El país que falta

22/02/2012
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“El espacio político de la sociedad de multiplicidades
está formado por instituciones que reconocen a la
divergencia como principio de organización social…”.
ENZO DEL BUFALO: Adiós al socialismo, P.521
 
He insistido en varias ocasiones sobre la existencia de una Venezuela sumergida que no es perceptible a través del discurso electoral. No se trata de una parcela física ubicada en alguna geografía misteriosa. Se trata sí de una realidad transversal, que está en todos lados, invisibilizada por la predominancia de los poderes en escena.
 
Pero además tenemos desde hace rato una dicotomía exacerbada por la hostilidad de los discursos, por una beligerancia política que no se corresponde con la naturaleza de los cambios reales que están en agenda. Estamos pagando una factura de caviar cuando en verdad comemos diablito. ¿Cuál es el negocio? Las palabras no son neutras, por ellas se pagan altos precios cuando se aumenta el volumen sin respaldo efectivo en la realidad. La operación—maquiavélica—debería ser exactamente al revés: hacer cambios radicales y matizarlos con lenguajes amigables…haciendo siempre “como si” no pasara nada. Hay una parte importante del país que está permanentemente señalada con discursos de exclusión (de lado y lado). El resultado psicológico (y luego político) es la sensación de campos de batalla donde todo vale, donde se juega a matar o morir, y por tanto, donde se definen los bandos amigos-enemigos. Este clima pre-político está hace rato instalado en las facciones más activas del juego político-electoral. Pero hay otro país: por debajo, por encima, en un costado. País que responde a otras lógicas, que espera respuestas del Estado, que no está en el juego electoral, que no se ha enfermado de histeria colectiva, que espera su momento.
 
Bien lejos de esa imagen falaz y bobalicona de “rescatar la democracia” como si aquí alguna vez ha habido alguna democracia verdadera. O de esta otra imagen tan socorrida de la “reconciliación” como si alguna vez este país hubiese vivido en armonía y agarraditos de las manos. Venimos del infierno de una Venezuela atravesada por toda clase de aberraciones sociales. Por allí no es la cosa. De lo que se trata es de instaurar un sentido de la gobernanza que coloque a la sociedad toda en el centro de las políticas públicas, con los conflictos y contradicciones que están en la base de este modelo de sociedad, sin inventar falsas hermandades donde sólo hay intereses fundamentales contrapuestos. Pero justamente por ello es esencial que una visión de Estado coloque las reglas de juego que marcan el límite de lo que es aceptable, así la acción de gobierno supera el sectarismo de partido, la visión restringida de una lucha de todos contra todos y la exclusión a priori de todo aquello que no es “lo mío”.
 
En una compleja transición como esta, en la que se dilapidan demasiadas energías en trifulcas mediáticas que dejan rastro, es indispensable resituar las prioridades y el manejo de antagonismos en clave de juego democrático, comprometiendo al adversario en cada conflicto, colocando siempre el horizonte-país por encima de la pragmática de los intereses parciales, separando netamente la lógica de partido de la lógica de Estado (esta confusión es letal), abriendo el juego cada vez que la violencia ciega intenta cerrarlo. No estoy planteando una agenda utópica para un país extraterrestre. Lo que estoy argumentando está ya en la tradición democrática de muchos países, no estamos inventando el agua tibia. Lo curioso es que este ABC de la política parece un sueño dado el primitivismo de las prácticas y discursos realmente existentes.
 
Cambios inmediatos deben producirse. El desgaste de los discursos, la acumulación de extravíos, la pérdida de oportunidades por las que nadie responde, la elementalidad de las opciones que aparecen en escena, el diferimiento de grandes decisiones que marcarán lo que será Venezuela en los próximos 30 años, en fin, los enormes vacíos de visiones trascendentes en los operadores que ocupan la escena pública, suscitan una sensación de urgencia que ya no se puede colmar con las expectativas de 1999.
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