la raya. Los grupos progresistas que gobiernan tienen que asumir con la máxima prioridad la búsqueda de espacios de viabilidad en todas las esferas (no como un gesto de cortesía política sino como voluntad explícita de una gestión pública hecha para todos los venezolanos)
En esa tarea urgente de viabilizar el espacio público en la Venezuela de estos días cuenta demasiado los estilos discursivos de las vocerías oficiales. En política la forma es el contenido, se dice. En ciertas coyunturas este lema se vuelve crucial. Cuidar las formas no es un detalle de blandenguería. Hay que equilibrar el discurso mitinesco con la transmisión de contenidos: el griterío y la escatología no ayudan en nada.
Es ridículo vociferar que el mal-hablar sea una virtud del pueblo. Toca al gobierno marcar la pauta.
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