La “calidad” del empleo en Medellín

05/09/2007
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La clase de empleo que se ofrece en Medellín y Área Metropolitana es aberrante, como lo muestran a diario las cifras oficiales y las investigaciones mil de la academia, las organizaciones sin fines de lucro y los gremios empresariales. Para qué más diagnósticos que la diaria y cruda realidad de nuestra ciudad.

No se puede respaldar ni propiciar el nuevo tipo de empleo que se está prometiendo en esta economía metropolitana neoliberal, que contraviene elementales principios del derecho del trabajo y los convenios internacionales de la OIT. Cada poste de la ciudad es testigo de la profusa y perversa oferta de “trabajo” deslaboralizado e indecente y hasta los servidores informáticos públicos, como el del Sena, y privados, como el de Computrabajo, a diario publican cientos de ofrecimientos de esta naturaleza, sin siquiera reparar en la vergüenza de la oferta: es que no hay más.

Empleo sin seguridad social, sin límites en los horarios, sin estabilidad, sin prestaciones, sin el salario mínimo, en síntesis, un trabajo indecente, aberrante, esclavizante del alma, del espíritu y del cuerpo, que rememora los peores momentos de la revolución industrial del siglo 19.

Miles de mujeres, que en gran parte son negras desplazadas por la violencia y provenientes del Chocó y Urabá, ocupan estos puestos de trabajo en pequeñas empresillas (de entre 6 y 18 operarias) dedicadas a la confección de prendas de vestir, diseminadas por toda la ciudad, muchas de las cuales surgen de la noche a la mañana, cambian de razón social o simplemente ni siquiera son registradas, para eludir sus responsabilidades laborales. Cambian de personal cada 30 días, pagan cuando quieren, algunas exigen el Sisben, acosan sin medida, explotan sin misericordia, en fin, “jalan” sin parar, como dicen las obreras del ramo.

Además, existe infinidad de famiempresas (se calculan unas 5.000 entre 3 y 6 operarias), eufemismo empleado por los dueños del capital y de la ciudad, para ilusionar a cientos de mujeres que en los barrios populares confeccionan a “terceros”, con el cuento de que van a llegar a ser unas grandes empresarias, cuando la realidad escueta y descarnada es que las propietarias de las tres o cuatro máquinas confeccionadoras y usufructuaria del local (una pieza en la parte trasera de la casa o en el sótano), rara vez alcanzan a recibir para ellas mismas un salario mínimo “pelado” y se mantienen endeudadas y reportadas en las “centrales de riesgo” para poderles pagar un magro salario a sus tres o cuatro operarias. Y se mantienen al vaivén de que haya “corte” para garantizar la producción sin interrupción y donde el intermediario paga las labores a precio de huevo, obligando a estos talleres a extensas y agotadoras jornadas de trabajo pésimamente remunerado.

Mesnadas de muchachos y muchachas, identificados con el conocido chaleco rojo, negro, amarillo o verde, que se dedican en cada esquina, de cada calle, de cada carrera, de cada cuadra, de cada barrio de Medellín, a vender “minutos de celular”, para tratar de “paliar” sus necesidades básicas. Es la oferta de empleo para los jóvenes que ofrece las nuevas tecnologías de la información y las telecomunicaciones. ¿Qué empleo digno puede considerarse la exposición prolongada y al socaire del sol y la lluvia, de la contaminación y la delincuencia común?

¿Cuántos niños vemos en los semáforos “rebuscándose la vida”, cuántos párvulos enfermos, parte de ellos de origen indígena, vemos en brazos de “avivatos” o de sus propios padres sin esperanza pidiendo una moneda de ayuda en los andenes, cuántas niñas y jóvenes prostitutas acogotadas por el vicio, la necesidad y la presión de los “chulos” (novios proxenetas), en espera de “clientes” atestan los alrededores de La Veracruz y de la esquina de la Avenida de Greiff con Cúcuta, cada hora de cada día de cada mes y por todo el año? ¿Se ha cuantificado el ignominioso y creciente “empleo” de millares de mujeres en los bares del centro de la ciudad, las cuales se ven constreñidas a consumir alcohol a la par con los clientes de la mesa asignada para obtener una ficha de $1.000 en la zona del viejo Guayaquil y de $ 1.500 en las cantinas-tabernas de la carrera Cundinamarca, por cada nueva media botella de aguardiente y llegar ebrias casi todas las madrugadas a sus casas, que no tienen ninguna especie de seguridad social y con todas las secuelas de violencia intrafamiliar que esto apareja?

Cómo pulula el empleo denigrante disfrazado de agencia comercial, con el incremento monopolístico del tradicional “chance”. Cientos de chicas, estudiantes y madres solteras, quién lo creyera, hasta domingos y festivos abren los locales desde la 6 de la mañana hasta las 11 de la noche, no vaya a ser que un posible jugador se quede sin su apuesta electrónica, para a pesar de todo recibir salarios de hambre, ya que el dueño del privilegio disminuye el porcentaje de utilidad para quedarse con el grueso del dinero de los apostadores.

No hablo de los millares de personas, y hasta familias completas, que se dedican a las ventas ambulantes o estacionarias, pues también se centuplicaron los negocios de ventana en cada manzana urbana: Es como si se quisiera hacer de cada habitante un vendedor de fruslerías, suertes, basura asiática y desechos industriales.

En Medellín existen un poco más de 18.000 taxis registrados, en contraste, en Nueva York tiene 14.000 taxis amarillos. Gran parte, son conducidos por propietarios y asalariados a destajo, que son profesionales y empleados, que salieron de la administración pública por las medidas de retiro forzoso. Entre todos también se reparte la pobreza de los usuarios. Y existen cientos de taxis nuevos para la venta en las concesionarias citadinas. No estarían manejando carro de tener empleos decentes y productivos, la mayoría de ellos, y su asombrosa cantidad le causa un problema de polución al medioambiente urbano. Me dirán que qué culpa va a tener la administración de que existan importadores a granel y sin planificación y cierto monopolio en el negocio de carros para el servicio público, para inundar a la ciudad de automotores que ya no caben, porque hay que respetar la iniciativa y el emprendimiento privado y cuando lo que interesa es la ganancia del gran capital, no el derecho humano a un ambiente sano. No habría tantas motos si sus usuarios y propietarios tuviesen un trabajo decente, exento de acoso laboral.

Este es el incremento del empleo en Medellín y la verdadera “calidad” de vida que se ofrece como panacea de la tranquilidad y paz ciudadanas. Una administración pública que cifra sus políticas de empleo en la maquila de garaje, en la deslaboralización y vulneración descarada de los derechos laborales, en la intermediación de las CTA y masificación de los contratos de prestación de servicios, o únicamente en la exportación, en desmedro del mercado interno, con las secuelas de pérdida masiva de puestos de trabajo que hoy vivimos por la caída del dólar, no puede aplaudirse. Como el TLC afianza la desindustrialización antioqueña y la entronización del subempleo en todos los órdenes del mundo del trabajo, con sus indignantes secuelas de irrespeto de los derechos laborales, todo en beneficio del gran capital industrial y financiero internacional, el alcalde de Medellín acaba de ser premiado con el galardón del mejor administrador de ciudad por sus aportes a la globalización neoliberal al permitir el incremento de la inversión extranjera (léase las ganancias a los grandes emporios del planeta) en desmedro del trabajo y la industria nacional.

¿De qué se ufana esta clase política antioqueña, al servicio de las multinacionales? ¿De que Almacenes Éxito (junto con su monopolio de Ley, Pomona, Óptimo), campeón de la deslaborización y quebrador olímpico de nuestras pequeñas y medianas empresa proveedoras, realice prácticas francamente punibles con la aquiescencia de la superintendencia respectiva? ¿O de que la primera dama municipal gaste cuantioso presupuesto en campañas inútiles contra la bulimia y la anorexia (que solo afecta a un minúsculo porcentaje de mujeres, no propiamente de las clases bajas) y en “estudiar el estado de nutrición de las modelos”, en lugar de combatir el estado de desnutrición de la inmensa mayoría de las 150.000 trabajadoras de la confección que en ayunas llevan una coca de arroz con huevo para el almuerzo, y el de sus hijos? (Menos 700 operarias que despidió Vestimundo a principios de julio pasado). ¿Dónde está la función de las autoridades del trabajo de Antioquia, que brilla por su ausencia negligente?

La indecencia de los salarios se mide hacia abajo y hacia arriba

La indecencia de los ingresos laborales también se mide por ser exorbitantes y ofensivos ante los ojos de las clases trabajadoras, como el caso de Orbitel, donde la fronda burocrática actual, pasó de UNE EPM, a esta escisionada dependencia, casi con el doble de la anterior remuneración llenando de gerentes de todo tipo y para todos los gustos, al pasar de entre 7 y 15 millones según el cargo, a hasta entre 15 y 26 millones de salario mensual.

Conclusión

Políticas de empleo productivo y de calidad, debe ser aquel que respete los estándares de las normas y convenios de la OIT, garantice la sindicalización masiva de las trabajadoras y los trabajadores, fortalezca un mercado interno elevando los ingresos y la demanda, recupere la pequeña, mediana y grande industria local y propicie el progreso democrático técnico, tecnológico y científico.

- Carlos Arturo Cadavid V. es Administrador de Redes y capacitador en TIC, socio de la Escuela Nacional Sindical (www.ens.org.co), del CLUB del Técnico y Adussesa (Usuarios de la Salud en Antioquia) y socio fundador de Somos Telecentros de América Latina y El Caribe (http://www.tele-centros.org.). Candidato No. 49 del Polo Democrático Alternativo al Concejo de Medellín.

- Artículo de opinión publicado en la Revista de la CUT Antioquia, Lazos de Unidad No. 49, Medellín, Colombia, Agosto del 2007, en columnistas-libres@googlegroups.com y en Desde Abajo de Agosto del 2007.

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