Arenas movedizas
Los escenarios de la guerra contra Iraq
21/10/2002
- Opinión
La noción de guerra preventiva promovida por la Casa Blanca para
justificar su obsesión iraquí hace pensar en un chiste polaco del
tiempo de Jaruzelski. Dos militares patrullan para hacer respetar el
toque de queda que está por empezar. Ven a un hombre que cruza la
calle. Uno de los militares le dispara y lo mata. Su compañero se
sorprende: "¿Porque hiciste eso?, faltan quince minutos para el
inicio del toque de queda". "Es que conozco al tipo -contesta el
otro-. Vive demasiado lejos, no hubiera llegado a su casa a tiempo".
A pesar del juego de tira y afloja entre Washington y Naciones Unidas
y de las medias concesiones hechas a Francia -en caso de
incumplimiento iraquí con las exigencias de la ONU, no habría recurso
automático a la fuerza sin nueva consulta al Consejo de Seguridad-,
la administración Bush dejó claro que el Consejo tiene derecho a
"considerar" el caso, no a "decidir" sobre este.
Mientras tanto, desde mediados de septiembre, los bombarderos
norteamericanos y británicos se ensañan contra los centros de comando
de la defensa aérea iraquí en el sur del país. La elección de los
blancos de estos ataques parece señalar que el Pentágono está
preparando el terreno para sus fuerzas terrestres.
¿Guerra por el petróleo?
Con un gabinete tan vinculado con las grandes petroleras como el de
Bush, los motivos de esta obsesión parecerían evidentes. El control
de los recursos iraquies (11% de las reservas mundiales) podría
proveer la mitad de los 20 millones de barriles diarios que necesita
EE. UU. permitiéndole reducir su dependencia de Arabia Saudita, con
la que ciertos sectores de la administración Bush abogan un
distanciamiento político desde el 11 de septiembre.
Sin embargo, las cosas son más complejas. La infraestructura
petrolera de Iraq está muy deteriorada y su acceso al mar es
incómodo, mientras los sauditas son los únicos en disponer de una
enorme capacidad inutilizada que les permite duplicar su producción
en cualquier momento para responder a bruscas variaciones de la
demanda. Con su poderoso lobby y sus vínculos personales con los
barones del petróleo (incluidos Bush y Cheney), los jeques pueden
contrarrestar la influencia excesiva de los ideólogos vinculados con
la derecha sionista israelí presentes en las filas de la
administración Bush.
Fantasías geopolíticas
En realidad, el proyecto de estos ideólogos responde más a
consideraciones geoestratégicas, aunque sí pueden tener consecuencias
que aumentarían la presión sobre Riyad. Desde la época en que eran
consejeros del gobierno derechista israelí de Netanyahu, funcionarios
como Doug Feith, número tres del Pentágono y Richard Perle, jefe del
oficio político del mismo, están soñando en un drástico
reordenamiento geopolítico de la región.
Con hipótesis tan extravagantes como la reinstalación de un soberano
hashemita (dinastía reinante en Jordania, también instalada en Bagdad
por los ingleses hasta ser derrocada en 1958) en el trono iraquí,
abogan por la domesticación integral del mundo árabe sin necesidad de
encontrar una solución negociada al conflicto israelo-palestino. Más
realista y ya casi oficializada por la Casa Blanca es la perspectiva
de un gobierno de ocupación dirigido por el jefe de las fuerzas del
Golfo Pérsico, el general Tommy Franks. Este gobierno militar sería
modelado sobre el que administró Japón después del 1945 y podría
durar varios años.
Erosión del apoyo a la guerra
Incluso la supuesta guerra contra el terrorismo se esfuma en este
guión delirante. El terrible atentado de Bali, dirigido contra un
eslabón débil del mundo islámico, Indonesia, demuestra la
inteligencia estratégica de los amigos de Osama ben Laden. Como lo
señala Paul Krugman en el New York Times, se están probablemente
regocijando de la ciega terquedad de Bush y Cheney en promover una
guerra convencional equivocada cuyas consecuencias jugarán a favor de
la guerra no convencional de los fundamentalistas.
A pesar de la luz verde del Congreso -esencialmente atribuible al
terror de los demócratas de parecer poco patrióticos en período
preelectoral-, la conciencia creciente de esta peligrosa confusión
de motivos y objetivos eroda paulatinamente el apoyo de la opinión a
la aventura iraquí, que podría pasar por debajo del 50% de aprobación
dentro de pocas semanas. Un pequeño pero apreciable movimiento
pacifista se está organizando desde las universidades y logró ya
juntar decenas de miles de manifestantes en las grandes ciudades.
Una sola cosa está segura: los caballeros del apocalipis imperial
están en pie de guerra. Queda por saber si las arenas movedizas de
Oriente Medio no harán fracasar estrepitosamente el grandioso guión
de los aprendices de brujo de la ultra-derecha republicana.
[ANEXO]
Iraq: entre dictadura y caos
En el referendo del pasado 15 de octubre, el "líder adorado" del
pueblo iraquí ha mejorado su resultado de 1995 (99,96% de aprobación)
con un clamoroso 100% de aceptación de su candidatura única- a la
Presidencia.
Hay que admitir que Saddam, admirador declarado de Hitler y Stalin,
tiene argumentos irresistibles. Su campaña contra los kurdos de fines
de los años 1980 dejó decenas de miles de víctimas. Cerca 300.000
personas hubieran muerto en su represión contra los chiítas en los
años 90, sin hablar de las enormes masacres contra los comunistas en
los últimos 20 años y del millón de soldados fallecidos en una
absurda guerra contra Irán.
¿Sería una nueva guerra la solución a la tragedia del pueblo iraquí?
Para Pierre-Jean Luizard, investigador francés autor del libro "La
cuestión iraquí", la invasión estadounidense puede producir solo "un
país inmanejable donde las solidaridades tribales y familiares
estarán instrumentalizadas por todos los actores regionales: Turquía,
Irán, Arabia Saudita". La sociedad iraqí, explicó en una entrevista
al diario Le Monde, acabó de estar desestructurada por el
aplastamiento del levantamiento chiíta de 1991, cuando Washington
prefirió mantener a Saddam en el poder que apoyar un movimiento
popular con simpatía pro-iraní.
El embargo sólo fortaleció el régimen en su papel de único
redistribuidor de recursos a través de las redes clientelares de los
clanes tradicionales: "Se trata de una economía de escasez selectiva,
en una sociedad re-tribalizada, resignada al terror de un Estado
omnipotente y marcada por el apolitismo. La clase media agoniza y las
élites intelectuales se exiliaron. Fuera de su clan regional de
Takrit y de alianzas con algunas familias, Saddam no tiene base
social. Aunque las varias milicias fuertemente armadas que
participaron en todos los crímenes del régimen (Guardia Republicana,
Fedayines de Saddam, Fuerzas Especiales) puedan resistir a las tropas
norteamericanas, es posible que, después del derrumbe, se lancen en
un guerra civil interna sobre la base de su reclutamiento tribal
diferenciado".
Los kurdos, atrincherados en su reducto autónomo del Norte,
manifiestan una cierta reserva frente a una ofensiva estadounidense.
En cuanto a los árabes chiítas mayoritarios (60%), Washington tendría
que pasar por Teherán para tejer alianzas con ellos, aunque Bush
acaba de incluir Irán en el eje del mal. "La contradicción mayor es
que, fuera de los kurdos, los socios potenciales de Washington tienen
todos una tradición política anti occidental".
* Marc Saint-Upéry - Tintají
https://www.alainet.org/es/active/2751?language=es