Mariscal de Mar del Plata

28/10/2010
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 “Señor emperador, no nos venga a patotear”. Con este lanzazo abrió el Mariscal Kirchner la Batalla de Mar del Plata. Desde entonces bajaron soles del Ande hasta su hombro y se posaron como pajarillos rojos a cantar milongas.
 
Usted compañero operario, usted paisano piquetero, madre de plaza de mayo, usted hijo de desaparecidos, usted camarada torturado, usted poeta exiliado, usted abuelo desamparado, niño del barrio pobre, gorrión de las favelas, muchacho melenudo de las poblaciones arruinadas, usted militante del sueño colectivo que irrumpe en canciones a gritos. Usted, quise decir vos, hermano combatiente imprescindible.
 
En tu corazón se detiene un verso de Gelman que incendia con su telúrica mirada los retratos colgados en el paredón de la ignominia. Callan las metrallas que antes enmudecieron alegrías y postergaron victorias. Haces yunta con Tejada Gómez para llevarle a Mercedes una voz volcánica que estalla en flores de tu patria niña.
 
Ya no más esclavos dadores de trigo y carne. Ya no más portería sin custodia ni pampino sin mañana. Ya no más ultrajes a la nación paridora de jardines gardelianos.
 
Vienen ríos helados del sur que somos. Vienen bandadas de pingüinos a danzar bajo la canícula del Caribe. El ardiente cielo en el cenit ecuatorial se abre como rosa del amanecer para dejar entrar tu espada con empuñadura de cóndores y filo de quetzales.
 
Cuando entráis en batalla, Mariscal, la unidad de los iguales se consuma. Así somos fuertes, como el compás de la chacarera, como la melancolía del tango.
 
Suenan dianas australes en el océano de los bandoneones. Las quenas se visten de huainos para emular la asfixia guevariana como silbido de las eternidades.
 
Se cruzan dos zambas en tu camino de lucha, una de los humildes y otra para no morir. La primera se encarga de garantizar que se cumpla la segunda. Adentro.
 
Al caer tu cuerpo en medio de los huracanes desatados por la ira del imperio, los de nuestra causa corren a sembrar la tierra con tus pasos, para que nazcan muchos como vos, que cuando miren la distancia por andar, ya tengan el horizonte en la mochila.
 
Las hienas ríen a carcajadas mientras el pueblo llora. Pero nuestro llanto no debilita nuestras ganas de historia, muy al contrario, las azuza como el viento a la leña en la fría noche patagónica.
 
Nuestro llanto sólo será rocío para la siembra que multiplica triunfos.
 
Tu amada tiene tu espada por ramo de duelos y una multitud en una sola mano apretada junto a su pecho adolorido. El río humano avanza lento como un Orinoco un Paraná un Amazonas que fluye espeso de recuerdos, denso de venas palpitantes, líquido de leguas al futuro.
 
Tu amada con sus dos soles nublados con sus dos críos sus brazos al vacío sus esperas al oscuro sus acechos soterrados sus amores represados. Le tocará la soledad de tu partida, la travesía de tu ausencia. Remará, remará, hasta llevar el penacho de realizaciones soñadas a la cima del cerro que besa el azul.
 
Tu amada, tu Patria jovial que canta y baila, te lleva de escudo y estandarte, te entona afinada e imponente, te bebe como espíritu de todo cuanto vale la pelea.
 
Por vencer honrando la palabra, por liberar la cualidad chamánica de los explotados, por rescatar los sueños del foso incoloro del capital, por mojar con el vino de la justicia el pan de la fe, te veneran las gentes buenas que combaten a tu lado.
 
Los más valientes soldados tienen lágrimas sobre las guerreras. Pero es cosa de horas que las batallas nos requieran. Las ganaremos por vos, Mariscal del Mar del Plata.
 
  Yldefonso Finol es Constituyente y Presidente de la Comisión Nacional de Refugiados
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