¡Socorro! Me quieren sondear…
- Opinión
El 23 de junio pasado nos acostamos tranquilos y apaciguados. Las noticias provenientes del Reino Unido aseguraban que –muy en línea con las encuestas de opinión– los súbditos de su graciosa majestad estaban rechazando el Brexit. Los mercados financieros podían dormir apaciblemente y roncar en todos los sentidos de la palabra. Los autores de encuestas y sondeos fueron “expertos” de gran erudición, el tipo de menda que desearías como yerno, la encarnación misma del gran manitú en estos tiempos de excelsa modernidad.
Si no lo sabías te lo cuento ahora: manitú es una palabra del idioma algonquino que significa “ser misterioso”. Los algonquinos eran –y los sobrevivientes aún son– pueblos nativos de Canadá, EEUU y el norte del Estado mexicano de Coahuila. Trump se va hacer la picha un lío a la hora de saber a quién echar del imperio.
El resultado lo conoces: el 24 de junio nos despertamos como después de una curda con malos alcoholes, una borrachera con vinos peleones, un pedo de chichas agrias. Los “expertos”, una vez más, explicaron doctamente el significado de la votación, evitando cuidadosamente referirse a sus infortunadas previsiones.
El mismo tipo de gran manitú, respaldado por la prensa del establishment, la celulitis de Kim Kardashian, las nalgas de Beyoncé y la memez de muchos rockeros, previó y anunció –en medio de una algarabía de trompetas– la victoria de una Hillary más impopular que nunca.
Mejor aún, ante un auditorio boquiabierto Madonna prometió el 18 de octubre en el Madison Square Garden: "If you vote for Hillary Clinton, I will give you a blow job” (sic).
Para los “expertos” estaba claro: “Es virtualmente imposible que Trump remonte la sólida ventaja que Clinton ya tiene en los Estados decisivos”, así es que apaga y vámonos. No se sabe adónde, tal vez a reclamar la mamada de Madonna…
Ante el inconveniente triunfo de Trump, una fábrica de encuestas de opinión osó avanzar la siguiente excusa: “Es imposible sondear una población irracional”. Lo que, desde luego, no le impide seguir vendiendo su pomada encuestadora: business is business.
Ayer, por la primera vez de su historia, la derecha francesa realizó elecciones “primarias”. Curioso, habida cuenta que su tradición fue siempre la del culto del “jefe”. Hasta hace poco el “jefe” nombraba todos los candidatos al parlamento, los jefecitos regionales, los jefecillos comunales, amén del resto. El candidato ‘natural’ a la presidencia de la república era el “jefe”, lo que tenía el mérito de evitarnos horas de cháchara en la TV, y ríos de tinta malgastada en la prensa obediente.
Como puedes imaginar, los traficantes de encuestas se abalanzaron sobre una presa inédita y lucrativa como ninguna, visto que todo dios compra su propio sondeo de opinión: los diarios, las radios, las cadenas de televisión, los siete candidatos, los partidos, los servicios de inteligencia, el gobierno, las embajadas… el negocio es top.
Una vez más asistimos a una obra maestra de manipulación de la opinión pública por parte de la media docena de estafadores que se ganan los chícharos vendiendo encuestas: sin lugar a dudas Alain Juppé era el preferido, el number one, el front-runner, el próximo presidente de Francia, a tal punto que el pobre Juppé comenzó a adoptar un muy conveniente tonillo de jefe de Estado, pronunciando cada sílaba muy separada de la siguiente, en modo tal que hasta el más cretino de los gabachos pudiese entender su catequizador mensaje.
En segunda posición, Nicolás Sarkozy, agitado y sudoroso como siempre. Para superar a Juppé, Nicolás no encontró nada mejor que la provocación y los excesos verbales. En Francia, “la identidad nos viene de los galos” dijo, y a los millones de franceses de origen guyanés, caribeño, caledonio, africano, árabe, bereber, egipcio, hispano, portugués, ruso, polaco, italiano, vietnamita, laosiano, indio, etc. etc. les podían dar morcilla. Y lo decía Sarkozy, que es hijo de un inmigrado húngaro. Si un niño semita (árabe o judío) no quiere comer cerdo en la cantina de la escuela… “pues que le den una doble ración de papas fritas” dijo Nicolás. Como quiera que sea, el Sarkozy que exigió echar a todos los inmigrantes y enviar a campos de concentración a los ciudadanos sospechosos de islamismo… aceleraba para igualar e incluso superar a Alain Juppé. Las últimas encuestas daban una relación 28% - 24% para Juppé y Sarkozy, diferencia que se estrechaba de hora en hora, el suspenso era insostenible.
Muy, muy atrás, en el pelotón, venían Bruno Le Maire, Nathalie Kosciusko-Moriset, Jean-François Copé, Jean-Frédéric Poisson y el muy triste y monótono François Fillon.
El resultado lo conocimos anoche, a eso de las 22:00 horas: Fillon llegó primero, con más del 44%, segundo Juppé con 28,5%... Nicolás Sarkozy apenas reunió un 20%. ¿Y los encuestadores? Ya comenzaron a hacer previsiones para la segunda vuelta entre Fillon y Juppé… ahí hay un billete que ganar.
Tú te preguntarás de qué sirve que te cuente todo esto. Entre otros para darle ánimos a Ricardo Lagos, a Rafael Tarud y otros enanos que ya se ven presidentes de Chile, sin que los fabricantes de encuestas del campo de flores bordado detecten el más mínimo soplo de apoyo ciudadano. En el fondo todo es una cuestión de plata: el que paga la música pide la melodía.
Por otra parte, se trata de poner a la luz del día el programa del candidato François Fillon, que parece haberse inspirado en el jaguar sudamericano, arquetipo de la modernidad hecha país gracias a la sucesión de benefactores de la humanidad que –de Pinochet a Bachelet, pasando por Aylwin, Frei, Lagos y Piñera– han gobernado el patio durante más de 40 años.
Fillon se propone suprimir la duración legal del tiempo de trabajo, actualmente de 35 horas semanales. Eso no significa que los franceses trabajen menos que sus pares europeos. Simplemente, lo que excede las 35 horas debe ser pagado con un salario más alto, como tiempo extraordinario.
Fillon no ha sido muy claro a la hora de explicar si el aumento del tiempo legal de trabajo de 35 a 39 horas semanales debe ser pagado o no. La cuestión no es menor, sobre todo para el Estado. Si tal aumento del tiempo de trabajo debiese ser de pago… el Estado vería aumentar sus déficits de manera exponencial.
¿Y por qué Fillon desea aumentar el tiempo de trabajo de los funcionarios? Por la sencilla razón que desea reducir los presupuestos del Estado, y su método consiste en suprimir medio millón de funcionarios públicos durante su mandato. Tú me dirás que Gran Bretaña ya lo hizo, para no hablar de la Cuba de Raúl Castro. Pero las consecuencias no dejan de ser significativas.
La primera de todas, la supresión de los servicios públicos. ¿Quieres salud? Muy simple: pagas un seguro privado. El programa de Fillon determina el fin de la Seguridad Social. El sistema público sólo se hará cargo de las enfermedades de la larga duración (“enfermedades catastróficas” en la jerga chilensis, porque las otras son divertidas…). Para el resto, que cada cual se las vea como pueda.
Detrás de la privatización de la salud vienen la educación, los transportes, la previsión y todo lo privatizable, que no es poco a pesar de las privatizaciones ya operadas por la socialdemocracia.
De entrada, Fillon pasará la edad legal de la jubilación de 62 a 65 años, lo que no es sino una etapa hacia el retiro a los 70. No es un misterio para nadie que el sistema solidario por repartición le cederá el paso a los fondos de pensión administrados por la ‘comunidad financiera’. Una vez más, business is business.
Otro tema central en el programa de Fillon es la abrogación, la supresión, o la profunda modificación del Código del Trabajo. Se trata de impedir que los sindicatos puedan intervenir en las decisiones económicas del Estado y/o de la empresa privada. Porque hay que “liberar” las fuerzas productivas, la iniciativa privada, las ansias de lucro, “el deseo de ser millonario” como dice Emmanuel Macron, el candidato “progresista” que envidia toda la derecha.
Macron es una creación del ‘socialista’ Hollande, que lo sacó del Banco Rotschild para hacerlo ministro de economía. Fue como jugar al aprendiz de brujo: el monstruo se levantó contra su creador y ahora propone liquidar el sindicalismo, y por qué no decirlo, la influencia que los trabajadores asalariados ejercen en la empresa. La culpa del desempleo, según Macron, la tienen los “insieres” que ya trabajan (lee mi libro “No Hay Vacantes” y sabrás de qué va el tema).
En esa tesitura, Fillon puede permitirse el lujo de incluir en su programa una sólida baja de impuestos a la empresa privada: 40 mil millones de euros al año, allí donde Sarkozy regaló 25 mil millones y el ‘progresista’ Hollande más de 50 mil. Ninguna baja de impuestos –que debían mejorar la “competitividad” de las empresas francesas– permitió crear el más pijotero empleo, y seguimos con más de seis millones de parados.
Para que no haya celos, Fillon se propone la eliminación pura y simple del Impuesto a la Fortuna, que pagan algunos cientos de multimillonarios, perdidos en una población de 67 millones de franceses. El argumento es imparable: si les cobras a los millonarios… se van al extranjero. Mientras que si les creas un paraíso fiscal, regresan e invierten para ser aún más millonarios, y así crean empleo. No lo invento: lo explicaron con manzanas en los debates de la ‘primaria’.
Lo curioso es que la baja de impuestos favorecerá a los más ricos, mucho menos a la “clase media alta”, e incrementará los impuestos que pagan los miserables. Claro como el agua de roca.
Los pobres desgraciados que no logran encontrar laburo lo tendrán crudo: adoptando el conocido criterio de los economistas que dice que no hay mejor estímulo a la laboriosidad que el hambre, Fillon se propone reducir aún más los montos del seguro de desempleo. Nótese que el seguro de desempleo es financiado por las empresas y por una cotización de los asalariados. No importa: Fillon agravará la degresividad en el tiempo del seguro de desempleo, porque se supone que incrementar la precariedad crea puestos de trabajo.
¿Y la izquierda en todo esto? En una de esas gana la elección presidencial, visto que los encuestadores juran que perderá hasta la camisa. Tú ya sabes, con los fabricantes de encuestas hay que hacer como en el cacho, o juego del cubilete: hay que pedir por abajo.
Para ser sincero –como siempre– habría que comenzar por redefinir lo que es la izquierda. Si se trata de la socialdemocracia que aplica políticas económicas neoliberales y aplaude los perversos tratados de libre comercio como una cierta Michelle… no entenderemos nada. Baste con saber que François Hollande, ‘socialista’ francés, rechazó el Tratado Trans-Atlántico como un Trump cualquiera.
En Francia, como en la Unión Europea y otros sitios, las palabras perdieron su contenido semántico. La palabra “izquierda” ya no evoca las nociones de justicia, solidaridad, libertad, igualdad y fraternidad, sino un microcosmos en el que pululan oportunistas administradores del coso.
Para señalar lo que alguna vez fue el pensamiento y la acción que se reconoce en la soberanía del pueblo, por el pueblo y para el pueblo… hay que decir “izquierda radical”, o bien “izquierda de izquierda”, i2 para los amigos.
Y pasa que la i2 está en estado embrionario. Al menos eso es lo que dicen los fabricantes de encuestas…
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