La lucha por Colombia
14/03/2004
- Opinión
El presidente de Colombia, Álvaro Uribe Vélez, fue el
vencedor en las urnas de 2002 porque 5.8 millones de
votantes (la población del país es de 44 millones,
aproximadamente) creyeron sus promesas de que
erradicaría la guerrilla alimentando la guerra civil.
Las elecciones presidenciales que lo llevaron al poder
estuvieron precedidas por elecciones parlamentarias, al
cabo de las cuales Salvatore Mancuso se jactó de que su
organización controlaba el 30 por ciento de la
legislatura. Mancuso es uno de los líderes de las
fuerzas paramilitares, las cuales, conforme a
observadores de derechos humanos, son responsables de
alrededor del 80 por ciento de las matanzas y
asesinatos que ocurren cada año.
Uribe tomó posesión el 7 de agosto de 2002, mientras la
guerrilla -las Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia (FARC)- atacaba el palacio presidencial. Por
un horrible accidente, proyectiles de las FARC cayeron
en uno de los vecindarios más pobres de Bogotá y
mataron a 19 personas.
En los meses que lleva en el poder, Uribe ha realizado
cambios importantes: eliminó el Instituto de la Reforma
Agraria. Debido a su privatización de TELECOM,
telefónica estatal eficiente, las tarifas aumentaron de
manera desmedida, haciendo inaccesible el servicio para
muchos. También aumentaron las tarifas de agua y
electricidad. Su "reforma" laboral provocó el despido
de miles; los trabajadores perdieron muchos derechos y
beneficios; y se retiraron miles de millones de la
esfera pública. Para preparar la "reforma",
paramilitares al servicio del Estado atacaron
brutalmente al movimiento obrero. Decenas de
sindicalistas han sido asesinados desde que Uribe
asumió el poder.
En su intento por legalizar las fuerzas paramilitares,
Uribe ha "negociado" con éstas y Human Rights Watch, la
ONU y muchos otros han documentado los lazos estrechos
entre los paramilitares, el Ejército y el Estado; por
tanto, hacer gala de esas "negociaciones" resulta
absurdo. Pese a que eso lo saben casi todos los
colombianos, en noviembre de 2003 se mostró una
"desmovilización" de un grupo paramilitar: 850
integrantes entregaron 112 armas ante las cámaras de la
televisión nacional. En diciembre, ese mismo grupo,
llamado Bloque Cacique Nutibara (BCN), como si ignorara
que había sido desmovilizado, asesinó a un político
municipal.
A los ataques de Uribe se ha opuesto resistencia, y no
sólo la resistencia armada de las FARC, a menudo mal
dirigida, abusiva y rapaz. Al igual que en el resto de
Latinoamérica, han surgido movimientos populares que,
pese a la represión, exigen espacio político en
distintos frentes.
El 25 de octubre de 2003, Uribe lanzó un referéndum
para hacer reformas constitucionales que permitirían,
entre otras cosas, más privatizaciones; mayores cortes
al presupuesto social y a la protección política; y, de
paso, su propia reelección, la cual prohíbe la
Constitución colombiana. Para aprobar las reformas,
Uribe necesitaba la participación de 25 por ciento del
electorado (6.25 millones de personas). Los movimientos
sociales promovieron la abstención y el electorado se
abstuvo: Uribe alcanzó sólo 6 millones de votos, no
eran suficientes para aprobar los cambios
constitucionales. Ahora busca otros canales.
En contraste, al día siguiente, varios millones más
acudieron a votar en las elecciones municipales y
departamentales. En muchas regiones ganaron dirigentes
de movimientos de la izquierda. Lucho Garzón, respetado
activista sindical, es ahora alcalde de Bogotá. Otro
activista, Angelino Garzón, es gobernador de Valle del
Cauca.
A partir de esta importante derrota de Uribe, tanto los
movimientos sociales -cuyos triunfos nadie esperaba-
como el gobierno -que creía asegurada la victoria- han
procurado reorganizarse para la acción. Mientras que el
gobierno intentó compensar su debilidad política
mediante violencia y represión, en contraste, los
movimientos han centrado esfuerzos en construir,
consolidarse y superar en fuerza política al gobierno.
El norte de Cauca: territorio ocupado
La lucha entre los movimientos sociales y el gobierno
se libra en esferas locales en toda Colombia. Uno de
los campos de batalla es Cauca, un corredor estratégico
al sudoeste, donde la carretera Panamericana conecta el
comercio con el resto de Sudamérica. Durante años, la
zona norte de Cauca, montañosa y olvidada, ha sido
dominio de las FARC. En valles y ciudades, los amos del
azúcar, los cárteles de drogas y los hacendados
continúan ejerciendo el poder del dinero, mediante
alianzas con el capital trasnacional que explota los
enormes recursos naturales de la región (abunda el
agua, por ejemplo).
El norte de Cauca también es el centro de uno de los
movimientos populares más fuertes y políticamente
complejos en Latinoamérica, el de los indios nasa, que
reúne a una población de 110,000, organizada en
cabildos, con un gobierno paralelo y un proyecto
político que llaman autonomía indígena. Debido a sus
logros autonómicos han sido atacados por las elites
tradicionales, el gobierno, los paramilitares y, a
veces, las FARC, incapaces de dar espacio a proyectos
políticos ajenos al suyo. Su organización, el Consejo
Regional Indígena del Cauca (CRIC), se fundó en 1971
bajo la bandera de la unidad, la tierra y la cultura, y
se ha convertido en la guía ética y política de otros
movimientos en el país, y en simiente fecunda de
resistencia en la región.
Arquímedes Vitonas expresó el espíritu del CRIC en un
discurso pronunciado en Cali, en febrero de 2004.
Vitonas, alcalde de Toribío, cuna del movimiento, dijo
a los líderes del movimiento indígena del norte de
Cauca: "Esta guerra matará a muchos de nosotros, pero
no nos puede matar a todos. Los que sobrevivan
continuarán nuestra labor. Los que mueran habrán
defendido nuestro proceso con su vida".
Si las palabras de Vitonas reflejan la tenacidad de los
nasas frente a los ataques, el paisaje desde la plaza
central en Toribío capta la realidad de la ocupación
que sufren. En cada esquina de la plaza hay puestos de
la policía nacional. Puestos similares se distribuyen
por todo el pueblo, con la presencia de policías
armados hasta los dientes, M-16 incluidos.
Tacueyó, resguardo indígena en lo alto de las montañas,
es un campo de batalla donde el Ejército colombiano
intenta desalojar a las FARC del territorio que han
dominado durante decenios. Entre Toribío y Tacueyó hay
uno o, a veces, dos retenes militares que bloquean el
paso. En el retén, el oficial se muestra respetuoso con
nuestro grupo, platica con el conductor y expresa su
preocupación por la población civil: "Lo importante es
que el pueblo está tranquilo", dice.
Pero Tacueyó está sitiado. Las mil personas que
pertenecen a este resguardo se hallan reunidas en una
"Asamblea Permanente" en El Crucero. Más arriba de El
Crucero están los puestos de las FARC; abajo, el
Ejército continúa avanzando. En vista de la conducta
del Ejército en estas tierras, la preocupación del
oficial en el retén resulta una burla.
En la asamblea la gente ha asignado espacios para
comer, dormir y saneamientos; también ha organizado
guardias indígenas. Éstas son una innovación nasa:
guardias desarmadas que se comunican por medio de
radios portátiles y llevan bastones de mando. Vigilan
durante la noche y hacen sonar la alarma si un intruso
entra en su territorio. Permanecen así reunidos porque,
de dispersarse en los campos o en sus hogares, serían
blanco fácil o podrían caer entre fuegos cruzados.
El Ejército intenta constantemente ganarse la
cooperación de los nasas, tanto en Tacueyó como en
otros sitios. Los soldados visitan las tiendas de
abastos y las habitaciones, y ofrecen dinero a los
niños a cambio de información sobre la guerrilla. Hacen
obvia su presencia para que la guerrilla emprenda
venganzas contra la población civil. No es exagerado
decir que la policía está usando a la gente de Toribío
y Jambaló como escudos humanos contra la guerrilla. Más
aún, está construyendo una estación fortificada en
Toribío, no obstante que la comunidad se opone a
convertir el territorio en campo para los
enfrentamientos que la policía intenta provocar. Cuando
se dan combates, los heridos del Ejército son evacuados
en helicóptero. Los heridos civiles, en cambio, no
tienen salida.
La comunidad informa que el fin de esta estrategia es
acercar políticamente a los nasas al Ejército. Si los
nasas guardan distancia, el Ejército recurre a la
represión. El Ejército planta coca, amapola o marihuana
en las casas de los campesinos indígenas y los acusa de
narcotraficantes; también acusa falsamente de
guerrilleros a miembros de la comunidad para
encarcelarlos sin proceso legal alguno. Los retenes
mismos son una amenaza: si los campesinos no pueden
llegar a sus tierras para trabajar, dependen del envío
de alimentos que suelen ser requisados en los retenes.
El Ejército y, sobre todo, los paramilitares utilizan
esta estrategia en toda Colombia, para romper la
resistencia de las comunidades.
El norte de Cauca: territorio liberado
Desde hace más de veinte años, el sacerdote italiano
Antonio Bonanomi vive en la misión de Toribío y trabaja
para el movimiento indígena. Al preguntarle por qué
continúa creciendo el movimiento, no obstante la
ocupación militar, responde: "Los nasas viven dos
procesos. Uno es externo, la violencia del Ejército y
de los modelos económicos traídos del exterior. El otro
es interno. Está construido de sueños. Los nasas son un
pueblo soñador. Su experiencia histórica les ha
enseñado que todo lo demás pasará. Estos Ejércitos
llegan y se van. Yo también les hice la misma pregunta
y respondieron, 'Padre, la conquista española fue peor.
La Guerra de los Mil Días, a fines del siglo XIX fue
peor. La Violencia de los años cincuenta fue peor. Los
ejércitos van y vienen, los sueños permanecen.' Así, en
medio de la violencia, están creando su plan de
desarrollo. Viajan a Malasia para recibir el Premio de
las Naciones Unidas por su gestión ecológica de la
zona. Aguardan el fin del conflicto y, mientras tanto,
construyen".
Para los nasas, construir autonomía significa construir
sobre los cimientos de las luchas del pasado. El primer
héroe del movimiento indígena fue La Gaitana, una mujer
que, en 1536, encabezó la lucha de su pueblo contra los
conquistadores españoles. Unió a las tribus para pelear
codo con codo, obligando a los españoles a pagar un
alto precio por su conquista. El segundo fue Juan Tama
quien, hacia 1670, estudió las leyes españolas y
consiguió que se aplicaran las Leyes de Indios que
reconocían el derecho de los indígenas a la propiedad y
los títulos sobre los resguardos territoriales. Estos
logros se perdieron en el siglo XIX, con la
independencia de Colombia, pues los nacionalistas
intentaron "desarrollar" la nueva nación a costa de la
destrucción de los indígenas. En 1910, Manuel Quintín
Lame apareció en escena, de nuevo peleando por las
tierras, sólo que combinó la lucha política pacífica,
la educación y las leyes de la Colombia independiente.
Quintín Lame fincó las bases del movimiento indígena
actual mediante un proceso de organización clandestina,
que exigió varios decenios. Murió en 1968: por su labor
fue encarcelado en cien ocasiones.
Sin embargo, lo que estos dirigentes ganaron se
debilitó con La Violencia, guerra entre liberales y
conservadores iniciada en 1948 y que provocó el
desplazamiento de millones de campesinos cuyas tierras
terminaron en manos de terratenientes. Desarticulada su
unidad y organización, los indígenas quedaron como
siervos de los terratenientes que les habían robado las
tierras; elites y partidos tradicionales tomaron el
control de sus comunidades. A fines de los sesenta, los
indígenas comenzaron a luchar por la recuperación de
sus tierras.
Al igual que el Movimiento de los Trabajadores Rurales
Sin Tierra (MST) del Brasil, los indígenas de Cauca
recuperaron sus tierras mediante ocupaciones no
violentas. Fueron víctimas de una violencia acérrima:
cerca de 1,500 cayeron asesinados en esta lucha. Hacia
el final, en los ochenta, emergieron las organizaciones
indígenas de todo el Cauca, bajo la bandera del CRIC.
Hoy por hoy también cuentan con la Asociación de
Cabildos Indígenas del Norte del Cauca (ACIN). Asimismo
controlan sus resguardos ancestrales y tienen títulos
colectivos sobre las tierras. Figura clave en este
proceso fue Álvaro Ulcue, sacerdote nasa que estudió
lejos de Cauca y regresó en 1975. Durante los setenta y
ochenta, imprimió vigor al movimiento de recuperación
de tierras, al de las juventudes y a casi todos los
aspectos del movimiento. Los terratenientes y las
fuerzas de seguridad lo asesinaron en 1984.
La muerte de Ulcue no frenó el movimiento, como tampoco
lo detuvo el asesinato de Mario Betancur, primer
alcalde indígena de Jambaló, quien cayó en 1996 a manos
del grupo guerrillero Ejército de Liberación Nacional
(ELN). El movimiento tampoco se detuvo cuando en 2001
las FARC asesinaron a Cristóbal Secue, otro dirigente
indígena. Las propias comunidades investigaron estos
dos últimos asesinatos y concluyeron que habían sido
responsabilidad de la guerrilla como parte de su ataque
contra el proyecto de autonomía indígena.
A fines de los ochenta, con las tierras bajo su
control, los nasas descubrieron que sus organizaciones
indígenas y sus iniciativas políticas estaban siendo
obstaculizadas por las elites y partidos tradicionales
que aún controlaban los municipios. Para retomar el
poder, los nasas formaron el Movimiento Cívico. Tras
perder en tres ocasiones, a mediados de los noventas,
los indígenas ganaron las elecciones en varias
alcaldías. Hoy, Toribío y Jambaló tienen alcaldes
pertenecientes al movimiento indígena. En 1991, la
Constitución colombiana reconoció formalmente los
resguardos y la autonomía territorial de los indígenas.
Los movimientos han usado los espacios conquistados en
los municipios y sus derechos constitucionales sobre
los resguardos para desarrollar la región, mediante una
metodología de descentralización planificada. Derivados
de los métodos de educación adulta de Paulo Freire,
estos métodos abarcan la capacitación de facilitadores
y el recurso asambleario para crear planes de
desarrollo que establecen prioridades y definen
proyectos entre los que la comunidad distribuye el
presupuesto municipal y los pagos a los resguardos
indígenas. Así, son los resguardos y los municipios los
que elaboran este tipo de planeación. En febrero, los
municipios sostuvieron sus asambleas anuales donde
fijaron las prioridades.
El municipio de Toribío celebró su asamblea en CECIDIC,
universidad indígena con programas en agricultura,
economía, comercio y derecho. Los 30,000 habitantes de
Toribío enviaron a 3,000 representantes a la asamblea,
la cual se inició con una presentación por parte del
personal municipal, que mostraron carteles con índices
socioeconómicos recabados dos meses antes en las
aldeas. Se mostraron docenas de índices, desde las
cifras de producción y educación, hasta las denuncias
sobre violaciones de los derechos humanos en la
comunidad. A continuación, los miembros de la comunidad
revisaron éstos índices para corregir posibles errores.
Seguidamente, el grupo de representantes se dividió en
subgrupos para trabajar por temas (educación,
desarrollo institucional, salud, cultura, derechos
humanos, familia y, de manera conjunta, ecología y
economía), y por resguardos (el municipio está formado
por cuatro resguardos, Toribío, Tacueyó, San Francisco
y los cascos urbanos). Los 28 grupos de trabajo
establecieron prioridades presupuestarias, determinaron
los proyectos y sometieron sus decisiones a la
asamblea.
Se ha demostrado que esta planeación descentralizada es
un método de administración altamente eficaz. El
Proyecto Nasa de Toribío -el plan general del cual
forma parte el plan de desarrollo- fue uno de los
ganadores del Premio Iniciativa Ecuatorial de
Desarrollo Sostenido, otorgado por la ONU el 19 de
febrero de 2004 en Malasia. Se premiaron seis proyectos
entre 600 planes de desarrollo que reducen la pobreza,
al tiempo que conservan y restauran la ecología. Los
logros ecológicos del proceso son evidentes para quien
viaje por la región: las tierras, tras años de
explotación en manos de amos de azucareras, hacendados
ausentes y rancheros, ahora están reforestadas y se ha
restaurado su uso productivo.
Movimientos y contramovimientos
Además de subrayar la situación paradójica que
experimentan los nasas, la asamblea anual de planeación
de desarrollo dio oportunidad para hablar de las
familias de ocho personas de Toribío que fueron
apresadas de manera sumaria y encarceladas sin
procedimiento legal alguno. Una mujer del resguardo de
Tacueyó explicó que, el 29 de enero de 2004, su esposo
fue señalado por alguien que llevaba un pasamontañas y
llevado a Popayán por unos policías y militares
armados. La comunidad entera lo conoce: es Hugo Prado
Orozco, minero sin nexos con las guerrillas. Pero
apareció en la televisión nacional al lado de otros
siete miembros de la comunidad, con armas que jamás
habían visto, mientras el Ejército se vanagloriaba de
haber obtenido una importante victoria sobre la
guerrilla con la captura de éstos comandantes clave.
Conforme a las leyes antiterroristas de Colombia, estas
personas, ahora en la cárcel de Popayn, capital de
Cauca, no tienen derecho a enfrentarse a su acusador,
de ver la evidencia en su contra o de tener un juicio
con jurado. Su destino lo decidirá el fiscal del
estado, en privado.
Las familias reunieron 3,000 firmas en la comunidad, en
un documento donde se jura que estos ocho individuos no
tienen vínculo alguno con los insurgentes. En su
contra, el fiscal tiene el testimonio del enmascarado.
Los ocho continúan encarcelados, en condiciones
terribles, en Popayán.
Otra paradoja: el mismo día en que el Proyecto Nasa
ganó el premio de la ONU, los nasas celebraron una
asamblea de 6,000 personas en Caloto. Fue una suerte de
juicio, pues conforme a la Constitución de 1991, los
indígenas tienen derecho a ejercer la justicia de
acuerdo con sus tradiciones cuando se trata de crímenes
cometidos en territorios indígenas. Los nasas
recurrieron a este derecho para juzgar la conducta del
Ejército colombiano. El 31 de diciembre, Olmedo Ui,
miembro de la comunidad, fue asesinado al pasar en
motocicleta por un puesto militar. Nadie ha sido
castigado. Para la comunidad, el caso está claro: ese
asesinato, junto con muchos otros abusos cometidos por
los militares, no hubieran ocurrido si el Ejército no
estuviera en sus tierras. Más aún, la organización
política considera que este crimen es un castigo porque
se ha negado a permitir que su proyecto de autonomía se
utilice como parte de la estrategia contrainsurgente de
Uribe. El crimen ocurrió dos semanas después de que la
ACIN publicara un comunicado donde la autonomía
indígena se deslindaba de la postura del gobierno.
El "juicio" y el premio de la ONU se convirtieron en
noticia de primera plana en Colombia, y el comandante
del Ejército, ante cámaras de televisión, declaró que
los indígenas no tenían jurisdicción para juzgar a
militares colombianos. Al igual que en otros países, la
publicidad suele contribuir a la protección de
movimientos como el de los nasas
Por eso, la comunicación con otros movimientos en
Colombia y en el mundo entero cobra tanta importancia
para los nasas y para todas las organizaciones sociales
colombianas. La estrategia para destruirlos se ha
basado en dividir y aislar, algo que el establishment
maneja a la perfección en este país de regiones, de
diversidad étnica -pueblos indígenas, afrocolombianos y
mestizos-, y con divisiones urbanas, rurales y de
clase. Al ser sólo 110,000 de los 44 millones de
colombianos, los indígenas, por sí solos, no pueden
derrotar las políticas de Uribe, pese a que tengan
mucho que enseñar a otros movimientos acerca de la
construcción y organización de un proyecto notable en
condiciones por demás adversas. Sin embargo no están
solos, y al tejer su autonomía y resistencia con otros
pueblos, están abriendo posibilidades en Colombia y,
quizá, en otros lugares también.
Título original: The fight over Colombia
Autor: Justin Podur
Origen: ZNet,14 de marzo de 2004
Traducido por Margarita Esther González y revisado por
Maria Fernández
https://www.alainet.org/en/node/110009
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