Las tres paradojas del crecimiento económico

04/09/2009
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Sebastián Piñera ha prometido un incremento del 8 % anual del PIB durante su eventual administración. La viabilidad de esta promesa no toma en cuenta la crisis financiera, que augura una muy lenta recuperación, el establecimiento de nuevos controles a las burbujas especulativas y presupone que el modelo chileno posee condiciones para volver a crecer a tasas que solo se han visto a inicio de los noventa. Para la derecha el crecimiento económico constituye su gran obsesión, pero los demás candidatos también parecen aceptar que el crecimiento es una condición ineludible para avanzar en los objetivos de desarrollo. El lema de la campaña de Frei “Vamos a vivir mejor”, parece ir en esa dirección. Y entre el electorado se ha hecho carne la tan citada reflexión de Deng Xiaoping: “A mí no me importa si el gato es blanco o negro, lo único que me interesa es que cace ratones”.

Frente a esta mirada, se suele oponer una sola objeción. Se trata de la contradicción distributiva, que apunta a la incapacidad del modelo para redistribuir la riqueza que se logra representar en los indicadores del PIB. Por ejemplo, la CEPAL ha planteado que "aunque en Chile el ingreso per cápita casi se duplicó entre 1990 y 2007, el ingreso autónomo del 20% más rico de la población supera en más de trece veces al del 20% más pobre". Permanece intacto el “casillero vacío” al que se refería Fernando Fajnzylber en los ochenta, en referencia a un modelo que permita crecimiento económico y a la vez una justa y equitativa distribución de la riqueza. Como respuesta los gobiernos latinoamericanos han implementado programas de transferencia condicionada de renta bajo nombres diversos. Si bien estas políticas sociales han permitido disminuir la pobreza estadística de forma significativa, no han logrado reducir la vulnerabilidad de amplias franjas de población que ante un escenario de adversidad económica puede retroceder a situaciones ya superadas. Para avanzar en la resolución de la contradicción distributiva se requiere de un nuevo pacto fiscal, sobre la base de reformas tributarias progresivas que impidan que la desigualdad sea como ahora, más alta luego de la recaudación de impuestos que antes de su aplicación. Esto implica eliminar impuestos indirectos de carácter regresivo, lo que obliga a discutir tanto sobre el nivel de la carga tributaria como la composición de la misma, ya que ambos elementos tienen efectos distributivos.

La paradoja distributiva no es la única que acecha al crecimiento chileno. La segunda contradicción radica en la composición misma de ese crecimiento que podemos caracterizar como la paradoja del crecimiento empobrecedor. No es un misterio que muchas actividades económicas altamente destructivas aportan una cuota muy significativa al crecimiento del PIB de un país. El narcotráfico, el armamentismo, las redes de prostitución, el consumo de productos tóxicos y las redes delincuenciales son un ejemplo muy obvio. Pero además de estos datos podemos pensar que el crecimiento de un país como el nuestro suele basarse en un concepto de competitividad espuria, basada en devaluaciones, reducciones de los salarios reales, en el recorte de los estándares laborales, menores exigencias medioambientales, etc. Existiría un “crecimiento bueno” y un “crecimiento malo” y el desarrollo consistiría en potenciar un crecimiento virtuoso y minimizar el crecimiento dañino. Esta segunda mirada no logra contener una tercera contradicción: la paradoja del crecimiento insustentable. Se trata de un dato que cada vez es más evidente, ya que el crecimiento económico está por encima de la capacidad de regeneración natural del planeta. Lo que un candidato responsable debería proponer es un modelo de decrecimiento entendido como una disminución controlada y consciente que se anticipe a los efectos devastadores de procesos como el cambio climático, y las crisis energéticas y alimentarias para que estos cambios inevitables sean menos traumáticos.

Hacer campaña con la bandera del PIB solo se tiene en cuenta el aumento de la producción y la venta de bienes y servicios sin considerar el bienestar, la salud de las personas, los ecosistemas y los desequilibrios climáticos. Un candidato inteligente preferiría emplear otros índices como el Indicador de Desarrollo Humano, el Índice de Desempeño Ambiental o la Huella ecológica. Ha llegado el momento de plantear un modelo de desarrollo sostenible que garantice una creciente calidad de vida para el conjunto de la humanidad, sin comprometer la calidad de vida de las generaciones venideras, ni la conservación del planeta. Ello puede significar decrecimiento económico, medido en términos del PIB, pero a la vez un aumento en la calidad de vida. Sumak Kawsay, en quechua, Suma Qamaña en Aymara, Ñandereco en guaraní, Kümelen en mapudungun, Vivir Bien en castellano. Una propuesta que deja atrás el “vivir mejor” para aprender a vivir con menos, pero con dignidad.

 

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