Crecemos fortaleciendo la región
27/07/2011
- Opinión
La elección de Ollanta Humala se produce en un contexto internacional que exhibe un capitalismo en crisis y protestas airadas contra las recetas de ajuste del FMI, el Banco Mundial y el Banco Central Europeo. Los “indignados” españoles afirman que esto “no es una crisis, es una estafa”. Estafa tanto política como económica, pues funciona privilegiando los intereses de las grandes empresas por sobre la voluntad popular. Y que lo que llaman democracia es “una explotación abierta, descarada, directa y brutal”, que en el Perú, lejos aún del buen vivir de los que protestan en España, Grecia, Portugal o Irlanda, se manifiesta en una distribución que, históricamente desigual, se ha vuelto grotesca y más ofensiva aun, teniendo en cuenta el fuerte crecimiento económico de los últimos diez años.
Ante este cuadro, Gana Perú propuso como tema central de su campaña disminuir la brecha social y crear estándares de vida que respeten la dignidad de la persona humana. No planteó una revolución, sino una idea cuya justicia se puede ver revelada en cualquier dato que extraigamos de la realidad local. Todos, hasta los más reacios a alterar el orden reinante, admitieron la validez de la respuesta a este diagnóstico social. Lo dijo la derecha por boca de PPK, Toledo o Castañeda; lo admitió el enmarañado fujimorismo y, por supuesto, lo gritó la izquierda.
Consumado el triunfo de Ollanta, la ya mermada racionalidad de los discursos dejó paso al animal visceral y clasista, y surgió la advertencia fundamentalista de que el modelo es intocable. El solo rozarlo alteraría el sistema nervioso de los inversionistas, y todo el sueño primermundista se derrumbaría. Ante esta perspectiva, la impenetrable piel de quelonios de los grupos de poder y su incapacidad para imaginar un mundo en el que la realidad no pueda ser manejada a su antojo, nos devolvió, en forma de vómito, una insultante interpretación de las características del pueblo peruano al que calificó de ignorante, más una larga serie de irreproducibles y repugnantes epítetos racistas.
Ésa es la derecha sin ilustración alguna que tiene rencores anticipados por lo que su paranoia incontrolable y su estúpido egoísmo ganaron a las formas que suelen guardar y nos pusieron frente al conjunto de dinosaurios con los que se deberá batallar para ganar las parcelas de poder que permitan realizar los cambios mínimos que aseguren el cumplimiento de las promesas electorales del presidente electo. Nadie espera traiciones a los discursos de campaña como las que perpetraron Fujimori y García.
Este cuadro se escenifica en una América del Sur liderada en su mayoría por gobiernos progresistas y poco afectos a subordinarse al orden pretendido por los Estados Unidos a través del Consenso de Washington y de un sustituto del ya fracasado ALCA. América del Sur apunta a la integración, y la integración está destinada a apuntalar la soberanía regional en un momento de la historia en el que la mayoría de los países del área observa un crecimiento sostenido, posee reservas internacionales altas y déficits fiscales casi inexistentes, además de haber ingresado a un periodo de producción y desendeudamiento. Todo indica que nuestro subcontinente ha adquirido conciencia del enorme poder que le otorga su fabulosa reserva de hidrocarburos, su también fabulosa reserva de agua potable —la más grande del planeta—, el crecimiento de su sector minero, su excepcional aptitud para la producción de alimentos y una capacidad tecnológica que progresa diariamente.
En esta especial coyuntura histórica, la integración regional renace con una fuerza que, basada ayer en la utopía, tiene hoy fundamentos no ya solo de utopía viable, sino también de proyecto en marcha. Los avances del Mercosur y de la Unasur son notables, y todos son conscientes de que la “integración significa hacer más sólida la posición financiera de los países, ampliar escala y competitividad, complementación productiva y mayor comercio. El desafío que se plantea es el de hacer fuerte a la región y el de hacerse fuerte en la región”.
La victoria de Ollanta Humala, y su posterior gira por los países del área, representa una esperanza más al proyecto integracionista. No será necesario, como algunos temen, renunciar a los TLC ya firmados, a menos que el país los halle lesivos a sus intereses. La integración significa incorporarse activamente al área a la que el Perú pertenece en el marco de un proyecto subcontinental que tiende a defender los intereses del conjunto de los pueblos que lo integran. Unidos somos una voz potente en el contexto internacional, fortalecemos nuestra capacidad de negociación y tenemos la posibilidad, como bloque, de reorientar las finanzas para que éstas estén al servicio del desarrollo productivo y no a la inversa.
Los modelos brasileño y argentino, que han logrado notables avances en materia de inclusión social, han tenido una respuesta electoral positiva. La sucesora de Lula llegó con pocos inconvenientes a la presidencia, y Cristina F. de Kirchner le lleva más de 35 puntos de diferencia a su más cercano rival. Todo indica que la actual Presidente de Argentina ganará en primera vuelta. Percibo que el Presidente electo del Perú no será ajeno a las experiencias sociales de estos dos países en los cuales su triunfo fue recibido con verdadero entusiasmo y que parecen dispuestos a profundizar los vínculos con el Perú en todos los órdenes en los cuales este país no esté impedido de hacerlo. La prudencia, que con tanto trabajo ha aprendido la izquierda moderna y democrática, debe ser el componente esencial del próximo gobierno peruano. El diálogo y la persuasión son las armas más eficientes que puede esgrimir. Disponer del aparato del Estado no siempre significa disponer del poder; éste se conquista con un trabajo más arduo y persistente que el que requiere un proceso eleccionario.
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