Participación política
La repolitización como reaseguro de no retrocesos
08/04/2012
- Opinión
Las miradas clásicas intentan explicar el actual proceso histórico como algo transitorio derivado de algunas ventajas económicas y de políticas asistenciales. Desconocen así el rol protagónico de sujetos sociales decididos a ser artífices de su destino.
A seis meses del apabullante apoyo que el modelo de recuperación sociopolítico y económico encabezado por la presidenta Cristina Fernández recibió en elecciones, resulta útil avanzar en algunos análisis respecto de las posibilidades de profundización de este proyecto transformador.
Las miradas más lineales, propias de las perspectivas liberales que adolecen, como señalaría Boaventura de Sousa Santos, de una racionalidad indolente y arrogante que las conduce a entenderse como únicas; intentan explicar el 54 por ciento consolidador a través de matrices clásicas.
El sentido común dominante va a encontrar respuestas reduccionistas en el escenario económico, “el viento de cola”; y en la aplicación de políticas sociales.
Por ejemplo, las explicaciones dadas por el politólogo Steven Levitsky, académico de las universidades de Stanford, Berkeley y Harvard, quien en declaraciones brindadas al diario peruano La República, en la edición del 7 de noviembre de 2011, dejó conceptos como: “La resurrección política de Cristina Fernández se debe a tres razones principales. La primera es la recuperación económica. Gracias al boom de la exportación generado por la demanda china, la economía creció 8 por ciento en 2010 y 9 por ciento hasta octubre de 2011 (…) Además, su gobierno respondió con agilidad a las demandas ciudadanas e invirtió seriamente en programas sociales (…) Tercero, el triunfo de Cristina Kirchner se debe a la tremenda debilidad de la oposición”.
Con un poco más de desprecio, el clarinista Eduardo Van der Koy, el 24 de octubre, intentaba explicar el democrático y popular apoyo recibido por Fernández, con afirmaciones como “el impacto de la recuperación económica que, sobre todo por vía asistencial -N de R, asistencial de asistencialismo, no de política social como responsabilidad estatal- permitió superar el desgarro de la gran crisis. Quizás, también, el temor subyacente al vacío de poder frecuente en que cayó el país antes y después de reconquistada la democracia”.
Y tal vez, la mayor muestra de reduccionismo, brindada en la misma edición del matutino del tándem Noble–Magnetto, es la que estuvo a cargo del presidente de la Consultora W, Guillermo Oliveto. En su columna de su opinión titulada “Votar con el bolsillo: ahora es la hora del ciudadano-consumidor” otorga a las prácticas de consumo un poder gravitacional decisorio al momento de las elecciones.
Si bien en estos relatos aparecen algunos datos interesantes para pensar el apoyo al modelo, como por ejemplo que el crecimiento de la economía redunda en crecimiento de empleo, en reinserción social de excluidos, en perspectivas de movilidad social; o que las políticas sociales posibilitan las mejoras de las condiciones de vida de gran parte de los sectores populares que antes habían tenido vedado su acceso pleno a la condición de ciudadano; ninguno aborda un aspecto que entendemos central: la emergencia y afirmación política de sujetos diversos; y la apropiación del modelo transformador por parte de ellos.
Este no es un dato menor. Constituye una ruptura con el modo de entender la construcción y legitimidad de las prácticas políticas.
La salida de la crisis del 2001 tuvo carácter de popular en gran parte porque la se sostuvo en una recuperación de prácticas solidarias y comunitarias -clubes del trueque; asociaciones de economías sociales construidas desde el desempleo y el subempleo como organizaciones de cartoneros, artesanos y agricultores pequeños; o instancias de formación y aprendizaje para grupos excluidos de la educación formal-. Éstos, en un primer momento fueron espacios de resistencia y supervivencia para pasar a ser luego actores relevantes y decisorios para la reconstrucción social.
Una característica presente en el modo de relación Estado-Sociedad inaugurado en 2003 es que, si bien en muchos aspectos se produjo una recuperación de tintes estadocéntricos, a diferencia de experiencias pasadas hoy no hay presencia unilineal. Es decir, de un Estado que es el único que organiza; sino que aparece una relación bilateral, un modelo socioestatalista, que se organiza y es reconocido desde el Estado, pero que promueve, apoya y consolida prácticas de integración e inclusión.
Es útil observar en esto, frente a la andanadas de expresiones que intentan deslegitimar al actual proceso como un retorno a viejas experiencias, lo señalado al respecto por Ricardo Forster en “El litigio por la Democracia”. Allí afirma: “la historia no se repite, o al menos casi nada de lo que aconteció en el pasado regresa en el presente manteniendo su lozanía (…) cada época, en este sentido, reanuda la marcha de la sociedad sabiendo que en la historia la repetición implica necesariamente la diferencia, el giro inesperado, la ruptura con algunos de los núcleos decisivos de otros tiempos, incluso de aquellos que constituyeron momentos fundamentales y que acabaron por transformarse en mitos”.
Encontramos aquí una clave que sirve, no sólo para explicar, con algunas complejidades mayores, el resultado electoral de 2011, sino también para elaborar impresiones respecto del recorrido futuro del proyecto, más allá de las futuras conducciones estatales.
En este sentido, la apropiación de las transformaciones, la toma en sus manos de la construcción de su propio destino por parte de numerosos sujetos organizados y repolitizados abre escenarios novedosos respecto de cómo pensar y repensar tanto el país como la región.
Nuestras sociedades han dejado de pensarse desde la subordinación a la economía; en donde la política era sólo una función gerencial. Hoy nuestras sociedades han manifestado su voluntad de pensarse y de decidir por sí mismas, como lo muestran la proliferación de agrupaciones, espacios y ateneos, dados a la tarea de militar su futuro.
Ni la profundización, ni un futuro y poco avizorable cambio parecieran ya responder a las viejas lógicas en las cuales la acción y práctica política se encontraba recluida y reducida a las visiones liberales representativas; fundamentalmente por la decisión de estos sujetos de ser artífices propios que en su diversidad tienen un horizonte común: la profundización de la igualdad y la democracia a través de las disputa de ideas y el reconocimiento y respeto a las diferencias, en un escenario de no violencia.
APAS | Agencia Periodística de América del Sur | www.prensamercosur.com.ar
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
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