Días de abril, días de furia...

13/04/2003
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Cada vez que recuerdo esos "azarosos " días, me asaltan millones de preguntas que aún no logro responder. Me asalta el asombro, el temor, la incertidumbre. Me asalta la sinrazón. Cómo explicarme, cómo explicar a Venezuela, cómo explicar ese pedazo de historia que nos partió en un antes y en un después, que no termina de llegar, porque abril ha sido un largo mes que no concluye, porque en diciembre, volvimos a estar en abril, con su carga de terrorismo mediático, con esa sensación de que el país se nos caía a pedacitos y casi lo sentía: plin-plin, y ahora sé que no era metafórico, era real: en uno de esos días, nuestra producción y nuestra exportación petrolera llegó casi a cero. Cómo entonces, decía, abordar el transcurrir de estos 365 intensos días, inmersa en medio de este largo enfrentamiento de baja intensidad, como alguna vez lo definió Chávez, si la memoria no me falla. Cómo abordarlo en medio de esta absurda guerra contra Iraq que hoy conmueve al mundo -o a casi todo- y que nos hace sentir que el hombre, mil años después, no ha aprendido nada ¿Cómo? En abril, un gran número de venezolanos sufrimos algo que solo conocíamos por referencia, pero ahora nos tocaba vivir: un golpe de estado. En mi caso, la historia más inmediata era el golpe contra Allende, que lo sentimos y los padecimos como si fuera nuestro. Pero nunca es igual. Chile nos marcó y dejó en nosotros la convicción de que algo así jamás debería pasar aquí, pero como siempre, la realidad supera a cualquier imaginación. Lo que vimos y sentimos esas 48 horas fue un abreboca de lo que hubiésemos vivido de no haber regresado el presidente Hugo Chávez, de haber triunfado la carmonada. Los días previos al golpe, la tensión era de tal magnitud que hasta dormir era una odisea, sin saber, sin tener idea de qué República tendríamos cuando despertáramos. Más de una vez tuve casi la certeza de que no amanecíamos y recordaba la frase de Cabrujas cuando afirmaba que Venezuela era como una equivocación en la historia, en el sentido de que aquí pasan muchas cosas que escapan a cualquier explicación medianamente racional, cómo sino es así, entender lo que pasó y lo que pasa: este intento fascista de acabar con un gobierno que ha sido legitimado en más 7 proceso electorales, irrespetando todo: constitución, voluntad popular, instituciones, legitimidad, todo. Cómo si no es así, entender el acto irracional de querer acabar con Venezuela, Cómo si no es así, entender que la oposición no sepa diferenciar entre Estado y Gobierno, destrozando y arrasando lo más vital de nuestra economía ¿Cómo? Luego vino el 13 de abril, maravilloso número, que nos enseñó una de las más intensas lecciones de dignidad y valentía que nos ha sido dada vivir. Ver cientos, miles de rostros, congregarse frente al diario Panorama (en contraste con el resto del país, que se reunió frente a la plaza Bolívar) en un gesto de intuición sinigual, sin ningún tipo de convocatoria previa, sabiendo que la historia no había terminado, que apenas comenzaba, que la estábamos escribiendo y que, además era totalmente inédita. La historia universal de los golpes de estado no registra nada similar, por lo menos en América Latina: el regreso al poder, en menos de 48 horas, de un presidente derrocado. Tal vez tenga razón Ramonet cuando afirma que Venezuela siempre ha tenido un rol precursor en la historia. Hoy, a 12 meses de esas angustias y de esas alegrías, sé que hay muchos aprendizajes por asimilar, pero creo que uno de los más importantes es que la voluntad popular debe ser respetada por encima de todo, que debemos esforzarnos por entender lo que a favor de la República se fragua diariamente a lo largo y ancho de esta tierra de gracia, ante lo cual hace falta conocer y entender a estos nuevos saberes, sin gríngolas, ni cortapisas. Ese es el verdadero reto, comprender (comprendernos) a Venezuela a la luz de estas nuevas realidades, de estas nuevas circunstancia, entendernos a nosotros, que –después de abril- ya no somos los mismos.
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