Respetado ciudadano:

16/04/2002
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El jueves once de abril de 2002 era el tercer día de un paro fracasado que no había parado ni el transporte, ni el petróleo, ni la gasolina, ni las empresas básicas de Guayana, ni el suministro eléctrico, ni el servicio bancario nacional, ni los centros de acopio y distribución de alimentos y víveres a mercados mayores y menores de la ciudad capital ni del resto del país. Con las panaderías abiertas, gente en la calle, era notorio el paro de un sector comercial importante, que podía catalogarse mucho más como un paro de un sector de CONSECOMERCIO que como una Huelga General Indefinida, autoproclamada como insurrección contra el gobierno hasta su caída. La marcha que la oposición tenía programada para ese día, convocada para recorrer el trayecto entre Parque del Este y PDVSA, en Chuao, fue dirigida hacia Miraflores. Alrededor del palacio de Gobierno tenía lugar la tercera jornada consecutiva de vigilia popular en defensa del gobierno del Presidente Chávez. Esa decisión se caracterizó por ser intempestiva, pues el cambio de ruta hacia Miraflores nunca fue informado previamente y mucho menos autorizado, y temeraria, porque llevar la marcha de la oposición a la concentración del gobierno era una abierta y descarada maniobra de provocación. Esa decisión era el activador de un mecanismo. El enfrentamiento que buscó la oposición, al pretender que la concentración del gobierno permitiera lo que ellos formulaban como una toma de Miraflores, tuvo lugar. Sectores armados de la marcha de la oposición y sectores armados de la concentración del gobierno se enfrentaron. El saldo de muertos y heridos era la carta de justificación para la felonía. Se produjo la traición en masa de altas autoridades militares. Nosotros vivimos la deslealtad en carne propia. La concentración de apoyo al gobierno constitucional del presidente Chávez, que funcionaba como tapón para impedir el paso hacia Miraflores, había contado con que la Guardia Nacional realizaría su tarea de disuasión entre dos grupos en conflicto. Así había sido hasta entonces en el largo rosario de provocaciones anteriores y en concreto en la tarde de ese día. Pero, sobre las ocho de la noche del jueves 11, la Guardia Nacional fue vertiginosamente retirada del escenario de los acontecimientos. La Av. Urdaneta se fue vaciando y los rumores de alta traición en los mandos militares superiores, fueron cobrando fuerza hasta que se volvieron la memorable imagen del general Efraín Vásquez Velasco, rodeado de generales, diciéndole al presidente Chávez que hasta aquí lo trajo el río, y que hasta esa tarde le había sido leal. Después, la confusa declaración del general en jefe Lucas Rincón Romero, Inspector General de la Fuerza Armada Nacional, acerca de una renuncia cuya rúbrica jamás se presentó. Y, finalmente, las imágenes del presidente Chávez entrando al edificio de la Comandancia General del Ejército en Fuerte Tiuna, y de Monseñor Baltasar Porras, presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, recibiendo a Chávez en prisión. Conocimos el silencio del pueblo. Un silencio cerrado, denso, profundo, amargo. Al día siguiente, todos comentaron la poderosa fuerza del silencio de la noche del jueves y la madrugada del viernes en los barrios populares. Fue aquel estridente silencio lo que permitió un marco de gran tensión a los increíbles sucesos del día viernes 12 de abril. Había comenzado la resistencia Digamos que fue un día pedagógico, pues en menos de 24 horas y gracias a los medios de comunicación social, el pueblo venezolano pudo darse cuenta del programa de autoritarismo, odio y venganza que traía el gobierno de Carmona. Las detenciones televisadas del gobernador del Táchira, Ronald Blanco La Cruz, del diputado a la Asamblea Nacional Tarek William Saab y del Ministro de Relaciones Interiores Rodríguez Chacín, fueron ejemplar manifestación de las firmes convicciones sobre los derechos humanos que manejaron los funcionarios del gobierno de Carmona. La actuación vandálica contra la Embajada de Cuba, una expresión del estado de tolerancia que pretendían instaurar. Y como un mecanismo de incitación al civismo, todo ocurría en vivo y en directo. Lo que no ocurrió en vivo y en directo fue la serie de ejecuciones sumarias que ocurrieron fundamentalmente en el 23 de Enero. Brillaron en este día, como joyas del valor del pueblo, las palabras del Fiscal General de la República, Isaías Rodríguez, cuando en su fugaz declaración a RCTV, puntualizó que él no había visto renuncia alguna, y que en tal sentido, no reconocía más presidente que a Chávez, pero que si en un supuesto negado, el presidente hubiera renunciado, el único presidente que el reconocería sería el actual vice-presidente, Diosdado Cabello, pero que si en otro supuesto negado éste hubiese renunciado también, entonces el único presidente que él reconocería sería al Presidente de la Asamblea Nacional, William Lara, pero que en éste país había una Constitución. Isaías bajó línea. Pero nada fue tan elocuente como la autoproclamación, en su carácter de monarca absoluto del Reino de Venezuela, por parte de Su Majestad Pedro Carmona Estanga. Esa fue la clase magistral que veremos y volveremos a ver una y otra vez, cuantas veces sea necesario, para profundizar en cada gesto, en cada mueca, en cada mirada de saña. Para interpretar en su justo término cada relamida de satisfacción, cada estampida de aplausos. Para ver quiénes somos y dónde estamos. Para ver al Ing. José Curiel en representación de los partidos políticos (¿Cuáles partidos políticos, Ing. Curiel?) firmar el Acta del Golpe de Estado. Para ver al avispadísimo Sr. Manuel Rosales, Gobernador del Edo. Zulia, abrogarse la representación de los gobiernos regionales en la firma del Acta del Golpe de Estado. Para ver finalmente, con indignación y dolor, a Monseñor Ignacio Cardenal Velasco, Arzobispo de Caracas, poner la fe de los cristianos católicos venezolanos al servicio de los usurpadores al firmar, en nombre de la Iglesia, el Acta del Golpe de Estado. Desde las pantallas de la televisión, aquella escena en la que parecía que asistíamos a una sesión del directorio de FEDECAMARAS, en la que se pretendía desconocer la primera Constitución Nacional fruto de la voluntad popular empezando por el nombre, fue percibida por la gente como una puñalada en las costillas. Conocimos el dolor del pueblo. El contundente cacerolazo de la noche del viernes 12 significó la recuperación de la iniciativa. Algo tan extenso, nutrido y expresivo sólo pudo darse al calor de una indignación generalizada ante la ignominia que se pretendía consumar. Se pasó del silencio total al ruido como arma de lucha. Y se tuvo, nítida, la sensación de que nada era clavo pasado. El estruendo del viernes le dio al movimiento de resistencia un corrientazo de victoria. De viernes para sábado se consolidó la información que provenía de Maracay. En los cuarteles la resistencia a la agresión contra la Constitución Nacional era cada vez más extendida. Los altos mandos militares traicionaron, pero los mandos medios y sobre todo los soldados del pueblo recuperaron la dignidad de la Fuerza Armada Nacional impidiendo que con las armas del pueblo se consolidara la usurpación. El sábado 13 de abril amaneció un pueblo echado a la calle en las distintas ciudades y pueblos del país. Desde Paraguaipoa hasta Tucupita, pasando por Caracas, la gente salió a decir que ésa no se la calaba. En la capital, ciudadanos autoconvocados poblaron las puertas de Miraflores para apoyar la rebelión de la Casa Militar del presidente Chávez contra el usurpador. Como si fuera un polo de atracción magnética, la gente se fue yendo y yendo a Miraflores, a retomar el poder como si tal cosa. Pasado el mediodía, Radio Fe y Alegría, uno de los poquísimos medios de comunicación nacional que estaba transmitiendo información sobre los acontecimientos en pleno desarrollo, lavándole la cara a la Iglesia Católica Venezolana que la tenía sucia de Golpe de Estado, transmitió las declaraciones de María Gabriela Chávez, hija del presidente Chávez, para decirnos que había logrado comunicarse con su papá, quien le había pedido que le comunicara a todos que él jamás había renunciado. Llegamos a Miraflores a las tres de la tarde del sábado 13 de abril y nos fuimos a las siete de la mañana del domingo 14 de abril. Durante esas dieciséis horas viví una experiencia personal inenarrable. Un inmenso orgullo de ser multitud, gentío, masa. No pretendo una lectura exhaustiva del intenso y fluido devenir histórico, sino fijar para el recuerdo y la reflexión posterior las imágenes inverosímiles de un pueblo encontrándose con su Fuerza Armada en la recuperación del destino por el que habían votado. Desde que llegamos vimos a los soldados que estaban en la azotea del Palacio Blanco, frente a Miraflores. Ondeaban la bandera nacional y saludaban a los ríos de gente que se agregaban incesantemente. El gobierno constitucional se venía consolidando desde que, sobre el mediodía, Aristóbulo Istúriz se metió en Miraflores con María Urbaneja, Ana Elisa Osorio y María Cristina Iglesias a convocatoria de los edecanes de la Casa Militar, quienes los llamaron por teléfono para informarles que Miraflores estaba bajo control. Inmediatamente fueron llegando Julio Montes, William Lara, Ismael García y otros miembros del gobierno y del parlamento, seguidores todos del bravo pueblo de Caracas, que mañaneó en Miraflores antes que nadie. Vimos llegar a Elías Jaua, Héctor Navarro, Juan Barreto, Jorge Giordani e Isaías Rodríguez, quien llegó en los hombros de la gente. Avanzaba la tarde y a la recomposición del poder en Miraflores se sumaba la información de la recaptura de guarniciones en todo el país. La presencia indomable de Alí Primera se respiraba en un aire empapado de sus canciones. Entre las muchas consignas que se gritaron, había una que daba cuenta del black-out decretado por los medios: “¿Dónde está Globovisión?” coreaba la gente para protestar que los medios de comunicación social hubieran resuelto suprimir de la historia del país el 13 y el 14 de abril. Era comprensible. Contra aquella inmensa marea humana que gritaba Chávez, Chávez, se estaban estrellando dos años de golpe mediático, dos años de maniobras desestabilizadoras, dos años de provocaciones. Comenzando la noche, el presidente de la Asamblea Nacional, William Lara juramentó a Diosdado Cabello para que ocupara la presidencia de la República por el tiempo que durase la involuntaria ausencia del presidente prisionero. El pueblo esperó a Chávez con el poder constitucional recuperado de las garras de la usurpación. Antes de las 4 de la madrugada del domingo 14 de abril, un helicóptero descendía sobre Miraflores iluminando el denso tremolar de las banderas, el bosque de brazos en alto, el fragor de la alegría del pueblo. El presidente Chávez aterrizaba en Miraflores procedente de la isla de La Orchila, donde lo había rescatado un grupo de comando leal al gobierno constitucional. Minutos más tarde, la alocución presidencial desde Miraflores completaba el hecho histórico que nadie jamás creyó posible. A menos de 48 horas de un Golpe de Estado que se había madurado a lo largo de dos años, que derrocó al presidente Chávez y lo hizo prisionero, el pueblo en la calle, apoyando la rebelión de los mandos militares y soldados leales al gobierno constitucional, restituyeron al presidente Chávez en el poder. Se dice y no se cree, pero así fue. Tras su alocución por radio y TV, el presidente Chávez, visiblemente emocionado, se apersonó en el llamado Balcón del Pueblo, intentó hablar a través de un megáfono que terminó por no servir, en razón de lo cual optó por hacernos gestos de felicitación, de alegría y de que nos fuéramos a dormir. En la luz blanquecina de la primera mañana recibimos y saludamos a Aristóbulo junto a Dianora, su esposa, a María Cristina Iglesias y a Julio Montes quien nos invitó a que lo acompañáramos a una impostergable visita de desagravio a la Embajada de Cuba. Tras su estrepitosa derrota, los golpistas se han dividido en dos grandes grupos: La fracción “Yo no fui” liderada por Carlos Ortega y Allan Brewer-Carías, en la que militan el Departamento de Estado Norteamericano y FEDECAMARAS, y la fracción cínica, en la que militan algunos de los medios de comunicación social más importantes del país, liderada por Julio Borges y Primero Justicia, quien desconociendo la inmensa manifestación de apoyo por parte del pueblo venezolano a su Constitución Nacional, lo insulta al plantear unas elecciones tan inconstitucionales como el Golpecito de Estado que codirigió.
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