Aniversarios
14/02/2003
- Opinión
En estos primeros días de febrero se están cumpliendo varios aniversarios.
Algunos jubilosos, como la fundación del Frente Amplio. Otros, que conllevan
recuerdos menos confortables, como el del movimiento militar de 1973. Otro,
francamente doloroso como lo es el aniversario de la llamada segunda masacre de
los comunistas, en 1976.
¿Qué sentido tiene la conmemoración de estos aniversarios? ¿No será que no
tienen fundamento estas evocaciones y más bien hay que ocuparse exclusivamente
de los acuciantes problemas de la actualidad?
Creo que sí tienen sentido. La mirada hacia el pasado permite a los grupos de
hombres y mujeres que constituyen los partidos verse en la perspectiva del
tiempo trascurrido, cuando algunas de las incógnitas de antaño se han disipado,
cuando las contingencias menores, las anécdotas, han ocupado el lugar -modesto-
que les corresponde y solo sobresalen las grandes orientaciones y conductas.
El 5 de febrero de 1971
Pertenezco a una organización política que en febrero de 1971 cometió el error
de no creer en el camino que se proponía transitar el FA. Creíamos,
equivocadamente, que en su orientación prevalecería una orientación
electoralista y reformista. Preferíamos - y no éramos los únicos- el camino
revolucionario. Y, al mismo tiempo, creíamos e impulsábamos una acción
sindical combativa que le diera respaldo y viabilidad a esa opción por un
camino al que nos sentíamos inducidos por el proceso autoritario que se vivía
en el país y por la experiencia y las opiniones del Ché y las conquistas de la
revolución cubana.
A partir de 1971 el Frente Amplio se arraigó en una buena parte del pueblo
uruguayo, se transformó en un factor de identificación política y emocional de
una tremenda potencia y más de 10 años de represión y violencias contra sus
militantes no hicieron sino fortalecer esa implantación del FA entre la gente.
Hoy, la conmemoración de aquel nacimiento tiene, además de contenido político,
una fuerte marca emocional e ideológica como presencia de una izquierda a la
que desde el poder se quiso destruir y logró sobrevivir y fortalecerse.
El 9 de febrero de 1973
Han pasado 30 años de los episodios de aquel verano de 1973, tan distinto a
todos. Un momento donde, por primera y única vez en un largo ciclo, las fuerzas
armadas se dividieron efectivamente, con barricadas, cruce de amenazas y
forcejeos diversos.
Una nota de Oscar Lebel del domingo nos daba el punto de vista, discutible e
interesante, de ese militar digno, de sólidas convicciones democráticas. En
aquel momento, las fuerzas políticas de izquierda tuvieron opiniones
divergentes acerca de qué significaba el movimiento militar que se alzaba
contra las instituciones y qué clase de credibilidad se le debía otorgar a los
comunicados militares que adornaron aquellos pasos -autoritarios,
inconstitucionales- hacia el poder.
Estamos entre los que creyeron que aquellos comunicados eran demagogia y
engaño. Que ahí no emergía ninguna "contradicción" entre los militares y la
oligarquía y que era un profundo error saludar como una victoria del movimiento
obrero aquellas proclamas castrenses. Como lo había sido antes, en 1972, creer
que se podría encontrar con los militares de la represión puntos de
coincidencia para combatir los "ilícitos económicos".
Pese al tiempo trascurrido, en la izquierda no hemos logrado construir un
debate razonable y provechoso acerca de qué origen tenían los errores, tan
graves, que se cometieron.
En febrero de 1973 no se trató, siempre lo hemos pensado, de un error
cualquiera. No fue uno de esos errores "prácticos" o los que surgen frente a
los hechos inmediatos que cualquier partido puede cometer y que tienen una
importancia apenas pasajera.
Por el contrario, el que se tome el trabajo de revisar la prensa o las revistas
y hasta los libros publicados en aquella época se entrará que tras la línea de
apoyo a los militares habían una larga elaboración teórica. Incluso la
doctrina, arduamente tejida en aquellas circunstancias, se mantuvo como música
de fondo durante varios años. Una de las fuentes principales de inspiración
provenía de la Unión Soviética y se venía expresando en numerosos publicaciones
tanto del PCUS como de la Academia Ciencias.
Alguien la ha llamado "la doctrina Breznev" acerca del papel de los militares
en el Tercer Mundo. Según enseñaba Moscú, dicho en forma muy resumida, en
muchos países de Asia, África y América Latina el ejército podía cumplir las
funciones de organizador de las fuerzas populares, ocupando incluso el lugar
que antaño había ocupado los partidos de izquierda o las organizaciones
sindicales. Se aportaban algunos ejemplos mal digeridos, como los procesos en
algunos países del norte de África y el Perú o Bolivia.
Al ilustrado pensamiento de Breznev en el caso de Uruguay se le sumaron otras
influencias. Se creyó que por vía de la "división" del ejército (que se estaría
produciendo y los Comunicados de febrero probaban) se encontraría "un atajo"
que facilitaría las cosas para el cumplimiento de un programa antiimperialista
y popular.
¿Tiene sentido, hoy, este debate? Creo que sí. No estoy seguro que en la
izquierda todos los compañeros hayan desechado completamente las tentaciones de
encontrar atajos y no se esté pensando que, a lo mejor, la izquierda todavía
tiene las posibilidades de encontrar aliados en las fuerzas armadas del
sistema. Un error, como aquel, de derecha, del que no creo que estemos
totalmente vacunados.
Digamos al pasar que importa también para no perder de vista que, a lo largo de
la experiencia de la izquierda, no solo hemos cometido errores "izquierdistas".
También, y tan desacumuladores como aquellos, de los otros.
Fines de 1975, principios de 1976.
El aniversario al que me refiero ha tenido más dificultades de percepción y de
registro, siendo que se trata de un hecho de una tremenda gravedad. Remite a
episodios bien característicos de lo que fue en nuestro país el "terrorismo de
Estado" y la evocación refiere a unos hechos que se extienden durante varias
semanas, a partir de diciembre de 1975. Me refiero a lo que se ha llamado "la
segunda masacre de los comunistas".
En abril de 1985, en el desarrollo de un homenaje a Vladimir Roslik que se
realizaba en la Cámara de Diputados, el Dr. Yamandú Sica Blanco denunció que,
entre fines de 1975 y principios de 1976, habían sido detenidos 23 militantes
del Partido Comunista. De ellos solo sobrevivieron 12. Tres fueron denunciados
como desaparecidos y los demás murieron a causa de las torturas. La mayoría
fueron torturados en el Batallón Nº 13 y en el Cuartel de La Paloma.
Uno de los sobrevivientes, Aurelio Pérez González, dijo en 1985 al diario La
Hora que los detenidos, en su mayoría obreros, en casi todos los casos
superaban los 50 años de edad y en algunos los 70.
Es un hecho que no puede dejar de evocarse. Habla de represión y de crímenes
contra la humanidad. Y habla también de la existencia de gente que resistía, de
algunos de esos miles de uruguayos que lucharon contra la dictadura. Estos
actores de la resistencia popular, en este caso militantes del Partido
Comunista, deben ser también protagonistas en nuestra memoria colectiva como
frenteamplistas y como gente de izquierda. Presente como mártires de nuestro
movimiento obrero y popular.
Lo otro, olvidar esa región del pasado, implica trasladar a las nuevas
generaciones, que están formando su universo de valores y de referencias, la
idea que en nuestro país solo hubo una tradición épica, la de la guerrilla
foquista. Y eso no se corresponde con la verdad histórica.
El notable trabajo de Virginia Martínez sobre "los fusilados de abril",
reconstruyendo los trágicos episodios de abril de 1972, es un ejemplo de aporte
en esta dirección. Faltan otros, faltan muchos aportes. Nos está faltando,
entre tantas cosas, una visión detallada de quiénes eran y cómo actuaban los
corajudos uruguayos y uruguayas que resistieron al terrorismo de Estado. Y
honrar su memoria y la del pueblo resistente y democrático del que surgieron.
Pasado y presente
Cuando el país conducido por las viejas clases dominantes ha sido llevado a los
umbrales del naufragio y para amplios sectores populares la izquierda aparece
como una posibilidad cierta y responsable de impulsar cambios en un sentido
popular y progresista, el anclaje en las alertas de la memoria es esencial.
La nuestra no es una izquierda que haya nacido ayer, como resultado de un
habilidoso acuerdo entre dirigentes. Por el contrario, tiene unas raíces
poderosas, hechas de sacrificios y renunciamientos de miles de militantes
anónimos, de gente que dio todo, hasta su vida, defendiendo una causa. La
memoria es un campo de batalla. Uno de los tantos que nos desafían.
* Hugo Cores, dirigente del PVP. La República, viernes 14 de febrero 2003.
https://www.alainet.org/de/node/106969?language=en
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