Los otros feligreses
05/04/2002
- Opinión
Carta abierta a Monseñor Ignacio Cardenal Velasco
Arzobispo de Caracas
Respetado Monseñor:
Formo parte de un grupo de cristianos católicos que estamos recogiendo
firmas para solicitar a la Conferencia Episcopal Venezolana un cambio de
conducta. Con ello le quiero indicar que lo que consideraría el trámite
oficial de notificar a la Iglesia Venezolana de mi protesta formal por el
atropello a la Fe católica que está cometiendo nuestra representación
episcopal, no es el objeto de esta carta. La voz que hay que levantar
para que quede constancia histórica de la denuncia y romper así un
silencio que de perdurar sería cómplice, es en esencia una voz colectiva.
La razón que me obliga a intentar comunicarme con usted es la necesidad
imperiosa de enfrentar, a como dé lugar, el apabullamiento comunicacional
mediante el cual la orquesta de cacerolas del 20% más rico de la
población está reduciendo al silencio al 80% más pobre de la misma, al
interior de una operación de guerra mediática de dimensiones y propósitos
desconocidos, cuyas permanentes maniobras de provocación pueden causar
una guerra civil.
Verá Monseñor, formo parte del vasto contingente humano que, desde
diferentes espacios sociales y diversos lugares de nuestra geografía,
impulsa desde hace años el Proceso Constituyente. Conociendo como
conozco su posición política, la cual quedó claramente expresada a través
de las pantallas de la televisión el viernes 30 de noviembre de 2001, en
el acto público en el que Alfredo Peña, alcalde metropolitano de Caracas,
por un brazo, y Carlos Ortega, fraudulento presidente de la CTV, por el
otro, lo levantaron y lo exhibieron a usted como el campeón del frente
Anti-Chávez, no espero de usted que esté de acuerdo conmigo. Sin
embargo, respetuosamente, me creo en el derecho a exigirle que me
represente. Creo, insisto, que ese es mi derecho y que ese es su deber.
Yo soy feligrés de una parroquia que pertenece a la arquidiócesis de la
que usted es el arzobispo. Usted tiene responsabilidades pastorales para
conmigo. Llegado el caso, usted tiene que ser mi voz.
En Venezuela, en el transcurso del primer semestre del año 2002,
confrontamos una fase particularmente intensa del aplastamiento mediático
que pretende abrirle paso, justificar, hacer aparecer como lo único
posible, una salida inconstitucional al gobierno del presidente Hugo
Chávez Frías. Para ello se han desencadenado concertadamente un conjunto
de hechos que articuladamente considerados pretender generar un “estado
general de ingobernabilidad”.
Mediáticamente administrados, los diez mil habitantes del este de la
ciudad con los que se desborda la plaza Altamira son transformados en el
Pueblo, utilizando para ello ardides de camarógrafo. Y uno podría
preguntarse si la voz del pueblo estuvo alguna vez en todos los medios –
la radio, la prensa, la televisión- más ahogada que ahora. Si ya han
podido expresarse los pescadores artesanales, a quien la Ley de Pesca les
devuelve el mar y el sustento que le arrebataban la voracidad de las
flotas de rastropesca; si ya hablaron las familias campesinas que llevan
siglos enfrentando el peso injuriante del latifundio; si ya se
pronunciaron los pueblos indios, los que entraron por primera vez a la
Constitución Nacional el 15 de diciembre de 1999, cuando el pueblo
venezolano, haciendo historia, aprobó en Referéndum el texto
constitucional que por primera vez da cuenta del hecho indígena nacional;
si hablaron los barrios pobres de las ciudades venezolanas, en los que se
intuye nítidamente que los llamados medios de comunicación social
despotrican de Chávez y no lo dejan gobernar en la medida en que éste
afectó los intereses de la clase dominante; si ya hablaron las
comunidades eclesiales de base que desarrollan proyectos en ámbitos como
la salud, la educación, el ambiente, las cooperativas, para las que por
encima de cualquier liderazgo individual, lo que les importa es la
continuidad del proceso de construcción de una sociedad en los términos
de libertad y justicia que están implicados en el Proceso Constituyente.
La respuesta es no, Monseñor, no han tenido la oportunidad de que su voz
sea escuchada.
Mi pretensión es que usted hable por mí al interior de la conferencia
episcopal. No pretendo que hable exclusivamente por mí, pero que también
hable por mí. Solicito respetuosamente de usted, que en la próxima
reunión en la que participe, no como la máxima autoridad de la Iglesia
Católica Venezolana, sino como mi obispo, como mi representante en esa
reunión de los obispos de Venezuela, pida la palabra para decir que un
feligrés de la Arquidiócesis de Caracas le escribió para solicitarle que
la Conferencia Episcopal Venezolana sea respetuosa del deseo de muchos
ciudadanos venezolanos de seguir impulsando el Proceso Constituyente.
Que no tenemos problema en que hagan públicas sus preferencia políticas a
título personal, siguiendo el ejemplo que usted les dio el 30 de
noviembre de 2001, pero que saquen a la Iglesia Católica de su actual
complicidad con el golpismo.
El golpismo es la pretensión de no esperar al Referéndum Revocatorio,
posible constitucionalmente a partir de la mitad del período
constitucional 2000-2006, esto es a partir del 2004, para consultar la
voluntad del pueblo que eligió al presidente Chávez sobre si sigue o no
su mandato.
La sinergia que está dirigida a trancar al país, a hacer inviable
cualquier destino no autorizado por los Estados Unidos de Norteamérica,
nos revela el conjunto de fuerzas que están articuladas. En esa
merengada que incluye al Departamento de Estado Norteamericano, la CTV de
Carlos Ortega, FEDECAMARAS, AD, Copei, Primero Justicia y el resto de las
formulaciones políticas de la corrupción y el Neoliberalismo, el obispo
que quiera sumarse que de su nombre, su apellido y su cédula de
identidad, y que asuma su responsabilidad; pero que tenga el respeto de
reconocer y advertir que ni la Fe en Jesucristo Nuestro Señor, ni la
Iglesia Católica Venezolana, están metidos en esa merengada, y mucho
menos en esa jugada criminal e irresponsable consistente en producir una
desestabilización que puede desembocar en una guerra civil.
Para finalizar, Monseñor Velasco, es bueno que aclare que yo no le hago
esta solicitud porque yo crea que la Iglesia Católica Venezolana sea una
institución democrática, y usted tenga la obligación de representar
proporcionalmente a los que le rezan a Monseñor Escrivá de Balaguer y los
que le rezamos a Monseñor Oscar Arnulfo Romero y los Mártires Jesuitas de
El Salvador.
Lo hice porque creo que es bueno para la paz de nuestro país que usted
reflexione sobre la pertinencia de una representación más justa de su
feligresía.
Agradecido de antemano, me despido respetuosamente.
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