Manifiesto por los “productos” de primera necesidad

01/03/2009
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Con absoluta solidaridad y sin ninguna reserva saludamos al profundo movimiento social que se ha instalado en Guadalupe, luego en Martinica y que tiende a expandirse a Guyana y a la isla de la Reunión.
 
Ninguna de nuestras reivindicaciones es ilegítima. Ninguna es en sí misma irracional y sobre todo no más desmesurada que los engranajes del sistema que enfrenta. Ninguna podría ser ignorada por lo que representa, ni por lo que implica en relación con el conjunto de las demás reivindicaciones, porque la fuerza de este movimiento es haber sabido organizar sobre una misma base lo que hasta entonces se hallaba disperso, y aún más aislado por la categórica ceguera – luchas hasta ahora inaudibles en las administraciones, los hospitales, las escuelas, las empresas, las comunidades territoriales, en el mundo de las asociaciones, de los profesionales artesanales o liberales…
 
Pero lo más importantes es que la dinámica del Lyannaj (1) – que consiste en unir, reunir y relevar todo lo que era insolidario – se basa en que el verdadero sufrimiento de las mayorías (enfrentado a concentraciones económicas, ententes y ganancias delirantes) se junta con aspiraciones difusas, aún inexpresadas pero muy reales, entre los jóvenes, las personas mayores, olvidados, invisibles y otros sufrimientos indescifrables de nuestras sociedades.
 
La mayor parte de los que manifiestan masivamente descubren (o comienzan a recordar) que se puede enlazar lo imposible o quitarle a la fatalidad el trono a nuestro renunciamiento.
 
La huelga legítima.
 
Esta huelga es por lo tanto más que legítima, es más que bienhechora y los que desertan, los que contemporizan, los que tergiversan, fracasando en la formulación de propuestas decentes, se disminuyen y se condenan.
 
Desde ya, detrás del prosaico “poder de compra” o de la “canasta básica” se perfila lo que esencialmente nos falta y da sentido a la existencia, a saber: lo poético. Toda la vida humana se articula por un lado con las necesidades inmediatas del beber-sobrevivir-comer (en síntesis: lo prosaico)y por el otro con la aspiración hacia la plenitud personal, hacia donde el alimento es la dignidad, el honor, la música, los cánticos, los deportes, el baile, la lectura, la filosofía, la espiritualidad, el amor, el tiempo libre destinado a poder cumplir con los más íntimos deseos ( en síntesis: lo poético).
 
Como propone Edgar Morin, el vivir por el vivir, ya que no se logra ninguna plenitud viviendo para uno mismo sin dar vida a lo que amamos, a los que amamos, a los imposibles a la superación a la que aspiramos.
 
El “aumento de los precios” o “la carestía de la vida” no son diablitos “ziguidi” que surgen ante nosotros espontáneamente crueles o del muslo de algunos seres mitológicos.
 
Son el resultado de la dentición de un sistema en el que reina el liberalismo económico. Un sistema que se ha adueñado del planeta, pesa sobre la totalidad de los pueblos y preside todo lo imaginable - no como “depuración étnica” sino más bien como una especie de “depuración ética” (entendida como: desencanto, desacralización, desimbolización y hasta deconstrucción) de todo lo humano.
 
Un sistema que ha confinado nuestras existencias en individualizaciones egoístas que suprimen todo horizonte y nos condenan a dos profundas miserabilidades: ser “consumidor” o ser “productor”.Un consumidor que solo trabaja para consumir lo que produce su fuerza de trabajo convertida en mercancía; y un productor que reduce las perspectivas de su producción a las del provecho sin límites a través de fatasmagóricos e ilimitados consumos.
 
Este conjunto se proyecta en una socialización anti-social, de la que hablaba André Gorz y en donde lo económico se vuelve finalidad en sí mismo y desecha el resto. Mientras que lo “prosaico” no se abre a lo “poético” y se convierte consumiéndose en su propio fin, tenemos la tendencia a creer que nuestras aspiraciones vitales y su necesidad de encontrarles sentido, pueden alojarse en los códigos de barras que constituyen “el poder de compra” o “la canasta de alimentos”. Y lo que es peor aún terminamos por creer que la virtuosa gestión de las más intolerables miserias forma parte de una política humana o progresista.
 
Resulta entonces urgente agregar a los “productos de primera necesidad” otra categoría de productos o de factores que reflejarían resueltamente una “gran necesidad” Por esta idea de “gran necesidad” convocamos a tomar conciencia sobre lo poético ya puesto en marcha en un movimiento que más allá del poder de compra, señala una real exigencia existencial, un profundo llamamiento a lo más noble de la vida
 
Veamos ahora ¿qué incluir entre los “productos” de gran necesidad?
 
Todo lo que constituye el corazón de nuestro sufriente deseo de ser pueblo y nación, de introducirnos con dignidad en el gran escenario del mundo, algo que no se encuentra hoy en día en el seno de las negociaciones en Martinica y Guadalupe y muy pronto sin duda en Guyana y en la Reunión.
 
En
primer término no existirían avances sociales conformes consigo mismos. Todo avance social no se concreta verdaderamente sino a través de una experiencia política que aprende sus lecciones estructurantes del pasado.
 
Este movimiento ha puesto de relieve el trágico desmigajamiento institucional de nuestros países y la falta de poder que le sirve de esqueleto. Lo “determinante” o lo “decisivo” se consigue mediante viajes o por teléfono. La competencia solo llega a través de emisarios. El descaro y el menosprecio transitan todos los niveles. La distancia, la ceguera y la deformación presiden los anáisis.
 
El embrollo de los seudo poderes Región-Departamento –Prefecto, como la llamada asociación de alcaldes, han demostrado su impotencia y hasta su desmoronamiento cuando surge una reivindicación masiva y seria en una entidad cultural histórica y humanamente distinta de la de la metrópolis administrativa, pero jamás ha sido tratada como tal. Los eslogans y las reivindicaciones han saltado por sobre nuestros “presidentes locales” para exigir más lejos. Qué lástima! Cualquier victoria social que se obtuviese de este modo, reforzaría nuestra asimilación y por lo tanto afirmaría nuestra inexistencia en el mundo y nuestros seudo poderes.
 
Este movimiento debe florecer en una visión política, que debería abrirse a una fuerza política renovadora y con proyecciones que nos permitan acceder a nuestras propias responsabilidades a través de nosotros mismos y a nuestro propio poder sobre nosotros mismos. Y aunque este poder no resolviera verdaderamente ninguno de esos problemas, nos permitiría por lo menos abordarlos con sana responsabilidad, y en consecuencia a tratarlos más que en consentir a subtratarlos.
 
El tema “bekée” y el de los ghetos que surgen aquí y allá, constituye un pequeño problema que se puede solucionar mediante responsabilidades políticas endógenas. El de la distribución y protección de nuestras tierras también. El de la opción preferencial por los jóvenes también. El de la Justicia o la lucha contra los flujos de la droga lo exige ampliamente… El déficit de responsabilidades genera amargura, xenofobia, temor del otro, reducción de la confianza en sí mismo… El tema de la responsabilidad es por lo tanto de “gran necesidad”.
 
Es en la irresponsabilidad colectiva en donde se bloquean las actuales negociaciones. Y es en la responsabilidad en donde se hallan la creatividad, la invención, la flexibilidad, la necesidad de encontrar prácticas soluciones endógenas. Es en la responsabilidad en donde el éxito o el fracaso se convierten en verdaderas experiencias y en madurez. Es con responsabilidad que se llega más rápidamente y más positivamente adonde se halla lo esencial, tanto en las luchas, como en las aspiraciones y los análisis.
 
Además, existe gran necesidad de comprender el oscuro e indesenredable laberinto de los precios (márgenes, submárgenes, comisiones ocultas y ganancias indecentes) inscripto en un sistema mercantil liberal, extendido por todo el planeta con la fuerza ciega de una religión.
 
Precios que se hallan igualmente insertos en la colonial absurdidad que ha deformado nuestra forma de comer, nuestro ambiente inmediato y nuestras realidades culturales, para dejarnos librados plenamente a las modas alimentarias absolutamente europeas. Es como si Francia hubiera sido formateada para importar toda su alimentación y sus productos de primera necesidad desde miles y miles de kilómetros.
 
Negociar en este absurdo marco colonial con una insondable cadena de operadores y de intermediarios podrá mejorar talvez algunos sufrimientos en lo inmediato; pero el ilusorio bienestar que generen esos acuerdos será rápidamente barrido por el principio del “mercado” y por todos los mecanismos que crean una nube de voracidades (y por lo tanto de beneficios nutridos por el “espíritu colonial” y regulados a la distancia) que las primas, los arreglos virtuosos, los congelamientos, las rebajas oportunistas, los tecleos irrisorios de las concesiones marítimas, no podrían encauzar.
 
Víctimas de un confuso sistema, globalizado.
 
Nuestro vivir caribeño tiene gran necesidad de nuestras importaciones-exportaciones vitales, de una manera americana de pensar en la satisfacción de nuestras necesidades, de nuestra autosuficiencia energética y alimentaria: La otra gran necesidad es enrolarse en una oposición radical al capitalismo contemporáneo que no es una perversión sino la cumbre histérica de un dogma.
 
La gran necesidad es intentar sentar inmediatamente las bases de una sociedad no económica en la que la idea del desarrollo en continuo crecimiento sea desechada a favor de la del florecimiento; en donde el empleo, el salario, el consumo y la producción conformen lugares de creación y de perfeccionamiento humano.
 
Si el capitalismo ( puro en sus principios ) ha creado este Frankestein consumista que se reduce a una cesta de necesidades, engendra también lamentables “productores” – jefes de empresas, emprendedores y otros profesionales asociados e ineptos - incapaces de estremecerse ante el sufrimiento y la imperiosa necesidad de otro imaginario, político, económico, social y cultural. Y aquí no existen campos diferentes.
 
Somos todos víctimas de un sistema confuso, globalizado que debemos enfrentar juntos. Obreros y pequeños empresarios, consumidores y productores, llevan en algún lugar dentro de sí, silenciosa pero irreductiblemente, esta gran necesidad que es preciso despertar, a saber: vivir la vida, y la propia vida, en constante elevación hacia lo más noble y la mayor exigencia y en consecuencia hacia el mayor florecimiento. Lo que significa vivir la propia vida, una vida plena de amplitud poética.
 
Podemos poner a los grandes distribuidores de rodillas comiendo sano y diferente
Podemos desterrar al olvido a las compañías petroleras rompiendo con los automóviles.
Podemos detener a las empresas de distribución de agua y sus precios exorbitantes
 
Es imposible vencer ni superar lo prosaico manteniéndonos en la caverna de lo prosaico, es necesario abrirse a lo poético, en austeridad y sobriedad. Ninguna de esas instituciones tan arrogantes y poderosas de hoy en día (bancos, empresas transnacionales, grandes centros de compras, empresarios de la salud, de los teléfonos móviles, etc.) no sabrían cómo ni podrían resistir.
 
En relación a los salarios y al empleo. También ahí debemos precisar la gran necesidad. El capitalismo contemporáneo reduce los salarios a medida que aumenta su producción y su ganancia. La desocupación es consecuencia directa de la reducción de su necesidad de mano de obra. Cuando se deslocaliza no es para lograr mano de obra abundante, sino para buscar una mayor disminución en sus erogaciones salariales. Toda reducción salarial genera ganancias que se incorporan inmediatamente al juego de la finanzas. Reclamar un aumento de salario en conscuencia no es nada ilegítimo: es el comienzo de una distribución equitativa que debe hacerse mundial.
 
En cuanto a la idea del “pleno empleo” nos ha sido remachada en nuestro imaginario sobre la base de las necesidades del desarrollo industrial y las depuraciones éticas que lo han acompañado.
 
El trabajo se hallaba inscripto en un principio en un sistema simbólico y sagrado (de orden político, cultural, personal) que definía su amplitud y su sentido. Bajo la conducción capitalista ha perdido su sentido creativo y su virtud floreciente mientras iba convirtiéndose, en detrimento de todo el resto, en simple “empleo” y en única columna vertebral de nuestra semana y de nuestros días.
El trabajo terminó de perder toda su significación cuando se convirtió en una simple mercadería y se dispuso a orientarse solamente al consumo. Estamos actualmente en el fondo del abismo.
 
Debemos reinstalar el trabajo en el seno de lo poético. Tan descarnado, tan penoso como sea debe volver a ser un lugar de realizaciones, de invención social y de construcción de uno mismo o en todo caso un instrumento secundario junto a otros.
 
Existen miles de actividades, de talentos, de creatividades, de locuras bienhechoras que se encuentran actualmente esterilizadas y víctimas del desempleo estructural del capitalismo. Aun cuando logremos desembarazarnos del dogma mercantil, los avances tecnológicos (volcados hacia la sobriedad y al decrecimiento selectivo) nos ayudaran a transformar el valor-trabajo en una especie de arco iris, que irá desde ser un accesorio simple y útil hasta la ecuación de una actividad de gran incandescencia creadora.
 
El pleno empleo no será ya prosaico productivismo, sino que encarará la creación sobre la base de la socialización, de la autoproducción, en tiempos libres, en tiempos muertos que permitirán la solidaridad, el compartir, el apoyo a los más desfavorecidos, las revitalizaciones ecológicas de nuestro ambiente… encararemos “ todo aquello que hace que la vida valga la pena de ser vivida” habrá trabajo e ingresos ciudadanos en todo lo que sea estímulo, en lo que ayuda a soñar, a meditar y que se abra a las delicias del ocio, que instale la música, que sugiera caminatas, en el país de los libros, de las artes, del canto, de la filosofía, del estudio o del consumo de gran necesidad que abre la puerta a la creatividad.
 
En valores poéticos no existen ni el desempleo ni el pleno empleo ni asistencialismo, sino autoregeneración y autoreorganización, pero desde lo posible hasta el infinito para todos los talentos, todas las aspiraciones. En valores poéticos el PBI de las sociedades económicas refleja toda su brutalidad.
 
He aquí nuestra primera contribución a las mesas de negociación y a sus prolongaciones: que el principio de gratuidad sea impuesto a todo lo que permite desembarazarse de las cadenas, ampliar la imaginación, estimular las facultades cognitivas, el alcance la creatividad para todos, el desarrollo del espíritu.
 
Que sea ese espíritu el que muestre el camino hacia los libros, los cuentos, el teatro, la música, la danza, las Artes visuales, el artesanado, la cultura y la agricultura.. que se inscriba en la entrada de los jardines maternales, las escuelas, los liceos los colegios, las universidades y todos los lugares de conocimiento y formación… Que abra a las tecnologías, nuevos usos creativos y el ciberespacio.
 
Que favorezca todo lo que ayude a entrar en Relación (encuentros, contactos, cooperación, interacción, vagabundeos que orientan) con las imprevisibles virtualidades del mundo entero… Es la gratuidad la que permitirá a las políticas públicas sociales y culturales definir la amplitud de la excepción. Es a partir de ese principio que deberemos imaginar escalas no comerciales que vayan desde lo totalmente gratuito a la participación reducida o simbólica, del financiamiento público al financiamiento individual y voluntario. Es en principio la gratuidad lo que debería instalarse en nuestras nuevas sociedades y en nuestras imaginadas solidaridades…
 
Hacemos un llamado a la gran política, al arte de la política.
 
Proyectemos nuestro imaginario hacia las grandes necesidades hasta que la fuerza del “Lyannaj” o del bienestar en conjunto, no dependa más de una canasta de alimentos, si no la preocupación desmultiplicada de la plenitud de la idea de lo humano.
 
Imaginemos juntos un marco político de plena responsabilidad, en las sociedades guadalupana, martinicana, guyanesa y reunionesa, participando soberanamente en las luchas planetarias contra el capitalismo y un mundo ecológicamente nuevo.
 
Aprovechemos esta nueva conciencia, vivamente abierta para que las negociaciones se nutran, prolonguen y se abran como un florecimiento sobre todos, sobre estas naciones que son las nuestras.
 
Apelamos pues a estas utopías en las que la Política no se reducirá a la administración de inadmisibles miserias ni a la regulación de salvajadas del “mercado” sino que encontrará su esencia al servicio de todo aquello que otorga un alma a lo prosaico superándolo o instrumentalizándolo de la manera más estrecha.
 
Convocamos a la gran política, al arte de la política que instala al individuo en su relación con el otro, en el centro de un proyecto común en el que reina lo que la vida tiene de más exigente, más intenso y más brillante y por lo tanto más sensible a la belleza.
 
Así, queridos compatriotas, desembarazándonos de los arcaísmos coloniales, de la dependencia y del asistencialismo, inscribiéndonos decididamente en el florecimiento ecológico de nuestro países y del mundo futuro, oponiéndonos a la violencia económica y al sistema mercantil, naceremos al mundo con una visibilidad tomada del postcapitalismo y de una relación ecológica global con un planeta en equilibrio…
 
He aquí pues nuestra visión: pequeños países, a menudo en el corazón del nuevo mundo, a menudo inmensos por ser los primeros ejemplos de sociedades postcapitalistas capaces de poner en marcha el florecimiento humano que se inscribe en la horizontal plenitud de lo viviente. (Traducción Susana Merino).

Ernest Breleur, Patrick Chamoiseau, Serge Domi, Gérard Delver, Edouard Glissant, Guillaume Pigeard de Gurbert, Olivier Portecop, Olivier Pulvar, Jean-Claude William

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