Santos y su política exterior con los vecinos
05/08/2010
- Opinión
La polarización impresa por Álvaro Uribe Vélez a la campaña presidencial que definiría su sucesor, luego de ocho años de Gobierno y de ser declarado inexequible por la Corte Constitucional su inocultable deseo de establecerse por cuatro años más en el solio de Bolívar, contrastó con la propuesta de Unidad Nacional esgrimida por el presidente electo, Juan Manuel Santos, tanto como las posturas de quienes fungieron durante la campaña como sus contradictores y competidores.
A saber, el profesor Antanas Mockus, con quien disputó la segunda vuelta, reconoció el triunfo de su oponente con un discurso más propio de la semántica andina que de la historia política colombiana: “independencia y deliberación”; tan sorprendente como la alocución de Rafael Pardo candidato del centenario y otrora Gran Partido Liberal: frente al nuevo Gobierno tendremos una “posición reflexiva”. No existe ningún error tipográfico, la “O” fue desaparecida del alfabeto liberal después de 12 años de deambular por el desierto de la oposición y la burocracia estatal. Gustavo Petro, quien en la primera vuelta representó los intereses de la izquierda macondiana puso la vara en el sitio más alto de la osadía política: “estamos dispuesto a hablar con Santos con base en tres puntos de nuestro campaña: la propiedad de la tierra, la Ley de atención a víctimas y el estatuto del agua”. Ante la tirria de la dirección del Polo Democrático, encantada de ser oposición per sécula, Petro se reunión dos días después con el Presidente electo, donde además fue testigo excepcional de la llamada de felicitación a Santos por parte de Barack Obama.
Las sorpresas no terminaron allí. Dos días después los presidentes Correa de Ecuador y Chávez de Venezuela, le llamaron para manifestar sus parabienes al Gobierno electo. El presidente electo de Ecuador estará presente en la posesión de Juan Manuel Santos.
El Presidente saliente, concentró un alto porcentaje de su Gobierno a minar la institucionalidad democrática del país mediante un discurso y una práctica coquetas con el mesianismo. Se fue lanza en ristre contra la Corte Constitucional, la Corte Suprema de Justicia y el aparato de justicia. La semana inmediata a su elección el presidente electo se reunió con las Cortes y avaló su trabajo y su independencia.
El mayor signo de cambio se manifiesta en la capacidad de haber armado una nueva coalición de Gobierno, en la que figuran partidos y políticos abiertamente opositores a Uribe y algunos de ellos víctimas del reaccionario y cerrado círculo de poder que ancló sus fueros en los dos últimos gobiernos en grupos económicos emergentes non santos aferrados a estructuras premodernas lejos del mundo empresarial (no tan santo) que regresa con Santos a gobernar.
En política exterior, no pocos analistas consideran que puede producirse una diferencia sustancial con un Gobierno como el de Uribe que, tras una opción unidireccional por relacionarse con los Estados Unidos, renunció a la historia económica, política y cultural de Colombia con sus vecinos en la frontera inmediata. Huelga decir que la adscripción de Uribe al coloso del norte tienen una amplia relación matizada con los postulados de los republicanos, las casa Busch y los halcones del Pentágono y no tanto con los círculos cercanos al presidente Obama.
El nombramiento de María Ángela Holguín para que asuma la Cancillería en el nuevo Gobierno, distancia a este del actual. Holguín renunció a la embajada ante la ONU en los inicios del Gobierno de Uribe denunciado públicamente las presiones del presidente para imponerle cuotas burocráticas para políticos en el exterior. La futura canciller es una diplomática de carrera con credenciales ampliamente reconocidas en el país y se recuerda muy especialmente las saludables relaciones entre Colombia y Venezuela cuando ella fungió allí como embajadora. Así lo reconoce el presidente Chávez.
A diferencia de la práctica exterior del Gobierno que termina, con Holguín el Gobierno entrante podría optar de nuevo por la diplomacia exterior como un bien público de los colombianos y no como un arsenal desde donde se increpa y dispara contra los vecinos, arguyendo el monopolio diplomático del Gobierno de turno. En esta direccional es más que deseable convocar al término de la distancia a la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores, conformada por los ex presidentes, cancilleres y miembros de las mesas constitucionales respectivas del Congreso, para encausar las relaciones en función de la “continuidad, la integralidad y el consenso”.
El postulado anterior desapareció de la diplomacia colombiana en tanto se impuso el criterio de “securitización” característico de los últimos ocho años, en desmedro de la natural actuación de la cancillería. Ello implicó que el presidente Uribe condujera la diplomacia Colombiana como un comando de asalto que enrareció las relaciones colombianas y que tuvo su culmen (en marzo de 2008) en el bombardeo a un campamento de las FARC en territorio ecuatoriano. En concordancia Uribe denostó de la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores y se atrincheró en una guardia pretoriana de publicistas, encuestadores y medios de comunicación; entre ellos, Juan Manuel Santos, entonces ministro de Defensa.
Es sabido en el ambiente diplomático regional que la canciller Holguín no compartió la utilización que de la OEA hizo el presidente Uribe para ventilar sus “denuncias” sobre la presencia de campamentos guerrilleros en Venezuela.
Al igual que su par de Venezuela, Uribe conduce de manera unipersonal el tema de relaciones exteriores. Pero mientras el venezolano se defiende y denuncian la regionalización que agencia el conflicto armado colombiano, la guardia de Uribe dedica su mayor energía en estar construyendo explicaciones en los foros y organismos internacionales.
La política exterior de Santos parece ir en otra dirección. Aunque en la campaña brilló el tema internacional por su languidez, el nuevo presidente entiende que seguir de espaldas a la comunidad regional internacional no tienen sentido. Los costos económicos anuales por las diferencias con Ecuador y Venezuela tramitadas en los micrófonos, por fuera de los lenguajes y las formas diplomáticas, que han suscitado la anormalidad en las relaciones, le han constado a Colombia decenas de miles de millones de dólares anuales. Los empresarios en público apoyan los “Intereses legítimos de Colombia” y en privado exigen reparación e indemnización por los altos costos.
La exigencia internacional por la vigencia y respeto del Estado colombiano a los derechos humanos es permanente. La no firma del Tratado de Libre Comercio (TLC), es fruto de los bajos estándares de cumplimiento a los mismos que denuncia la bancada del Partido Demócrata en el Congreso Estadounidense. Esta evidencia obliga a que la agenda del Gobierno de Santos apele a la “lucha por la Defensa de los derechos humanos como bandera de la política exterior” y “mantener la defensa de los derechos humanos con una agresiva campaña sobre la evolución de la seguridad y el flagelo del narcotráfico”[1]
Entendiendo la falta de credibilidad de la comunidad internacional en los mecanismo de justicia, verdad y reparación, esgrimidos por el Gobierno de Uribe para el acuerdo de desmovilización con los grupos paramilitares, Santos propone que “No descansaremos en la defensa jurídica del Estado en los tribunales internacionales como la Corte Penal Internacional, la Corte Interamericana de Derechos Humanos y en los litigios de fronteras”.
La relación con los vecinos se asemeja a un saludo a la bandera: “Mantendremos una visión solidaria y de futuro compartido con los países vecinos, dentro del respeto y la colaboración contra el crimen y el terrorismo”, sosteniendo una “una visión solidaria y de futuro compartido con los países vecinos, dentro del respeto y la colaboración”[2]
Es muy poco lo que puede concluirse de una propuesta electoral que no marca rumbos sino que busca votos. Existen oros documentos que marcan una hoja de ruta que podría seguir el presidente Santos. Veamos:
A expensas del actual Canciller se instaló la “Misión de Política Exterior Colombiana” [3]cuyo informe final tiene fecha de abril de 2010, documento que parte de reconocer que “el trabajo de la Misión…tiene especial importancia en la coyuntura actual, cuando la política exterior colombiana atraviesa uno de sus momentos más difíciles en mucho tiempo. El país enfrenta un complejo panorama con algunos de sus interlocutores. En el ámbito regional, la relación con Venezuela se deteriora cada vez más, mientras el vínculo con Ecuador está saliendo de una profunda crisis que aún no ha quedado del todo atrás. Otros países de la región observan con recelo la política exterior colombiana, mientras los más afines a las posiciones nacionales guardan una prudencia que raya en la indiferencia. Entre tanto, las relaciones con Estados Unidos principal referente internacional de Colombia, han entrado en una etapa de ambigua incertidumbre”.
Sólo para provocar la lectura del documento de la Cancillería me permito reseñar algunas de las propuestas señaladas por la Misión y que yo contextualizo con mis búsquedas en este texto, que de ser tenidas en cuenta por el futuro Gobierno, ayudará a que Colombia encause su ruta de encuentro con la comunidad internacional y muy especialmente con la región circunvecina:
1. Colombia debe hacer más plurales sus interlocutores y su agenda, hoy reducida a Estados Unidas bajo la lógica terrorismo-narcotráfico.
2. Para ello Colombia requiere una Política Exterior de Estado, fruto del consenso y no reducida al poder monopólico de los agentes del Gobierno de turno, como ocurrió en la administración Uribe.
3. Implementación de una política integral de derechos humanos, por vocación ética y apuesta humanitaria, más allá de compromisos que sólo buscan la renta de negocios internacionales.
4. Colombia debe insertarse de manera protagónica en los nuevos instrumentos regionales; esto pasa por reconstruir genuinamente su relación con Venezuela y Ecuador.
5. Suena ilógico que mientras Brasil se erige como una novedosa potencia mundial, para el Gobierno colombiano la frontera con el gigante suramericano no pase de ser una anécdota, mientras el Gobierno de Lula busca socios estratégicos para la implementación de la IIRSA en su búsqueda ingente de salida al Pacífico.
6. En su búsqueda fantasmal de la seguridad, Colombia debería auscultar caminos regionales como lo que se han propuesto desde UNASUR, sin menoscabo de las relaciones estratégicas con USA. El Gobierno del presidente Obama no parce ser el más interesado en materializar el acuerdo de las siete bases norteamericanas en Colombia; posibilitar una conferencia regional en torno al tema rompería el dique de desconfianza que se ha construido frente al tema. Este podría ser un tema adecuado para la cumbre de las Américas que se realizará en Colombia en 2012.
7. La inmensa biodiversidad colombiana debe ser tratada como agente estratégico de la nación. El Gobierno colombiano debe entender que los miles de kilómetros amazónicos y pacíficos que embellecen a Colombia son territorios para la conexión con el mundo y no meros teatros de operaciones militares.
P.D. ¿Será todo esto compatible con el video que navega por Internet dónde el entonces ministro de defensa Juan Manuel Santos, expresa: “Me siento orgulloso que la comunidad internacional vea a Colombia como la Israel de América Latina”?
- José Miguel Sánchez Giraldo es Educador popular Maestría en Estudios Políticos UASB-Quito
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