Planes de vida

20/09/2006
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Unas de las grandes enseñanzas que nos da el Cauca a quienes estamos centrados en la llamada cultura occidental racionalista son los procesos de los planes de vida de las comunidades indígenas, extendido ahora también a las campesinas y afrocolombianas. Máxime si tenemos en cuenta que no se refieren a dinámicas individuales o familiares sino a comunidades y, mejor aún, a proyectos territoriales y organizativos. Un gran aporte si encontramos que ahora los grandes poderes políticos y económicos del desorden mundial impusieron el neoliberalismo, a través del cual se prioriza justamente lo que produzca rentabilidad. Se sectoriza cada parte de la vida productiva, social, política, educativa y cultural, atomizándolas, aislándolas. Marca la pauta aquello que este jalonando el mercado no sólo en términos de los bienes materiales convertidos en mercancías; sino también de los bienes espirituales y culturales, concebidos y tratados como mercancías. Bastaría con ver la sección obligatoria de farándula de los noticieros de televisión para demostrar que toda la frivolidad de la vida de la mayoría de personajes que por allí desfilan está atrapada en el fetiche de las mercancías. No importa que segundos antes decenas o centenares de muertos hayan pasado ante nuestro ojos por la barbarie que recorre el mundo o la destrucción que ocasionan fenómenos naturales. Estos mismos logran un espacio porque no pocas veces lo convierten también en farándula, en espectáculo. Si esto se produce en el campo de la economía de mercado poca distancia toma lo que se ejerce desde el Estado y en el ejercicio de las tan cacareadas políticas públicas. En general, en la mayoría de países de América Latina, y Colombia, en nuestro caso, cada dependencia actúa por su lado. Sectoriza y localiza su gestión; aislándola de las demás, actuando como rueda suelta. A la vez también comportándose de acuerdo con las leyes del mercado en aquello que tiene que ver con la inversión social y favoreciendo el interés privado de los grupos de poder; profundizando las secuelas de la corrupción en procesos que parecieran irreversibles. Es decir sometiendo áreas como educación, salud y vivienda a acciones privatizadoras con lo cual disminuye el campo de acción social y despilfarrando los dineros del Estado en una burocracia que debe hacerlo para poder reproducírsela máximo posible. Por eso la identificación de la construcción de planes de vida plantea una alternativa que conduce hacia la formación de un modelo participativo e integral de desarrollo. En primera instancia porque se rompe el embeleco de la denominada experticia; es decir del experto y experimentado en un determinado campo del saber científico o técnico. No es que aquí se los ignore. Más bien, acontece que condicionan su formación y su saber a los ejes que trazan las comunidades y a las articulaciones que deben tener entre sí los aspectos, variables, o elementos de cualquier proyecto que se quiera realizar. Pues se parte de la base social, la comunidad, para identificar hacia dónde quiere dirigirse, cuál es la guía por la cual quiera orientarse. La participación social, por tanto, es condición para poder adelantar un plan de vida. Se hace dentro de su múltiple expresión: veredal, corregimental, municipal o departamental; dependiendo del ámbito en que se esté desarrollando. Igualmente desde las vivencias y propósitos de los jóvenes, las mujeres, los ancianos, los líderes y liderezas, etc. o desde aspectos estructurales en lo agroambiental, la cosmovisión, la etnicidad, etc. La integralidad es eje de su construcción. Eso es lo que lo define como plan de vida; porque la existencia humana no sectoriza cada parte de la vida de una persona como algo aislado. Al contrario, la formación del lenguaje, la capacidad de comunicación, los procesos de asimilación, producción y reproducción de una cultura; las relaciones de hombres y mujeres con la naturaleza, las prácticas productivas para la satisfacción de las necesidades básicas, dan cuenta que inevitablemente se articulan en un todo. Habrá énfasis en algunos de ellos por mayores capacidades, mejores recursos, o selecciones que se realicen; pero todas ellas articuladas entre sí, como la garantía que pueda darse equilibrio para que la balanza no conduzca a desigualdades en los resultados ni en las ejecuciones. Para algunos es una acción que reproduce la concepción de Democracia directa del filósofo europeo Rousseau del siglo XVIII y que, por tanto, sólo puede aplicarse en pequeñas comunidades. Las experiencias de la formulación y ejecución de los planes de vida de Toribío y Jambaló, en el orden municipal muestran lo contrario. Para el primero se produjo un reconocimiento nacional al hacer sido catalogado como el mejor plan de desarrollo del país en 1998 y luego premiado, en 2004, a nivel mundial por la ONU por presentar un proyecto integral. Recordemos que en el gobierno de Ernesto Samper el país estrenaba el mandato constitucional de un plan de desarrollo participativo. Allí hubo un remedo de lo que podría ser una experiencia de éstas a nivel nacional si el pueblo colombiano optara por otro modelo de desarrollo, defendiera su soberanía nacional, quedarán atrás la corrupción, la politiquería y el clientelismo y se multiplicarán las formas organizativas y de participación social. De todas maneras los planes de vida de las comunidades seguirán erigiéndose en la resistencia y en la marginalidad como expresiones de lo que una nueva sociedad posible puede acometer. - Diego Jaramillo Salgado, doctor en Estudios Latinoamericanos UNAM. Profesor Titular de Filosofía Política. Universidad del Cauca.
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