Consumismo, austeridad y capitalismo
19/10/2013
- Opinión
Resulta indudable la difusión -y reconocimiento- internacional de la figura del presidente uruguayo José “Pepe” Mujica, e indirectamente a través suyo del país que preside. Es un rasgo destacable de su gestión que contribuye a reducir parcialmente el bloqueo informativo al que es sometido Uruguay y América Latina en general. No es ésta producto de la noticia de estos días sobre su supuesta ubicación en el top ten de los premiables con el Nobel de Paz. Aún si se le otorgara tal distinción, dudo que le aportara algo a su prestigio ya que es la propia institución otorgante la que carece de él al oscilar anualmente galardonando por igual tanto a criminales como a defensores de derechos humanos, a oprimidos y opresores, a guerreros y pacifistas. La estatura histórica de Mujica no dependerá con el tiempo de ésta o cualquier otra distinción como no depende hoy la de Borges en la esfera literaria. El dato que aportó esta semana el editorialista Pasculli en este diario [La República, Montevideo] de que el 80% de las búsquedas en Google sobre Pepe se efectúan allende el Plata, indicaría esta tendencia que resulta saludable, aunque conlleva a la vez algunos riesgos inherentes a la construcción mediática del “personaje” y sus posibles mistificaciones o la mera curiosidad ante lo excéntrico.
Buena parte de la información que los latinoamericanos consumimos sobre nuestra propia realidad está producida y procesada por agencias de los países hegemónicos con particular inclinación por la descontextualización y el rechazo tácito de la otredad. In extremis, desearían presentarlo como algo menos de dos siglos atrás hicieron los franceses con aquella nativa charrúa sobreviviente de la masacre de Salsipuedes, Guyunusa, quién fue exhibida junto a otros tres aborígenes en un zoológico humano parisino. En última instancia, como alguien ajeno a la “civilización desarrollada”, encubierta ahora con algunas pátinas de corrección política y simpatía por lo diverso: una excepción inofensiva. Sin ir muy lejos, es lo que intentó expresar el candidato presidencial derechista Lacalle, antes de ser derrotado por Mujica, al considerar su vivienda como un “sucucho”, algo del orden de las antiguas tolderías. Buena parte de las expresiones políticas románticas contra la modernidad corren el riesgo de ser estigmatizadas y hasta ridiculizadas, pero en ellas se sitúan gérmenes críticos importantes cuando no son desviados hacia el misticismo. Personalmente las tomo muy en serio. Sin embargo, tanto más inofensivo será, cuanto más se autonomice el personaje de las fuerzas históricas que lo produjeron, cuanto más se lo individualice y neutralice de conclusiones políticas y morales generalizables. Lo peor que puede hacerse desde la propia escena y el rol protagónico es contribuir a ello. Al mundo –no exclusivamente occidental- llama la atención su vida austera (me cuento entre quienes lo enfatizan) que contrasta con la de buena parte de los políticos profesionales de muy variada laya y latitud. Pero soslaya que no es el único caso en Uruguay, ni tampoco lo es necesariamente en otros países latinoamericanos aunque en lo que a austeridad y/o corrupción respecta, las desigualdades nacionales pueden ser abismales. Expresa una proporción de fuerzas progresistas y de izquierda que consideran, para ponerlo en palabras del presidente boliviano Evo Morales, “que empobrecerse es otra forma de hacer política” como cuando se dirigió particularmente a los candidatos y jerarcas de su partido, el MAS, instándolos “a renunciar si no están preparados para eso”. Queda enfatizada de este modo la ponderación moral según la cual la asunción de responsabilidades públicas, al igual que toda otra forma de militancia, no debe traer beneficios materiales, sino inversamente, hasta perjuicios. Pero lo que atrae la atención no son los discursos, sino la coherencia entre ellos, sus fundamentos y las prácticas de quienes los profieren o, en otros términos, la dimensión política que adquieren. En la policromática paleta de la libertad de conciencia, la política difícilmente se moralice en el contexto hegemónico liberal y fiduciario actual.
Sin embargo, aún apreciado el presidente por cierta proporción de ciudadanos de aquí y allá, tal como se lo personaliza –tanto la opinión pública como voluntaria o involuntariamente el propio personaje- no supera el nivel de lo que Kant llamó “imperativo hipotético”, es decir aquél que debe ser aplicado exclusivamente por quién comparta el principio moral, eximiendo al resto de su cumplimiento. En términos no ya filosóficos sino ahora políticos, una resignación personal más próxima a la caridad, la beneficencia y la filantropía que al recordado primer imperativo categórico que Kant postuló: “obra sólo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal”. Es que los fundamentos de su práctica austera y crítica del consumismo, elude frecuentemente las determinaciones estructurales y los anclajes institucionales, oscilando entre el pragmatismo y el moralismo acotadamente individual.
Personalmente comparto sus razones pragmáticas en la esfera individual. Cargarse de posesiones y resguardos, no sólo exige una enorme energía libidinal en obtenerlas sino que conlleva también la necesidad de protegerlas sustrayendo para ello tiempo al deseo y la realización subjetiva o la creación, cualquiera sean las concepciones de éstas, a excepción de que coincidan con tal acumulación de pertenencias. Sin embargo esta última, por absurda que parezca, tiende a ocupar un lugar predominante en el sentido común dominante y las pulsiones motrices de la mayoría de la sociedad, incluyendo a los desposeídos. Una larga batalle ideológica y cultural requeriría poner en discusión la filosofía de vida de los sujetos, para lo cual no sólo serán necesarias ideas y ejemplos sino también grandes medios de comunicación a su servicio, posibilidad que precisamente el propio presidente uruguayo está próximo a clausurar con su estrategia de comunicación audiovisual. También resulta pragmática la crítica “social” al consumismo, fundamentada como lo hizo en el discurso en la Naciones Unidas, en la imposibilidad de que toda la humanidad pueda aspirar a consumir como un estadounidense promedio porque sería necesario más de un planeta para ello. No desprecio el papel que puede desempeñar la motivación moral y la iniciativa individual, que tanto valoró por ejemplo el “Che”, pero la concibo como una oposición de resistencia minúscula frente al huracán del mercado y la conservación de los poderes establecidos. Sin medidas políticas y económicas precisas fundadas en principios morales será difícil superar el imperativo hipotético y por tanto corregir el rumbo de la historia o acercarse siquiera a la institucionalización del imperativo categórico.
Pero en términos de ontología del ser social, se trata de una crítica a los síntomas del mundo, sin reflexión sobre las causas, o peor aún, eludiéndolas. Efectivamente el templo de los antiguos dioses inmateriales fue ocupado por el numen mercado que organiza la vida, para resumir los conceptos de ese discurso en la ONU. Sus formas organizativas fueron inmejorablemente expuestas hace más de un siglo y medio atrás en la obra “El Capital” por Karl Marx, para quién el misterio fantasmagórico del dominio de las cosas sobre los sujetos proviene de la organización social misma al depositar, inconsciente e involuntariamente, las potencias sociales colectivas en las cosas. El denominado fetichismo de la mercancía no es un fenómeno psicológico o espiritual sino una consecuencia ineluctable de la forma mercancía en la producción y distribución de la riqueza. No se desvanece con su crítica. Además de explicar el hecho de que la vida social se encuentre reificada o cosificada, subraya la particular capacidad de adherencia y porosidad que esta forma social de las cosas adquiere para la libido. Las cosas, de este modo, pueden cargarse subjetiva y libidinalmente, en sustitución de la realización subjetiva, la creación o los goces. No afecta burgueses amantes de Ferraris y Rolex, sino también a todas las clases y capas sociales aún las más marginadas, como por ejemplo en el culto actual juvenil del calzado y ropa deportiva de determinadas marcas que identifican a ciertas tribus urbanas. No se detiene en la tangibilidad de los bienes materiales sino que alcanza hasta el esculpido sintético de los cuerpos siguiendo ideales de belleza y juventud sólo alcanzables en el horizonte utópico o en la ilusión manipulada del photoshop. Las cosas, se han cargado del erotismo que se nos ha sustraído de la vida real.
Pero si en lo inmediato las relaciones de fuerza y la inventiva impiden que el capitalismo sea superado por otras formas de organización social (cuya factibilidad deberá adoptar un carácter global) a escalas nacionales con consecuencias internacionales es factible producir cierta desmercantilización. Al menos respecto a las formas más puras y salvajes del mercado, a través de políticas concretas redistributivas de los recursos materiales y los poderes. El consumismo es inherente al desarrollo del capital e indetenible por el voluntarismo, aunque se encuentre inspirado en principios morales compartibles.
Hoy algunos líderes mundiales y tecnocracias autocomplacientes, celebran que “sólo” 842 millones de personas, una octava parte de la población mundial, padezca hambre crónica además de otras insuficiencias sanitarias, porque reduce en 20 millones los guarismos del bienio pasado, según la FAO. No puede antecederse el “sólo” a los casi 10.000 niños que mueren diariamente por causas fácilmente evitables. Aquella conclusión sintética que el economista belga Mandel extrajo de la historia del capitalismo como aquella del pasaje del consumo suntuario al masivo, indudablemente tropieza en ciertas zonas y franjas sociales con obstáculos empíricos para su plena verificación. No es indiferente cualquier reducción de los padecimientos, tanto en el mundo con en cada nación, pero siempre que su reconocimiento pueda convivir con la indignación horrorizada y la urgencia ejecutiva frente a lo que resta. Aquí, allá y en todas partes.
Sólo habrá un breve respiro frente al esfuerzo cuando a una tragedia con algunos liberados, ya no pueda anteponerse la palabra “sólo”.
- Emilio Cafassi es profesor titular e investigador de la Universidad de Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar.
(Publicado en el diario La República de Uruguay).
https://www.alainet.org/pt/node/80226
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