Necesidad de construir una ciudadanía ecológica
La actitud de cuidar no corresponde solo a la ciudadanía. Los modelos de desarrollo consumistas y depredadores son los principales responsables de la crisis socio-ambiental.
- Opinión
Todavía entre líderes de la política, la religión y la economía encontramos resistencias para asumir con seriedad los retos que se derivan de la urgencia para construir un nuevo modelo ecológico. En lo que respecta a la Iglesia es penoso que haya sectores que piensan que el tema ecológico no compete a lo esencial de la fe cristiana y rechazan los planteamientos que ha hecho el papa Francisco en sus encíclicas (Laudato si y Fratelli Tutti). El rechazo cobra diferentes formas: silencio, no se habla del tema; subordinación, se le resta prioridad y centralidad; distorsión, se cree que es un tema espurio impuesto por grupos radicales; indiferencia, porque se estima que no podemos hacer nada para contrarrestar los males ambientales.
En gran medida a este catolicismo cerrado se debe que la Iglesia no ha estado a la altura de los signos de los tiempos, ha llegado tarde. Así, por ejemplo, los que hoy son considerados “derechos fundamentales” fueron un día rechazados por ese tipo de catolicismo. Frente a esta tendencia, el papa Francisco ha ido a contracorriente. “Laudato si”, es considerada una carta magna tanto porque es un verdadero tratado sobre el medioambiente como por asumir un nuevo modelo ecológico, según el cual todos los seres son interdependientes y están en relación. Se supera así el antropocentrismo negativo que supone que los seres solo tienen valor en la medida en que se subordinan al ser humano. En este sentido, una de las ideas fuerza de la encíclica es que “muchas cosas tienen que reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos”. En esta línea se habla de la necesidad de fomentar una “ciudadanía ecológica” a la que corresponde el deber de cuidar la creación.
En principio, el cuidado remite a pequeñas acciones cotidianas que tengan una incidencia directa e importante en la protección del ambiente. Se habla, por ejemplo, de “evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el consumo de agua, separar los residuos, cocinar solo lo que razonablemente se podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles, apagar las luces innecesarias”.
Para el obispo de Roma, “no hay que pensar que esos esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar”. Desde la teología de la creación el Papa propone algunas líneas de espiritualidad ecológica. En primer lugar, recalca los comportamientos de gratitud y gratuidad, “es decir, el reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos”. Habla de un nuevo modo de estar en el mundo, ya no sobre las cosas, sino junto a ellas. Por ello, la espiritualidad ecológica “implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal”. En consecuencia, el ser humano ya “no entiende su superioridad como motivo de gloria personal o de dominio irresponsable, sino como una capacidad diferente, que a su vez le impone una grave responsabilidad que brota de su fe”.
La encíclica es enfática al plantear la urgencia de un retorno a la simplicidad, la sobriedad y la humildad, que permita “detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos”.
En el escenario de la ecología de la vida cotidiana, el papa reconoce el desempeño central que puede tener la familia. En este sentido, recuerda que en ella “se cultivan los primeros hábitos de amor y cuidado de la vida, como por ejemplo el uso correcto de las cosas, el orden y la limpieza, el respeto al ecosistema local y la protección de todos los seres creados. [...] En la familia se aprende a pedir permiso sin avasallar, a decir gracias como expresión de una sentida valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad, y a pedir perdón cuando hacemos algún daño”.
Apostar por una ciudanía ecológica, pues, significa introducir un nuevo estilo de vida, donde se le da centralidad al cuidado como actitud humana esencial. Cuando esto ocurre, la convivencia humana se transforma en gentileza, atención y cordialidad. La ciudadanía ecológica refuerza la vida, atiende las condiciones ecológicas, sociales y espirituales que posibilitan una vida con dignidad. La ética del cuidado en la que se apoya esta visión insiste en que los humanos debemos poner cuidado en todo: cuidado por la vida, por el cuerpo, por el espíritu, por la naturaleza, por la salud, por la persona amada, por el que sufre, por la casa común. Debemos cuidar de nuestra ciudad, de sus plazas y lugares públicos, de sus casas y escuelas, de sus hospitales e iglesias, de sus teatros, cines y estadios deportivos, de sus monumentos y calles. Así se construye la ciudadanía ecológica, así se práctica la espiritualidad ecológica.
Sin duda que la actitud de cuidar no corresponde solo a la ciudadanía. Los modelos de desarrollo consumistas y depredadores son uno de los principales responsables de la crisis socio-ambiental. Por eso el Papa ha planteado la necesidad de una ecología económica que obligue a considerar la realidad de una manera más amplia, corrigiendo el consumo sin límite y la productividad sin regulación.
Por tanto, tiene que seguir resonando en nuestra mente y conciencia, uno de los grandes desafíos plasmado en la Laudto si : “Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida”.
(*) Profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de Teología (Santa Clara, CA; profesor de la Escuela de Pastoral Hispano, Arquidiócesis de San Francisco, CA. Profesor jubilado de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” El Salvador.
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