Se halla en juego la inteligencia de la fe cristiana

07/01/2009
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Por lo menos dos modelos de cristianismo están en ambigua confrontación ahora en Bolivia. Aquel que tiene su origen en el movimiento mismo de Jesús.  Un movimiento que emerge dentro del Imperio romano, desde los pobres y los esclavos. Un movimiento, por tanto, crítico y mesiánico; porque no sólo identifica las estructuras, las mentalidades y las actitudes que someten a los pobres (los “otros”) a vivir ajenos a lo humano, sino también porque encarna una esperanza que siendo escatológica es además un postulado ético-político: el reino. “El reino de Dios está cerca”, eran las primeras palabras de Jesús a su pueblo. Tan cerca que no bastaba con aceptarla para que se haga realidad, era necesaria además una urgente, profunda y significativa transformación (conversión) en el sujeto y en todo su horizonte cultural.  Una transformación que tenía como referencia el “sufrimiento de las víctimas”. Ante la interpelación “¿quién es mi prójimo?”, o más bien, ¿quién hace la experiencia de proximidad?, nace la responsabilidad pública y política por el/la Otro/a (por las víctimas). Esta experiencia da origen al cristianismo de las pequeñas comunidades, de lo comunitario, de lo común, tal como lo relata Pablo en los Hechos.

El otro modelo de cristianismo (al que en la historia se denomina cristiandad)  comienza desde que Constantino I puso fin, con el “Edicto de Milán” el año 313, a la persecución de los cristianos, reconociendo legalmente al cristianismo en el Imperio romano, y con ello largos años de libertad de culto. Con el “Edicto de Tesalónica” el año 380 se impuso que la religión oficial para todos los pueblos del Imperio sea la que “el divino apóstol Pedro dio a los romanos”, la religión Católica. Desde entonces la institución eclesial ha negociado su situación preferencial a cambio de dar al Imperio la legitimación divina. Este modelo de cristianismo, basado en su vínculo con el poder y en la acumulación de privilegios, además de ser la primera traición al movimiento de Jesús, ha desarrollado su propia teología y su propia religiosidad, asentada en la mantención del orden, en la obediencia a la ley y en la continuidad de una moralidad  intimista. Una surte de “tradicionalismo” que desde algunas mentalidades es pecado cuestionar.

Ayer una expresión desesperada de este último modelo de cristianismo se ha hecho visible en Sucre. Además de revelarse como un cristianismo fácilmente manipulable por un grupo de políticos conservadores, que entienden que la defensa de su fe es la defensa de sus privilegios, se muestra también como un cristianismo con una fe carente de inteligencia. El Papa  Benedicto XI reafirmaba que “no actuar según la razón, según el logos, es contrario a la naturaleza de Dios”. La inteligencia no significa picardía ni erudición, significa compromiso con un tiempo y con un sujeto histórico. Significa hacerse carne (encarnarse) en ese tiempo y en ese sujeto para acompañar su transformación. Algo que muchos/as cristianos/as no están dispuestos a hacer como no lo estuvo el “joven rico” a quien Jesús invitó a entregarlo todo a los pobres para tener vida en plenitud, o más bien, a dejar de “vivir mejor” para “vivir bien”.

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