García reprime a sangre y fuego la rebelión campesina
21/02/2008
- Opinión
Primero amenaza con vender todo lo que sus ojos vean y los tentáculos de las transnacionales puedan ser una escoba. Y a quienes defendemos la soberanía y la dignidad de la patria nos llama “perros del hortelano”, asumimos que él se alucina el hortelano. No contento con ello, insulta a los maestros, los llama “comechados” y mediocres. Luego denigra a los médicos y los tacha de ociosos, “los únicos en el Perú que ganan jugosos sueldos trabajando solo 4 horas”. A todo aquel que se atreva a discrepar, pensar diferente o contradecir el discurso oficial, inmediatamente le salta a la yugular y lo acusa de “extremista”, “comunista trasnochado” y “enemigo del desarrollo del país”, que en su nuevo credo, solo lo podrán traer el capital privado de las transnacionales, y mejor si son las mineras.
Y, como ya tiene “experiencia de gobierno”, prepara su retaguardia legal: suelta una andanada de decretos legislativos que convierte en criminales a quienes se atrevan a hacer uso de su derecho la protesta social como mecanismo para que atiendan sus siempre postergadas demandas. Y por supuesto, pone a buen recaudo a los potenciales policías asesinos pues los considera inimputables, así disparen a matar a los manifestantes. Prepara también otro paquete de leyes para privatizar la selva y entregarla –mientras otros países cuidan su naturaleza- a la voracidad de las transnacionales y grupos de poder económico nacionales como Romero y Cía. Los pueblos de la amazonía ya preparan la defensa de sus derechos.
Dos genialidades más: una, quiere dejar fuera de la carrera pública magisterial a los maestros que no estuvieron dentro del llamado “tercio superior” en sus universidades o pedagógicos, lo que constituye un acto discriminatorio y un atentando contra un derecho humano fundamental como lo es el derecho al trabajo. La firmeza del gremio magisterial y sobre todo de los gobiernos regionales, pararon este despropósito. Y dos, la ley que permite a cualquier capitalista privado que pueda posesionarse –con el cuento de la inversión- de zonas consideradas como patrimonio cultural. El Cusco, ha respondido con sendos paros regionales a este despropósito.
Al mismo tiempo, nombra capataces de lo que considera su granja, que fungen de ministros, que están dispuestos a hacer mucho más de lo que les pide su patrón. A ellos les dicen ¡repriman nomás!, ellos escuchan ¡maten nomás!
Y en este contexto se anuncia el paro nacional agrario. Y claro, como no dejaban de funcionar los hospitales como en el caso de los médicos, ni tampoco las escuelas como es en el caso de los maestros, el gobierno no les dio mayor importancia, y a pocas horas de que se inicie la protesta, quisieron pasearlos una vez más con promesas vagas.
Por ello, el día lunes 18 cuando empezó la protesta de los hombres del campo, un ministro del Interior, que en realidad es un ministro de nada, salió a decir que el país estaba en orden, “que no pasaba nada”, mientras las carreteras del país estaban bloqueadas por la huelga agraria. Y quien funge de ministro de Agricultura, un banquero privado en realidad, sale a decir que “el paro agrario es un fracaso”, y acto seguido, como no pasaba nada, el gobierno decreta Estado de Emergencia en las provincias donde el paro era contundente.
En el primer día la policía asesinó a un campesino en Barranca, al norte de Lima; el segundo día, en Arequipa fue muerto otro productor; y en Ayacucho, dos campesinos cayeron víctimas de las balas policiales: casi todos, con impactos de bala en la cabeza. En apenas 48 horas, el régimen de Alan García, hizo con los campesinos y productores lo que no se atrevería a hacer con los maestros y mucho menos con los médicos. Por supuesto, que no estamos pidiendo que se les reprima igual, solo damos cuenta del sesgo profundamente racista que se da hasta en la represión: a los campesinos hay que tirar a matar.
A fin de cuentas, así como Fujimori condecoró a los asesinos del destacamento “Colina” luego del asesinato de Barrios Altos, hoy Alan García, sale a felicitar a los policías que asesinaron a nuestros hermanos campesinos y productores, considerados como ciudadanos de segunda categoría, a quienes además acusa de terroristas.
El autodenominado hortelano Alan García ha decidido anegar en sangre lo que considera su granja para ponerla al servicio del poder económico neoliberal; felicita a los asesinos y anuncia que así se tratará a quienes se atrevan a protestar. Cree que así puede controlar el descontento social. Su soberbia y arrogancia, cada vez tan grande como su obesidad, le impiden ver que el estallido social se extiende por toda la granja. Ayer fueron los agricultores y campesinos; hoy el Cusco y Ayacucho; mañana serán los pueblos de la selva. Después será todo el pueblo, y si García persiste en su desgobierno, bien podría convertirse en el nuevo Sánchez de Lozada, el “Goni” peruano.
Y, como ya tiene “experiencia de gobierno”, prepara su retaguardia legal: suelta una andanada de decretos legislativos que convierte en criminales a quienes se atrevan a hacer uso de su derecho la protesta social como mecanismo para que atiendan sus siempre postergadas demandas. Y por supuesto, pone a buen recaudo a los potenciales policías asesinos pues los considera inimputables, así disparen a matar a los manifestantes. Prepara también otro paquete de leyes para privatizar la selva y entregarla –mientras otros países cuidan su naturaleza- a la voracidad de las transnacionales y grupos de poder económico nacionales como Romero y Cía. Los pueblos de la amazonía ya preparan la defensa de sus derechos.
Dos genialidades más: una, quiere dejar fuera de la carrera pública magisterial a los maestros que no estuvieron dentro del llamado “tercio superior” en sus universidades o pedagógicos, lo que constituye un acto discriminatorio y un atentando contra un derecho humano fundamental como lo es el derecho al trabajo. La firmeza del gremio magisterial y sobre todo de los gobiernos regionales, pararon este despropósito. Y dos, la ley que permite a cualquier capitalista privado que pueda posesionarse –con el cuento de la inversión- de zonas consideradas como patrimonio cultural. El Cusco, ha respondido con sendos paros regionales a este despropósito.
Al mismo tiempo, nombra capataces de lo que considera su granja, que fungen de ministros, que están dispuestos a hacer mucho más de lo que les pide su patrón. A ellos les dicen ¡repriman nomás!, ellos escuchan ¡maten nomás!
Y en este contexto se anuncia el paro nacional agrario. Y claro, como no dejaban de funcionar los hospitales como en el caso de los médicos, ni tampoco las escuelas como es en el caso de los maestros, el gobierno no les dio mayor importancia, y a pocas horas de que se inicie la protesta, quisieron pasearlos una vez más con promesas vagas.
Por ello, el día lunes 18 cuando empezó la protesta de los hombres del campo, un ministro del Interior, que en realidad es un ministro de nada, salió a decir que el país estaba en orden, “que no pasaba nada”, mientras las carreteras del país estaban bloqueadas por la huelga agraria. Y quien funge de ministro de Agricultura, un banquero privado en realidad, sale a decir que “el paro agrario es un fracaso”, y acto seguido, como no pasaba nada, el gobierno decreta Estado de Emergencia en las provincias donde el paro era contundente.
En el primer día la policía asesinó a un campesino en Barranca, al norte de Lima; el segundo día, en Arequipa fue muerto otro productor; y en Ayacucho, dos campesinos cayeron víctimas de las balas policiales: casi todos, con impactos de bala en la cabeza. En apenas 48 horas, el régimen de Alan García, hizo con los campesinos y productores lo que no se atrevería a hacer con los maestros y mucho menos con los médicos. Por supuesto, que no estamos pidiendo que se les reprima igual, solo damos cuenta del sesgo profundamente racista que se da hasta en la represión: a los campesinos hay que tirar a matar.
A fin de cuentas, así como Fujimori condecoró a los asesinos del destacamento “Colina” luego del asesinato de Barrios Altos, hoy Alan García, sale a felicitar a los policías que asesinaron a nuestros hermanos campesinos y productores, considerados como ciudadanos de segunda categoría, a quienes además acusa de terroristas.
El autodenominado hortelano Alan García ha decidido anegar en sangre lo que considera su granja para ponerla al servicio del poder económico neoliberal; felicita a los asesinos y anuncia que así se tratará a quienes se atrevan a protestar. Cree que así puede controlar el descontento social. Su soberbia y arrogancia, cada vez tan grande como su obesidad, le impiden ver que el estallido social se extiende por toda la granja. Ayer fueron los agricultores y campesinos; hoy el Cusco y Ayacucho; mañana serán los pueblos de la selva. Después será todo el pueblo, y si García persiste en su desgobierno, bien podría convertirse en el nuevo Sánchez de Lozada, el “Goni” peruano.
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