Socios, pero vecinos amigos

De Santa Anna a Peña, la relación entre México y EU

19/02/2014
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La visión economicista trasciende la realidad de historia y aspiraciones comunes
 
El primer encuentro entre presidentes de México y Estados Unidos se dio en noviembre 1836, cuando, derrotado en La Angostura, Antonio López de Santa Anna, reo de la justicia norteamericana,  fue recibido por Andew Jackson, promotor de la separación de Texas que culminaría con el desmembramiento de más de la mitad del territorio nacional en la guerra de 1847.
 
Hoy, en la tercera Cumbre de Líderes de América del Norte, quedan en la historia  de esa relación de la porción septentrional del Continente americano los testimonios de la noción de amigos, vecinos o rivales, herederos de anhelos comunes de encontrar en la civilización y en la cultura un mundo más justo, para dar paso al nuevo concepto economicista de la diplomacia según el cual las naciones son, más que todo eso,  socios en lo material, alejados del espíritu de solidaridad del Hombre hombro a hombro con  el Hombre. Hoy las naciones no son sino economías, desarrolladas o “emergentes”.
 
Pero en la relación de México con la parte más al norte de su situación geográfica ha habido momentos  estelares y de oscuridad siempre superable. Abraham Lincoln y los federados que lograron la unidad del gran país ofrecieron al liberalismo mexicano, sin necesidad de una entrevista con Benito Juárez como su emblema, el apoyo contra la intervención europea en las gestas por la libertad y la autodeterminación de México.
 
Porfirio Díaz y Wiliam Taft, en 1909, confirmaron que el vecino del sur avanzaba hacia una democracia representativa, plena sin embargo de incomprensión y recelo ante los primeros intentos de Venustiano Carranza y luego de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles por devolver al país la riqueza petrolera entregada por la dictadura a los grandes intereses internacionales.
 
 Consciente del momento que vivía el mundo frente a la amenaza del nazismo, Frankllin D. Roosevelt no dudó en aceptar como un acto de soberanía la expropiación de las empresas petroleras internacionales que dio al país y a la lucha de los aliados la oportunidad de alcanzar un desarrollo en la inestabilidad de la Guerra Fría.
 
Con el régimen de Miguel Alemán, en sus entrevistas en México y en Washignton, comenzó una nueva etapa de entendimiento entre México y Estados Unidos que con los años desembocaría en el proyecto de integración de América del Norte hoy celebrado en la reunión entre los presidentes Barak Obama y Enrique Peña Nieto, así como el primer Ministro de Canadá, Stephan Harper, en sus veinte años de existencia.
 
   No exenta de instantes de incertidumbre y de alteraciones, esa relación ha transcurrido en altibajos de acercamiento y lejanía marcados por una realidad geográfica, económica y cultural. Cuando al presidente Adolfo López Mateos se le preguntó, en una rueda de prensa en el Club de Periodistas de Washington, cuál era el principal problema de México: ustedes, fue la respuesta del mandatario cuya convicción nacionalista, de respeto a la soberanía y la autodeterminación de las naciones inspira en buena parte el ideario de su coterráneo y sucesor Enrique Peña  Nieto, según su propia confesión pública.
 
   Los tiempos han cambiado desde aquella malhadada reunión entre dos presidentes, Anta Anna preso y Jackson ávido de expansionismo de la gran potencia norteamericana. Ochenta y seis reuniones entre presidentes de Estados Unidos y México y tres en el marco de América del Norte, se han dado en el tiempo. El agua ha corrido, a veces procelosa, en ocasiones limpia, bajo los puentes que unen a los países de América del Norte, región en la que el elemento latinoamericano y caribeño no podría ser ignorado. Peña  Nieto ofrece una nueva visión de esa porción del Continente, ojalá que desprovista de la rigidez del horizonte limitado a la ley del mercado y  el comercio, para situarse en el plano superior de la amistad y la convivencia que no se limita a la vecindad, sino que va más allá para situarse en los valores de la convivencia universal con el interés del hombre y sus necesidades, y sus esperanzas por encima de todo. 
 
- Salvador del Río es escritor y periodista
 
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