Claves del verdadero aislamiento argentino
01/03/2010
- Opinión
Sabido es que no hay relaciones diplomáticas que no persigan intereses concretos en un mundo movido por el capital y la suma de intereses. Tampoco es posible hoy hablar de una gran hermandad latinoamericana sin contradicciones, a pesar de nuestros pueblos haber pasado las mismas penurias, seguir siendo el “patio trasero” de las grandes potencias y haber sufrido saqueos y exterminios de sus pueblos originarios, entre otros padecimientos comunes. Pretender ello sería abonar una utopía latinoamericana que algunos de nuestros libertadores imaginaron, en la época en donde el enemigo era común y la ilusión de ser independientes todo lo podía.
Las relaciones entre los países de Latinoamérica tienen sus dificultades. Estas van desde asimetrías y disputas comerciales, de las cuales el Mercosur puede dar fe, hasta otras movidas por la expansión propia del capital (papeleras sí o no entre Argentina y Uruguay). También aparecen controversias que tienen que ver con límites fronterizos, algunos de los cuales fueron formalizados en la Corte Internacional de La Haya: el enfrentamiento que afrontan Nicaragua y Costa Rica por derechos de navegación del río San Juan y derechos anexos (2005) y, más recientemente, la que mantienen Perú y Chile, presentada por el primero, en busca de la delimitación marítima sobre el Pacífico. Entre otros conflictos, esto se suma al histórico reclamo boliviano a Chile por la salida al mar, lo cual llevó a la ruptura de las relaciones diplomáticas, y a la guerra entre Perú y Ecuador, de la cual Argentina formó parte con la vergüenza de la venta ilegal de armas.
A pesar de ello, las relaciones latinoamericanas han madurado en los últimos años saludablemente. Salvo el caso de Honduras, que ha recibido el repudio de toda la comunidad internacional, los gobiernos de Latinoamérica han conseguido consolidar sus democracias, dejando atrás las dictaduras que se extendieron por numerosos países de la región, en muchos casos promoviendo un clima hostil entre vecinos, donde el ejemplo más emblemático, quizás, sea el de Argentina y Chile cuando una eficaz mediación papal evitó el horror de la guerra. En la actualidad, los gobiernos han sabido interpretar, más allá de sus diferencias, que la mejor manera de enfrentarse a la dinámica del capitalismo global es estando unidos, con fructíferos lazos de integración expresados comercialmente a través de bloques económicos, o con avances sobre cuestiones puntuales: lucha contra el narcotráfico, cooperación, energía, etc. En este sentido, haber conseguido que en la última cumbre del Grupo Río en Cancún todos los países presentes se alineen detrás de la Argentina en su reclamo por la soberanía en Malvinas, debe considerarse como un logro diplomático de envergadura.
Respaldo a la soberanía argentina
El propio Presidente Lula, político destacado y recientemente condecorado como "estadista global" en el último Foro Económico Mundial celebrado en Davos, Suiza, hizo suyas las palabras con las cuales defendió la soberanía Argentina en las islas y hasta puso en cuestión la función de Naciones Unidas, que en todo este tiempo no pudo avanzar en una gestión que promoviera la negociación diplomática en torno a Malvinas, alentando la sospecha de una posible condescendencia con el Reino Unido por su condición de miembro permanente del Consejo de Seguridad, con capacidad de veto.
Menos diplomáticas, pero igualmente efectivas, fueron las palabras de Hugo Chávez pidiéndole a la Reina Isabel que devuelva las islas porque en el “siglo XXI el colonialismo se había terminado”. Y hasta el aliado norteamericano en la región, Álvaro Uribe, también suscribió a la declaración final en repudio al accionar británico. Con lo cual ya vemos que el posicionamiento a favor de la Argentina no remite únicamente a países con gobiernos ideológicamente afines al de nuestro país. El caso de Uribe y el de Piñera, con quien incluso hubo un acercamiento en esas jornadas, hablan a las claras de un posicionamiento de la región que respalda la posición argentina de reabrir las negociaciones por la soberanía de Malvinas, circunstancia que desde 1982 el Reino Unido se niega a hacer, violando de esta manera resoluciones de la ONU que obligan a un diálogo entre las partes, pero que ahora cuenta con un contundente reclamo de los países miembros tendiente a avanzar en ese sentido.
Enorme trascendencia, además, tuvo en la prensa internacional la declaración del Grupo Río. Los principales medios del mundo destacaron el respaldo a nuestro país. El diario The Guardian de Inglaterra publicó días atrás una columna de opinión de John Hughs, ex embajador británico en la Argentina, llamada “El fárrago de las Falklands”, donde sostuvo que sea cual fuere el resultado de esta nueva controversia, no cambiaría el hecho de que para los argentinos las Malvinas siempre serían argentinas, y destacó también la gestión de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner como promotores de que la cuestión Malvinas tenga un nuevo vuelo mediático y un perfil más alto. La repercusión a favor de la Argentina también se expresó en el reciente anuncio de Repsol-YPF de encarar una búsqueda de hidrocarburos a fines de este año en la cuenca Malvinas, en aguas profundas de la placa continental argentina.
Por supuesto que ello por sí sólo no constituye un elemento que pueda cambiar la situación. Además, no se debe perder de vista que la decisión de haber desencadenado una guerra debilita cualquier reclamo argentino, en la medida en que Gran Bretaña ha cortado toda posibilidad de diálogo desde entonces. Pero sí se ha logrado trasladar en el plano internacional una disputa que en el terreno diplomático, como bien aseguró Lula, estaba estancada ante la negativa británica de ceder a una negociación y la pasividad de Naciones Unidas para hacer cumplir sus propias resoluciones.
¿Cuál ha sido el verdadero aislamiento?
Todo ello pone en cuestión la tan mentada crítica al supuesto aislamiento de Argentina en el mundo. Pero ¿de qué aislamiento estamos hablando? ¿Será el que, años atrás, con el pretexto de evitarlo hizo que se abandonara la tradicional y prudente política de neutralidad argentina para formar parte de la Guerra del Golfo? Recordemos que esta situación no le ocasionó al país ningún beneficio económico ni político. Y mucho menos en lo relativo a Malvinas, donde EEUU, a quien se trató de seducir con el envío de tropas, siempre manifestó su apoyo a su tradicional socio, el Reino Unido, y por estos días acaba de convalidar su neutralidad, aunque el vocero del Departamento de Estado, Philip Crowley, dijo que su país reconoce el gobierno de los kelpers, lo cual equivale más o menos a decir que las islas le pertenecen al Reino Unido. Así se abandonó la tradicional postura argentina que ha contribuido en operaciones pacificadoras por todo el mundo, incluyendo El Salvador, Honduras, Nicaragua, Guatemala, Ecuador, Perú, el Sahara Occidental, Angola, Kuwait, Chipre, Croacia, Kosovo y Bosnia.
Esta visión que añora una inserción argentina en el mundo semejante a la de los ’90 fue ejemplarmente representada con la crítica que Arturo Valenzuela, Jefe del área de América Latina de la Casa Blanca, sostuvo sobre la famosa falta de seguridad jurídica de Argentina en su última visita al país. Muchos dirigentes locales se hicieron eco de esas palabras para criticar la manera en que la Argentina maneja su política exterior. Quienes la sostienen la vinculan con un supuesto desinterés del país por atraer inversiones, seducir a los mercados y priorizar los vínculos con sus vecinos latinoamericanos, buscando consolidarlos a través de instituciones con funciones a largo plazo, como Unasur, de manera de sostener un proceso de integración con organismos que excedan los gobiernos de turno y marquen una nueva agenda en la política exterior latinoamericana, donde los países puedan renovar sus potencialidades para proteger mejor sus recursos y hacer más sólidas sus economías.
Ahora bien, ¿cuál ha sido el verdadero aislamiento argentino? Desde nuestro punto de vista, el que se ha impuesto desde el siglo XIX con el triunfo ideológico de la Argentina como granero del mundo y donde “cultivar el suelo es servir a la patria”. Nuestra experiencia histórica y la de las grandes potencias demuestran que pretender evitar el aislamiento económico dinamizando exclusivamente un sector de la economía no constituye una vía genuina de desarrollo. Por el contrario, nos ha colocado en la periferia del mundo y condenado a un aislamiento que, desde lo ideológico, se sostuvo con la fantasía de la racionalidad superior de los mercados por sobre la necesaria intervención del Estado en la economía.
Salir de ese aislamiento será un proceso largo no exento de tensiones, en donde entre otras cosas habrá que apelar a la estabilidad, la solvencia y el crecimiento fortaleciendo nuestros recursos científicos y tecnológicos. Pero será necesario sostenerlo, junto con una eficaz gestión diplomática, pues allí residirá, quizás, la mayor esperanza de recuperar Malvinas.
- Arturo Trinelli es Lic. en Ciencia Política (UBA)
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