Un Presidente mediático

14/04/2004
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El martes 13 –un día de mala suerte, para los supersticiosos– el presidente Carlos Mesa hizo la primera recomposición de su gabinete presidencial y aprovechó la oportunidad para dar un mensaje compuesto, a partes iguales, de compromisos con los sectores populares y advertencias a quienes acusa de buscar la desestabilización de su gobierno. Desde fines de la semana pasada, cuando la inminencia de un acuerdo de venta de gas a la Argentina había desatado numerosas protestas, se hablaba de la renuncia de algunos ministros o, al menos, el de Minas e Hidrocarburos. El lunes, si bien había cedido en algo la tensión, al postergarse la reunión de los presidentes Carlos Mesa y Néstor Kirchner, los rumores de crisis ministerial se habían acentuado aunque recién un día después se confirmaron. Un huracán de gas La certificación de cantidades considerables de gas en yacimientos ubicados al sur del país, ha creado una situación especial que cambia la perspectiva de la nación. De hecho, cuando se habían perdido las esperanzas de mejoramiento económico al producirse la crisis del estaño en 1985, se presenta esta alternativa precisamente en el momento en que la situación económica había alcanzado sus topes más bajos. Pero, al mismo tiempo de crear esperanzas, el gas ha puesto sobre el tapete una serie de cuestionamientos que van desde las reivindicaciones regionales hasta las demandas de acceso marítimo, pasando por las reclamaciones de los más diversos sectores sociales. Es como si las frustraciones escondidas por decenas de años, salieran a la superficie y se manifestaran en toda su crudeza. Por ahora, parece haber tres cuestiones principales a resolver, dentro de ese abigarrado cuadro de reivindicaciones, demandas y reclamaciones. La primera es la recuperación de la propiedad de los hidrocarburos, entregada a las transnacionales en ese carnaval de donaciones que tuvo su punto culminante en la segunda mitad de los años '90. Una segunda cuestión se relaciona con el enclaustramiento nacional, consecuencia de la Guerra del Pacífico (1879) que, dados los urgentes requerimientos energéticos de Chile, puede resolverse en un entendimiento internacional. El tercer tema es el empleo: la industrialización, que pasa por la reactivación agropecuaria, es la posibilidad de poner en acción la mano de obra y, en consecuencia, comenzar a resolver la crisis económica. En todo ese esquema, el gas ocupa el lugar de motor que pondrá en movimiento la máquina de las soluciones. Pero, mientras siga en manos de las transnacionales, estará al servicio de éstas y, por lo tanto, no habrá posibilidad de resolver esas cuestiones. El terremoto de octubre En algún lugar subterráneo, estos problemas y las posibilidades de solución fueron concentrándose hasta estallar. Esto ocurrió en octubre pasado, cuando la sublevación de los sectores populares hizo huir al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada y, en su lugar, asumió el vicepresidente Carlos D. Mesa Gisbert. En su discurso de posesión, el 17 de octubre, el nuevo mandatario se comprometió a modificar la Ley de Hidrocarburos que otorga facilidades, regalos y prebendas a las empresas transnacionales, a convocar a un referendum cuyos resultados serían de cumplimiento obligatorio respecto al futuro del gas boliviano y la realización de la Asamblea Constituyente para cambiar totalmente la Constitución Política del Estado. El 4 de enero, insistió en su compromiso e, incluso, estableció fechas límite para la modificación de la Ley de Hidrocarburos y para la realización del referendum vinculante. Por supuesto, en las dos ocasiones ganó varios puntos en las encuestas sobre su popularidad. Y no se trata de un hecho anecdótico, sino de una constante que está repitiéndose a lo largo de estos seis meses, con efectos que pueden ser perjudiciales en el mediano plazo. Los vientos frescos El presidente Mesa está situado en un medio demasiado complejo: partiendo de un modelo neoliberal que fue aplicado con intensidad y fracasó, el gobernante asume la titánica tarea de conducir o, al menos, posibilitar la construcción de una estructura que solucione la múltiple crisis de Bolivia, en lo económico, social y político. Con una dosis de voluntad que, en principio, pareció ser fuerte, comenzó a moverse hacia el cumplimiento de los compromisos que asumió. A poco andar, se enfrentó con los grandes intereses de las empresas transnacionales que, además, sustentaron los sectores conservadores. En más de una oportunidad, retrocedió en sus propuestas, creando un sentimiento de frustración en las clases populares y, por contrapartida, una seguridad en los grupos de poder que fueron derrotados en octubre, pero que no fueron desplazados de sus enclaves en el Estado y en la estructura económica. Con estas tensiones, la atmósfera nacional, se torna densa al punto de hacer cada vez más creíbles los rumores de golpe que aparecen de forma insistente en los círculos políticos. El presidente Mesa ha encontrado que, un modo de contrarrestar el sofoco es un mensaje a la nación, trasmitido por todos los medios de comunicación. Hasta ahora, el resultado ha sido satisfactorio, aunque es evidente que cada vez sus efectos son de menor duración. Tiempo bueno El pasado martes 13, el mensaje del presidente Mesa fue particularmente incisivo, talvez porque buscaba tener un efecto de plazo más largo. Anunció que su tantas veces diferido proyecto de Ley de Hidrocarburos estaba a punto y, desde el día siguiente sería consultado con la sociedad, particularmente aquellos comités cívicos que reflejan los intereses de los grupos de poder. Hizo conocer que estaba convocando al referendum para el mes de julio y, rubricando estas disposiciones, acusó al Parlamento de ser culpable por los retrasos que ha sufrido este proceso. Con esos elementos, su mensaje, fue una obra cuidadosamente preparada para tener un efecto combinado: dar seguridad a los intereses empresariales, proyectar una imagen de fortaleza ante el pueblo y entregar un chivo expiatorio. Treinta y seis horas después de su mensaje, se distribuyó, mediante los diarios de circulación nacional, el proyecto de Ley de Hidrocarburos. Otro efecto mediático calculado para elevar los índices de popularidad, aunque trae consigo riesgos que pueden ser altamente perjudiciales para su gobierno. Visto así, se están acabando los tiempos de los efectos mediáticos. El presidente Mesa, que por muchos años fue periodista de televisión con gran influencia en el empresariado y la clase media alta, ha utilizado con mucho conocimiento esa técnica para mantener su popularidad. Pero está abusando de ésta y, a mediano plazo, se le convertirá en un bumerang, cuando deba responder a sus propios compromisos.
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