El Lesbianismo Feminista: una propuesta política transformadora

14/05/2007
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Cherlyl Clarke, lesbiana feminista afroamericana a finales de los años setenta escribió:

“Ser lesbiana en una cultura tan supramachista -capitalista- misógina- racista-homofóbica e imperialista, es un acto de resistencia, una resistencia que debe ser acogida a través del mundo por todas las fuerzas progresistas. …La lesbiana, esa mujer "que ha tomado a otra mujer como amante" ha logrado resistir el imperialismo del amo en esa esfera de su vida. La lesbiana ha descolonizado su cuerpo. Ella ha rechazado una vida de servidumbre que es implícita en las relaciones heterosexistas/heterosexuales occidentales y ha aceptado el potencial de la mutualidad en una relación lésbica, no obstante los papeles”  (Clarke, 1988).

Esta frase contiene la visión y la posición que voy a presentar en esta presentación. Y la tomo por la necesidad de hacer una genealogía política, de pensamientos, de luchas, de formas organizativas y sobre todo de la creación de una propuesta que se ha estado desarrollando más allá de las fronteras,  una propuesta que a pesar de las resistencias y dificultades, ha sido la más radical y revolucionaria en la búsqueda por la libertad y emancipación de las mujeres: el lesbianismo feminista.

Esta presentación contiene tres partes: La primera se trata de una sucinta reconstrucción histórica del lesbianismo feminista como fuerza política en América Latina y El Caribe que permitió posicionarse como movimiento social desde los inicios de la década de los setenta hasta inicios de la década de los noventa.  La segunda parte trata de los diversos hechos que han incidido en la pérdida de autonomía de las lesbianas y su cooptación política desde la década de los noventa hasta hoy, que caracterizo como un retroceso, y la tercera que denomino la apuesta, refiriéndome a cual es la propuesta de lesbianismo que creo necesitamos ante los diversos fenómenos que caracterizan al sistema-mundo actualmente.

Los inicios del lesbianismo feminista: construyendo autonomía política y teórica.

El surgimiento del lesbianismo feminista podríamos ubicarlo en la década de los setenta. Si contextualizamos está época podríamos concluir que la misma produjo mucha revolución en el pensamiento político a nivel internacional.

Por un lado, el descrédito del comunismo soviético y los procesos de descolonización de países africanos y asiáticos dio paso a una nueva izquierda inspirada fundamentalmente en la revolución cubana y la guerra de Argelia.  Surgen los movimientos de liberación nacional y las guerrillas latinoamericanas cuestionando las políticas imperialistas de Estados Unidos y las dictaduras en América Latina. En muchas universidades surgió el movimiento estudiantil radical a través de lo que se denominó el mayo del 68 lo que produjo posteriormente nuevas concepciones en el campo de las ciencias humanísticas y sociales. Por otro lado, el hippismo, la liberación sexual, el ecologismo, el pacifismo, el antirracismo y sobre todo el feminismo, fueron las expresiones políticas más importantes de la época dando lugar  a lo que posteriormente se denominó “nuevos movimientos sociales”.

Los primeros intentos del movimiento lésbico y homosexual en América Latina y El Caribe estuvieron ligados a los grupos de izquierda quienes se asumieron como dice la peruana Norma Mogrovejo: “como un grupo marginal  que encontraría la libertad junto a la sociedad en su conjunto y lucharía por la consecución de la patria socialista”. (Mogrovejo, 2006: 196). La clase social fue la categoría de análisis desde donde se interpretaba la cuestión homosexual (masculina y femenina). Aún en los años sesenta y principios de los setenta no existía la palabra lesbiana, la cual viene a aparecer en 1975 a propósito del Año Internacional de la Mujer, por la influencia feminista (Ibíd.).

El primer grupo aparece en Argentina en 1969, el Grupo Nuestro Mundo en plena dictadura militar. Posteriormente en 1971 surge el Frente de Liberación Homosexual en México y Argentina simultáneamente, ambos de líneas socialistas.  

Pero fue con el impacto del feminismo de la segunda ola en los años setenta o como muchas denominan,  el movimiento de liberación de las mujeres,   que el lesbianismo feminista empieza a perfilarse. Esta nueva ola feminista ya no buscaba la igualdad en el mundo androcéntrico, muy por el contrario, algunas tendencias comenzaron a considerar la diferencia sexual como algo a reivindicar para la lucha feminista, bajo el supuesto que la desvalorización que se hacía de lo femenino era parte de la estrategia del patriarcado para acabar con las mujeres como grupo social. Se inicia entonces la mayor experiencia de autonomía de las mujeres. Cada vez más grupos sólo de mujeres, lejos de partidos y grupos de izquierda se organizaban en colectivos. Los grupos de autoayuda se convirtieron en escenarios  importantes de la política feminista donde “lo personal se hizo político”, así, el cuerpo, la sexualidad,  pasan a ser centrales en la política de estos años.

Pero más aún, de esta segunda ola también surgen los análisis del matrimonio como institución patriarcal y de la heterosexualidad como sistema de opresión para las mujeres y es en estos años que el lesbianismo como pensamiento y práctica política comienza a definirse como corriente importante dentro del feminismo.

A pesar de la fuerza política de las lesbianas dentro del feminismo y que muchas de las líderes de esta segunda ola eran lesbianas políticas,  el tema del lesbianismo fue un punto de conflicto con las feministas heterosexuales, tensión que llega hasta hoy día.  Esto hizo que el separatismo fuese una necesidad para las lesbianas,  como una forma de buscar sus propios intereses feministas y encauzar una práctica y un movimiento con pensamiento y discurso propio,  porque a pesar de los suficientes análisis feministas en torno a la subordinación de las mujeres, el carácter pequeño burgués, heterosexista y racista del feminismo en el continente  hacia asumir la categoría mujeres como algo universal y homogéneo, reproduciendo lo mismo que criticaban a la masculinidad ilustrada.

Las lesbianas, las afrodescendientes y las llamadas “mujeres populares” comenzaron a cuestionar esta universalidad, demostrando que la subordinación de las mujeres se hacía histórica cuando otras categorías como la sexualidad, la “raza”, la clase eran consideradas a la hora de analizar esa subordinación, pues no a todas las mujeres el patriarcado les afectaba igual.

Paralelamente surge el  movimiento homosexual (mixto) por la influencia de Estados Unidos en particular la movilización de Stonewall en 1969 y dentro de estos grupos se encontraban muchas lesbianas, lo que influyó en América Latina para el surgimiento posterior de algunos colectivos.

Los primeros grupos de lesbianas surgen dentro de los espacios mixtos  de homosexuales: en Brasil, algunas lesbianas entran a la organización SOMOS y crean Acción Lésbica Feminista que deriva en años después en la Red de información Um Outro Olhar.
 
En México se creó el Comité de Lucha Feminista dentro del Frente de Liberación Homosexual a principios de los 70 y es a finales de esta década que en este país surgen los primeros colectivos de lesbianas feministas autónomos con la experiencia de Acratas, Lesbos y Oikabeth. (Castro, 2004)
Yan María Castro, iniciadora de estos colectivos haciendo un análisis y genealogía del lesbianismo feminista en México apunta que la creación de estos colectivos pasaba por  la formulación de una propuesta autónoma:
“1) Respecto del Estado y sus instituciones como son las estructuras legislativas, religiosas y castrenses y los partidos políticos institucionales, es decir, la derecha.
2) Respecto a los financiamientos o apoyos económicos nacionales e internacionales, considerados como una forma de comprar a las organizaciones lesbianas y someterlas a los intereses de las agencias o instituciones que financiaban.
3) Respecto del movimiento homosexual. En efecto, el lesbianismo constituía una realidad totalmente diferente a la de los homosexuales ya que éstas, además de sufrir discriminación por su actitud política erótico-afectiva tenían que padecer la milenaria opresión histórica de la esclavitud de la mujer.
4) Respecto del feminismo heterosexual. Existían dos tipos de feminismos: el feminismo heterosexual y el feminismo lesbiano, ambos partían de la opresión histórica de la mujer sin embargo,  la lectura de esta opresión era totalmente diferente así como sus propósitos para erradicarla. Por ende, discrepaban tanto en su teoría y en su práctica como en su plataforma política y en sus objetivos.
5) En relación con la izquierda…por su carácter profundamente patriarcal, es decir, por reproducir  la subordinación de las mujeres a la supremacía política masculina” (Castro, 2004).
Este mismo análisis desde México podríamos extrapolarlo para toda la región. La autonomía de las lesbianas se crea frente a diversas formas institucionales patriarcales, incluyendo la lesbofobia de muchas feministas heterosexuales y la misoginia de muchos homosexuales.
La década de los 80, fue sin duda un momento de creación de otros colectivos. En el I Encuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe realizado en Bogotá (1981) nace el Grupo de Autoconciencia de Lesbianas Feministas (GALF) en Perú y Ayuquelén en Chile. Luego del segundo encuentro feminista realizado en Perú (1983) nacen Las Entendidas en  Costa Rica, las Mulas de México, Mitilene de República Dominicana, y GALF de Brasil entre muchos otros. Posteriormente en la década de los noventa surgen las Lunas y Las Otras en Argentina, Las Chinchetas en República Dominicana, Mujeres Creando en Bolivia,  entre muchos otros. Se crean importantes articulaciones nacionales como es Enlace Lésbico en México.

En las décadas ochenta y noventa se fortalece el movimiento lésbico-feminista  a través del
surgimiento de más grupos de lesbianas feministas en distintos países, muchos de los cuales tuvieron vinculaciones con otras luchas sociales y políticas. Permitió la salida de closet de cada vez más lesbianas con diversos modos y formas de quehacer político: arte, revistas, archivos lésbicos, festivales de cine, con una apuesta internacionalista a través de la realización de Encuentros latinoamericanos y caribeños y la creación de diversas redes y articulaciones regionales. 

A pesar de que se apostaba al separatismo como una necesidad política, era lógico que se mantuvieran las vinculaciones políticas y teóricas con el movimiento feminista a nivel general, pues después de todo, este tipo de lesbianismo político surgió gracias a los aportes de la teoría y la práctica feminista. Al mismo tiempo, el feminismo se hizo más transformador, analítico, propositivo y enriquecedor cuando las lesbianas comenzaron a generar un pensamiento y una acción política más radical al explicar cómo la heterosexualidad era un sistema normativo y obligatorio que tenía efectos nefastos para las mujeres en el plano económico, social, cultural, simbólico y emocional,  limitando su autonomía y su libertad. Como afirma Yuderkys Espinosa: “Negar u ocultar el nexo entre la política lesbiana o a la política feminista sería negar nuestra propia historia y nuestra propia refundación
(Espinosa: 2004:1).

Varias pensadoras de otras latitudes tuvieron mucho impacto en el lesbianismo feminista de la región. Por un lado Adrienne Rich, poeta feminista norteamericana,  quien propone por primera vez el concepto de heterosexualidad obligatoria como sistema de opresión que afecta a todas las mujeres y que invisibiliza al lesbianismo. Rich propuso además el concepto de continum lesbiano para expresar la necesidad de solidaridad entre todas las mujeres, sean o no lesbianas contra todas las formas del patriarcado (Rich, 1999).

La materialista francesa Monique Wittig en 1978 plantea que la heterosexualidad es un régimen político que oprime a las mujeres. Su famosa frase revolucionaria: “las lesbianas no son mujeres” si bien, cuestionada por muchas, nos permitió entender cómo las lesbianas se salen de la dependencia económica, social, cultural y simbólica de  los hombres que en todo caso es lo que definiría “la mujer” (Wittig, 2001).

Muchas de las lesbianas negras de Estados Unidos también influyeron en Latinoamérica y El Caribe,  proponiendo  un feminismo que articulara diversos sistemas de opresión, como es la heteronormatividad, el racismo y el clasismo. El pensamiento de Audre Lorde, Barbara Smith, Cherlyl Clarke, las chicanas Gloria Anzaldúa y Cherie Morraga, muchas pertenecientes a organizaciones autónomas, como Salsa Soul Sisters y el Combahee River Collective, entre muchas otras, fueron referentes importantes para el lesbianismo latinoamericano.

Al mismo tiempo se va tejiendo un corpus teórico propio de la región. Los escritos de Yan María Castro, Norma Mogrovejo, Yuderkys Espinosa, Margarita Pisano, Valeria Flores, mis propios artículos, entre muchas otras,  han ofrecido un sinnúmero de publicaciones y análisis en torno al lesbianismo feminista latinoamericano y caribeño, aportando no sólo al feminismo como teoría y práctica política, sino también a los movimientos sexo-políticos como lo es el LGTB.

Todo ello ha promovido un movimiento lésbico feminista con años de experiencia, con diversos colectivos, análisis teóricos y diversas prácticas políticas,  que se ha manifestado en siete encuentros continentales, además de marchas sólo de lesbianas como es el caso de México donde se han realizado cinco versiones, Brasil, donde se han realizado varias versiones en diferentes estados y Chile donde ya se organizó la primera marcha lésbica, además de cientos de eventos artísticos, políticos y académicos sólo de lesbianas.

El retroceso
Yuderkys Espinosa, en su texto “La relación feminismo-lesbianismo en América Latina: una vinculación necesaria” señala refiriéndose a la década de los noventa y a las posteriores, lo siguiente:
En vano algunas intentábamos resistirnos cuando al poco tiempo ya se nos vino la carrera hacia Beijing. Para muchas, la pesadilla vino de tal forma que no nos dimos cuenta hasta que muchas ya estaban bien adentro: Cabildeo, negociación, agenda, lobby, financiamientos... derechos reproductivos... derechos sexuales y reproductivos (!!!?). El feminismo institucional en su gran época, en su gran despliegue. Y fue triste ver a todas esas lesbianas, en su intento patético de sobrevivir en la vorágine de un feminismo en el que ya no contaban definitivamente. El feminismo ya no era el mismo y en este no había espacio para la política de contracultura en donde las lesbianas se reproducían y se convertían en referente de discurso y prácticas. Al tiempo que esto ocurría, una nueva agenda de derechos humanos y sexuales comenzaba a aparecer en el escenario internacional augurando un lugar de articulación para las llamadas "minorías sexuales" (Espinosa, 2004: 4).
Estas palabras de Espinosa muestran dos de los fenómenos que han incidido significativamente en el cambio de la política lésbica en los últimos años: la institucionalización y la lógica de la diversidad sexual.

En la Conferencia anual del Barnard College de 1982, que se proponía analizar la política sexual del movimiento, Gayle Rubin,  lesbiana feminista norteamericana,  desde un análisis liberal de la sexualidad,  plantea que el problema radica en la jerarquización de las sexualidades y que en ese sentido la heterosexualidad reproductiva y monógama estaba en la cúspide, mientras que las otras sexualidades eran discriminadas y condenadas. Según esta posición se hacía urgente las alianzas entre lo que denominó las minorías sexuales que de una u otra manera subvierten a la heterosexualidad (Falquet, 2000).

Este análisis que impactó mucho en Estados Unidos y por rebote nos llega a América Latina, redujo nueva vez el lesbianismo a una sexualidad diferente, restando importancia al lesbianismo-feminista que contenía una propuesta política de transformación en muchos órdenes (Ibíd.). Muchas lesbianas entran otra vez a grupos mixtos,  perdiendo su autonomía en lo que se llama hoy movimiento LGTB, movimiento dominado por gays, en su mayoría misóginos,  
quienes gozan  del privilegio que les otorga el patriarcado de ser hombres construidos socialmente. Son los que siguen manejando los recursos, imponen la lógica del consumismo y despolitizan las acciones políticas, como por ejemplo las marchas del orgullo.

La diversidad sexual pasó a ser la política que más ha impactado en los últimos años,  en la cual muchas lesbianas han entrado bajo lógicas de identidad sexual y del reconocimiento social bajo el manto del pedido a la tolerancia. En esta lógica se  sigue asumiendo el paradigma heterosexual como el válido y legítimo, al que todas y todos debemos aspirar y desde donde nos deben tolerar a  las y los que somos “diferentes”.

Se asume que la diversidad sexual es lo que puede permitir  alianzas entre los grupos de opciones sexuales diferentes a la heterosexual. El problema aquí es la noción de minorías sexuales que está implícita, que tiene el peligro de contener también a pedófilos, violadores y abusadores sexuales[1] y no cuestiona las bases fundamentales en que se sustenta el patriarcado, siendo las mujeres y las lesbianas las mayores subordinadas en el plano económico, social, cultural y simbólico. Diversidad sexual “
es un concepto desestructurador y fragmentador cuyo propósito es quebrar las "identidades" (políticas)  que han cohesionado a los pueblos, de países del Tercer Mundo, comunidades indígenas y étnicas, la clase trabajadora, las luchas revolucionarias, las mujeres y sobre todo a las lesbianas-feministas[2]

Aglutinarnos a todas y todos los que tenemos una “sexualidad diversa” si bien nos refuerza en determinados objetivos, le ha venido bien al sistema, pues hoy ya no es bien visto que las sociedades no se planteen “tolerantes,” aunque ello no acabe con las desigualdades ni cuestione de fondo el status quo.

El tema de la diversidad sexual ha desviado la política que el lesbianismo feminista propuso desde sus inicios, ha reducido las acciones a la política de identidad, de la diferencia, sin analizar que lo que produce esas diferencias y esas identidades son sistemas de opresión y que éstas son sólo necesarias como estrategias para lograr la articulación política y no deben ser objetivos políticos en sí mismos. Ello fomenta la lucha por el reconocimiento dentro de las lógicas patriarcales, reinvindicando el matrimonio como el ideal a lograr,  institución que hace tiempo el feminismo mostró que es una de las encargadas de reproducir la explotación de las mujeres. Se siguen reproduciendo parejas con roles y funciones semejantes a los heterosexuales y no se crean otros modelos de relaciones fuera de la norma.

Por ello sigue siendo necesaria nuestra autonomía política, como cualquier grupo social subordinado, no obstante sean importantes las alianzas políticas con otros movimientos sociales.

A todo ello se suma también los procesos de institucionalización que afectó a casi todos los movimientos sociales. La ingerencia de las Naciones Unidas a través de las Conferencias Mundiales y la burocratización que ha conllevado,  ha promovido que las organizaciones y colectivos se sumaran al carro de las agendas internacionales promovidas por la ONU, Banco Mundial y AID. Estas agendas internacionales instalan también la perspectiva de la “tolerancia” y de la “diversidad” a través de políticas de inclusión, las cuales no tocan las desigualdades de fondo.

La cooperación internacional ha sido otro factor que ha modificado la política lésbica.   En la visión de la mayoría de las agencias internacionales de cooperación,  sigue existiendo una visión universal de los sujetos políticos y es más fácil otorgar una que otra cantidad de dinero si estos grupos se unen bajo una nomenclatura, no importando las diferencias políticas y de apuestas de mundo que hay al interior. Hoy, los grupos más financiados son precisamente los denominados LGTB, en donde las propuestas y perspectivas de las lesbianas siguen brillando por su ausencia o en todo caso, si existen, se centran en la lógica masculinista. Los colectivos de lesbianas feministas que se plantean una política más cuestionadora y autónoma a los cánones masculinos, no cuentan con recursos.

A ello se suma la lucha contra el VIH-sida en la que se mueven muchos recursos. Son muchos de los grupos LGTB los que se proponen combatir la epidemia, cuando debería ser una obligación de los Estados velar por la prevención y atención de la población afectada. Con ello se descarga al Estado de su responsabilidad y además se sigue estigmatizando a la población homosexual y lésbica como los principales portadores y promotores de la epidemia.

En otro orden, desde la academia norteamericana, específicamente desde los estudios culturales,  aparece lo queer, como una propuesta postmoderna de cuestionamiento a los géneros y sus identidades. Es ahora la moda y lo más light de la política, incluso en Latinoamérica. Si bien la fuerza de lo queer está en el cuestionamiento al sistema de género, a la heteronormatividad, a la esencialización de las identidades y que es una propuesta alternativa en lo estético y artístico, su debilidad radica en que se enfrenta  a ello como si el sistema sexo/género afectara de igual manera a hombres y mujeres, como si hubiese neutralidad sobre los cuerpos, olvidando las condiciones materiales, la raza y la clase.  Lo queer presenta más bien un género despolitizado y en ese sentido las relaciones de poder desde lo queer desaparecen. Nombrarse lesbiana para lo queer implica esencialismo, olvidando que si bien no es una identidad esencial, como posicionamiento político,  sigue siendo necesario nombrarnos y asumirnos como lesbianas,  pues es un concepto político que nos articula y nos da herramientas para la intervención política fuera de las lógicas gay, masculina, trans y travesti.

La mexicana Yan María Castro caracteriza este momento como sigue:

“Actualmente, el Movimiento Lésbico Feminista se encuentra en medio de una vorágine de confusión y descontrol, porque se encuentra sometido a un discurso político patriarcal-neoliberal que lo ha colocado bajo la supremacía de los bloques sexopolíticos antes mencionados, así como en medio de la más abyecta mercantilización y banalización de la sexualidad humana, ello, con el propósito de neutralizar el carácter político y eliminar la propuesta re-evolucionaria del lesbofeminismo”  (Castro, 2004).


La apuesta

Ante lo que vemos y padecemos hoy día: auge de la derecha y de los conservadurismos, el auge de las religiones, la vuelta al naturalismo, la cultura guerrerista,  la cooptación de muchas luchas sociales, etc.., se hace urgente redefinir nuestras posturas políticas.

Se hace necesario retomar los fundamentos del lesbianismo feminista, como un proyecto político que nos permita entender cómo se manifiesta el sistema-mundo heterosexista patriarcal, racista y neoliberal en nuestros cuerpos y nuestras vidas.

Necesitamos de una intervención política que suponga no solo ver el amor, la sexualidad y el placer como una cuestión de alcobas y del ámbito privado, sino que implique asumirnos como sujetas políticas que tenemos una responsabildad histórica de afectar a este mundo,  para que las lesbianas y las mujeres puedan vivir en libertad y con autonomía, sin ser explotadas económicamente, ni  violadas ni asesinadas.

¿A que mundo aspiramos? Es la pregunta que debemos hacernos. ¿A un mundo que nos tolere o a un mundo donde las desigualdades por cuestiones de sexualidad, de racialización, de clase etc. sean eliminadas?

Desde el lesbianismo feminista muchas aspiramos a esto último. Otro mundo, probablemente no tengamos claro cual es,  porque para lo que aspiramos no hay modelos, sin embargo sabemos lo que no queremos de este y eso es ya una premisa potencial para una otra construcción posible.  

El lesbianismo feminista para muchas de nosotras  no es ni una identidad,  ni una orientación, ni una opción sexual;  sino una posición política, posición que implica entender la heterosexualidad como un sistema y un régimen político, implica aspirar y construir la libertad y autonomía de las mujeres en todos los planos. Es una propuesta transformadora que supone no depender ni sexual, ni emocional, ni económica, ni culturalmente de los hombres. Significa entender que la sexualidad es mucho más allá que coito, supone crear lazos y solidaridades entre mujeres, sin jerarquías ni relaciones de poder. Significa entender como el patriarcado afecta los cuerpos de las mujeres, cuerpos históricos a los que les toca de cerca la mundialización y transnacionalización del capital, el racismo, la pobreza, la guerra, pero también,  cuerpos que han construido la resistencia y la oposición a la desigualdad que produce el patriarcado, cuerpos que han imaginado y creado otras relaciones sociales, otros paradigmas,  otros mundos.

El lesbianismo desde una posición feminista para nosotras es la mejor forma de oponerse a la opresión porque como dijeron las Radicalesbians en Nueva York en 1978:

¡Una lesbiana es la rabia de todas las mujeres concentrada hasta su punto de explosión!

- Ochy Curiel es investigadora y docente en ciencias sociales; activista de los movimientos feministas, lésbico-feminista y antirracista.  Parte de este texto fue presentado en el 1er Encuentro de Diversidad Sexual de las Mujeres realizado (Bogotá, octubre 2006), organizado por el Colectivo Triangulo Negro.

* Una versión resumida se publica en la Revista América Latina en Movimiento No. 420

Bibliografía

Castro, Yan María Yaoyólotl. 2004.  El movimiento lésbico feminista en México, su independencia respecto a los movimientos feminista heterosexual y gay y su misión histórica. Ponencia presentada. VI Encuentro de Lesbianas Feministas de Latinoamérica y el Caribe, México.

Curiel, Ochy. 2005. Subvirtiendo el patriarcado desde una apuesta lésbica-feminista. Ponencia presentada en el  X Encuentro Feminista de América Latina y El Caribe. Sierra Negra, Sao Paulo

Clarke, Cherlyl. 1988. El lesbianismo, un acto de resistencia. En: Esta puente, mi espalda. Voces de Mujeres tercermundistas en los Estados Unidos. Moraga, Cherrie y Castillo, Ana. ISM press. San Francisco. California.

Espinosa, Yuderkys. 2004 Red Informativa de Mujeres. Ponencia presentada en la Primera Jornada de Reflexión Lésbica de Rosario “Entre Nosotras”. Rosario. Argentina.

Falquet, Jules. 2000. Breve reseña de Algunas Teorías Lésbicas. Fem-e-libros. México.

Mogrovejo, Norma. 2006. Movimiento Lésbico en América Latina y sus demandas. En Lebon Natalie y Maier Elizabeth (coordinadoras). De lo privado  a lo público. 30 año de lucha ciudadana de las mujeres en América Latina. Siglo XXI. Unifem. Lasa. México.

Rich, Adrienne. 1999.  La heterosexualidad obligatoria y la existencia lesbiana. En: Sexualidad, género y roles sexuales. Comps. Marysa Navarro y Catherine R. Stimpson. Fondo de Cultura Económica. Argentina.

Wittig, Monique. 2001 [1980]. La pensée straight. Ballano, Paris.



[1] Agradezco a Mariana Pessah este comentario.

[2] Agradezco a Yan María Castro, este otro comentario.

https://www.alainet.org/de/node/121025?language=en
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