Para cumplir, más participación y más transparencia
08/11/2004
- Opinión
El impacto de la victoria de la izquierda del 31 de octubre,
aunque menos visible, no se ha extinguido. Sigue transcurriendo
bajo la forma de infinitos reencuentros. Familiares, amistosos y
sobre todo de identificación colectiva.
El reencuentro marcado por el sentido de pertenencia a una
comunidad política, asentada en la historia y la conciencia de
su pueblo, que desde los sesenta ha emprendido una larga marcha.
Nuestra larga marcha
La victoria de una fuerza política negada, a la que se pretendió
borrar del mapa político durante trece años.
Fuerza imparable de los colores que la simbolizan, convertidos
durante la dictadura en estigma y a sus portadores en blanco de
la discriminación o la represión lisa y llana.
Una fuerza a la que se procuró dividir, con dedicación y esmero,
con apoyos "intelectuales", con fundamentaciones pretendidamente
científicas.
Una fuerza política que, en este plano, demostró hasta que punto
algunas llamadas ciencias políticas no eran sino la expresión
acicalada del largo brazo del poder hegemónico, que no hacían
otra cosa que poner en lenguaje difícil las toscas e
impresentables realidades del gobierno.
Por eso, la victoria popular del 31 de octubre conlleva una
carga que está lejos de haberse agotado con lo más visible y
extendido de los festejos, exteriorizaciones de la alegría
popular contenidas, llenas de templanza, demasiado cargadas de
emotividad, como para caer en el revanchismo o la guarangada.
Predomina lo que importa y es que, finalmente, se van. Las casi
eternas clases dirigentes se irán del gobierno y se irán por la
decisión soberana y legítima de un pueblo.
Incuestionable legitimidad democrática en el marco de una
estructura institucional trabajosamente construida por ellos,
por los políticos y juristas de las clases dominantes levantando
un Estado y una "legitimidad", funcional a sus intereses.
A espaldas del sufrimiento de la gente
Una legitimidad, un "apego a la Constitución", un "legalismo"
que soportó cualquier laceración para la sociedad, como el
crecimiento de la mortalidad infantil y del número de pobres;
como la migración masiva, el crecimiento de los suicidios y la
desesperanza generalizada. Como la destrucción de buena parte
del aparato productivo. Todo dentro del marco "de la
Constitución y la Ley".
Una presidencia fuerte, tan fuerte como sorda a los reclamos del
pueblo, que se permitió seguir reclamando de su legitimidad
cuando el país entero se conmovió por las denuncias de
crecimiento de la desnutrición infantil en el Interior del país.
Y nadie viajó ni resolvió nada. Todavía en noviembre del 2004,
el gobierno central no ha resuelto hacer llegar los recursos
para alimentación a los centros CAIF de Artigas.
Un país tan dispuesto a atravesar el mundo para cumplir con las
"ayudas humanitarias" que son gratas a los que detentan el poder
en campo internacional, no ha sido capaz de resolver el problema
de la alimentación de buena parte de sus propios hijos. Los
hijos de los pobres, de los trabajadores.
¿Que es lo que ha sido derrotado?
La reflexión sobre esto me lleva a otra enseñanza que deja la
batalla que el Frente Amplio acaba de ganar.
No creo que los candidatos blanco y colorado fueran
especialmente ineptos. Los dos han demostrado, en otros tramos
de su vida política, que pueden lograr desempeños aceptables.
Tampoco son ineptos muchos otros hombres que supieron conducir
esos partidos durante decenios y aún forman parte de sus
cuadros.
¿Por qué fracasaron de manera tan palmaria?
¿Por qué cayeron en el hoyo de la incredulidad popular que lo
aprisiona?
En otro momento la respuesta hubiera resultado obvia: no es una
cuestión de hombres sino de clases; la extenuación de los
recursos de los viejos partidos no se termina de entender si
pensamos que es responsabilidad exclusiva de tal o cual fracción
política blanca o colorada.
A lo que asistimos es, en realidad, al fin de una forma de
dominación, de un tipo de Estado capitalista dependiente,
parasitario, clasista, coimero, antinacional, excluyente.
Y reflexionando sobre las raíces de su derrota nos encontramos
con algunas de las claves de nuestras dificultades: las palancas
que acabamos de ganar en buena ley no están funcionando para el
bien común, sino contra el bien común y a favor de camarillas o
grupos económicos nacionales y trasnacionales.
Ese Estado esperpéntico es el que heredamos. Hecho para el mal
gobierno.
Democratización del Estado
A ese Estado hay que cambiarlo, de arriba abajo y de abajo
arriba. Hay que domarlo, hacerlo sociable, útil para la
comunidad. Sacarle las mañas, la mala leche y el veneno.
Terminar con esa infinita, detallada y minuciosa manera que
tiene el poder administrador de ser un factor de hostilidad y de
estafa ante el pueblo y ante sus propios funcionarios.
La presidencia fuerte (ingenio de Batlle y Sanguinetti con la
reforma naranja en 1966) permitirá avanzar por vía del decreto.
Las mayorías parlamentarias permitirán agilidad en la gestación
de leyes avanzadas y justas.
"Esta victoria es de ustedes", Tabaré el 31 de octubre.
Pero la clave, a mi juicio, está en mejorar, crear, consolidar
(y todos los demás verbos afines) los mecanismos de
participación popular. La circulación exhaustiva de información
es el principio clave para la democratización de todas las
cosas. En lo que atañe al Estado y al patrimonio público todo
debe saberse y saberse rápido.
Quien ha prestado atención a lo que fue la campaña y su
culminación, quien vio la adusta serenidad con que el pueblo
festejó su victoria, está en condiciones de entender las
inmensas ganas de participar que tiene una gran masa de gente
procedente de todos los ámbitos y de todas las profesiones, de
todas las edades y de todos los partidos. Hay una ciudadanía
recobrada y un recobrado sentido de nación, de patria con
igualdad, con justicia y con verdad.
Es imprescindible darle cauce a ese anhelo de saber y de
implicarse en el proceso de reconstrucción nacional.
Con lo primero que hay que terminar es con cualquier forma de
secreto, de concentración de la información y de la toma de
decisiones.
El país tiene una tradición robusta de organizaciones sociales y
políticas: a través de su participación organizada, las clases
populares tienen que sentir que este es su gobierno.
Sin Comités de Base, Departamentales y Coordinadoras, sin
sindicatos y sin FUCVAM no habría habido victoria.
Las estructuras políticas heredadas del viejo Estado no son
instrumentos suficientes para ensanchar la ciudadanía y
acrecentar la confianza de la población en el funcionamiento
democrático.
Para usar una expresión del gran Vivián Trías, la "ortopedia
deformante" del Estado burocrático blanqui-colorado no da cabida
a la sed de saber y el querer hacer de decenas de miles de
uruguayos que sienten que han recobrado la ciudadanía.
Para cumplir con el programa del FA (que entre otras cosas hay
que difundir más) es preciso el desarrollo de ese proceso
creativo, casi de gestación, que es la descentralización de la
información, del rendir cuentas, explicar planes, propósitos y
explicitar dificultades.
Ese camino y ese estilo fue clave en el primer gobierno
frenteamplista de la Intendencia de Montevideo presidido por
Tabaré, que dio el impulso inicial al proceso de
descentralización.
Actuar de ese modo con los problemas de escala nacional
constituye un salto gigantesco.
Pero ese paso hay que darlo. Energías sobran. Y si no lo
diéramos, si quedáramos encerrados en el "bunker burocrático",
correríamos un riesgo: que termine por dañarnos el parásito
heredado, como aquel maligno que anidaba en el almohadón de
plumas, y engordaba con la sangre de la mujer exangüe del cuento
de Horacio Quiroga.
* Hugo Cores es dirigente del P.V.P.- Frente Amplio. Publicado
en La República el lunes 8 de noviembre 2004
https://www.alainet.org/de/node/110852?language=en
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