Santos y corridos, valladar del narcotráfico

06/06/2007
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  • Opinión
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- Fenómeno social en América Latina
- La lucha estéril para combatirlos

 “A ti, Jesús Malverde, que te han llamado el santo de los que andan fuera de la ley; tú mismo anduviste fuera de la ley, por eso ahora te pido: vuélveme invisible a los ojos de los que me persiguen”. Frente al puesto ambulante donde se venden imágenes y figuras de barro del Santo Valverde, proclamado como tal pese a la negativa de El Vaticano para beatificarlo, se escucha en un pequeño aparato de radio un corrido de los que en Sinaloa, en Chihuahua, en Tamaulipas o en Durango circulan en celebraciones de pueblos cuyas calles han sido remozadas con la obras financiadas por “capos” convertidos en benefactores y héroes populares al estilo del colombiano Pablo Escobar Gaviria. Yo sé que el negocio es duro,/que traigo en cuello mi vida,/porque ando contra la ley,/desde que entré lo sabía”.

   En las afueras de la iglesia de San Hipólito en el centro de la ciudad de México, un vestigio arquitectónico de la Colonia con fachada en barroco y reminiscencias del estilo mudéjar, se venden también todas formas de imágenes de San Judas Tadeo, designado desde hace muchos años como patrón de los ladrones. Cerca de la Alameda Central, la iglesia se encuentra frente al Centro Cultural José Martí y la Plaza de la Libertad de Expresión, contigua al Club Primer Plana.   Recién llegado al culto popular, muerto en 1909 en Sinaloa luego de ser traicionado por un compadre, Jesús Malverde es un continuador de la figura del bandido generoso, que despoja a los ricos para ayudar a los pobres, como en México se conoce al célebre Chucho El Roto y a personajes parecidos en otros países, principalmente de América Latina. El Santo Malverde se asocia como fenómeno social al corrido del narcotráfico, una versión, con temática actual, de los cantos heredados de los juglares que en México, en estrofas sencillas narraban hazañas de hombres queridos y defendidos por el pueblo y que en la época revolucionaria cobraron especial importancia por sus luchas contra la dictadura de Porfirio Díaz y la imposición del usurpador Victoriano Huerta.

En una reflexión profunda sobre su significado, la santificación de Valverde y la aparición del narcocorrido explicarían las dificultades encontradas por el gobierno en la nueva fase de la lucha para abatir el tráfico de estupefacientes. La militarización de ese combate no ha sido suficiente para lograrlo, entre otras cosas porque más allá del inmenso poder económico de los llamados carteles de la droga, de su armamento en ocasiones superior al del ejército y las policías, está la figura del narcotraficante en una infinidad de comunidades que ven en ella al valiente que reta al gobierno, al rebelde cuyas gestas se hacen legendarias. Es un enemigo oculto, protegido por las poblaciones, con una movilidad que le permite presentar muchos frentes y ninguno fijo, determinado. Es un adversario difícil de situar, que escapa a las tácticas de ejércitos preparados y entrenados para enfrentar adversarios profesionales o cuando menos guerrillas más o menos organizadas e identificadas, pero no para labores policíacas.

Yo soy nacido en la sierra/y criado en los sembradíos,/conozco bien el negocio/desde que estaba chiquillo, se escucha en el corrido cuyo personaje es un narcotraficante que en el paisaje urbano exhibe su origen campesino y su desprecio por la vida. Grupos como el famoso Los Tigres del Norte desafían la prohibición dictada a las estaciones de radio de difundir los narcocorridos, que sin embargo circulan en todas partes como una expresión de protesta y de admiración por el rebelde o el delincuente. Salieron de San Isidro/procedentes de Tijuana;/traían las ruedas del coche/repletas de marihuana;/eran Emilio Varela y Camelia “la Texana”, refiere la letra de Chanilo Sánchez, el compositor asesinado hace años y cuyas letras y música recorren aún las poblaciones de una buena parte del norte del país.

Las experiencias de la lucha contra el narcotráfico basadas en las acciones policíacas y ahora en el empleo del ejército, demuestran que el fenómeno no ha sido erradicado en ninguno de los países donde se despliegan. Por varias razones: el enorme potencial económico y en armamento de las bandas; las rutas bien establecidas para trasegar la droga desde los sitios de producción bajo el control de los carteles hasta los centros de consumo; la demanda en constante aumento en un mercado, principalmente el norteamericano, donde poco o nada se hace para reprimir la venta al detalle que se facilita como la compra de chicles y, como se ve, la penetración de la figura del narcotraficante en el imaginario popular como el desafiante de la autoridad, aun a riesgo de su vida, el prodigador de beneficios que el aparato gubernamental, el sistema injusto en la repartición de la riqueza, no ha sido capaz de procurar. 

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