El papa Francisco y la dignidad de todas las criaturas

06/08/2013
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Preliminar
 
Escribo al son de lo que nos ha  venido transmitiendo el  papa Francisco en los apretados días de su viaje a Brasil. Lo hago tras sumergirme en la lectura  de sus más de 20 discursos dejados caer en lugares y públicos muy significativos, deliberadamente elegidos. Emocionado he visto que este Francisco, poco amigo de discursos formales, llega a todos, con una actitud natural de sencillez y ternura que bien pudiera ser la humanísima  del poverello de Asís.
Son muchas las cuestiones que Francisco toca, pero en todas parece acompañarle un mismo acento, todas van unidas por un hilo fundamental, que alcanza y une a todos, sin ofender, sin indicio alguno de presión o dominio, invitando a descubrir y juntar en un  todo  lo más valioso de  todos. Su mirada, su lenguaje, sus brazos, sus palabras transpiran cercanía, luz, esperanza, ilusión, ternura, mucho amor y, también,  realismo, audacia renovadora y profética, empuje para salir de la rutina, de lo obsoleto,  de lo  burocrático y organizativo y saltar a lo apremiante y esencial de lo humanamente descuidado, maltratado y herido.
 
No es difícil catalogar el mosaico de sus intervenciones. Pero, quiero comenzar por subrayar dos apreciaciones que me parecen subyacentes a todas  las demás.
 
1. El papa Francisco y la dignidad  universal de todas las criaturas
 
Francisco no es un ser humano aislado, un católico cerrado y proselitista, no empequeñece su mirada al contemplar el mundo pues trata de ser la misma del que lo hizo TODO, sin menospreciar  ni  excluir a nadie. Tengo la impresión de que, a su lado, estamos alcanzando un punto alto en la conciencia de que todos en el cosmos formamos un todo, dentro del cual somos singulares, necesarios e interdependientes. Nadie puede dominar a nadie, ni nadie puede sentirse excluido por nadie. Entre los humanos, la única soberanía es la del amor, que convierte al primero en último y al señor en servidor.
Venimos de la historia, de una historia cargada de dualismos y hostilidades, de contraposiciones y exclusiones, de dominación  y esclavitud, que  ha impedido escuchar y gozar el concierto de todas las criaturas, su dignidad y su canto, en especial la de aquélla que siendo tierra (humus=hombre) como todas las demás, ha conseguido en su evolución la conquista del pensamiento, de la responsabilidad, del amor y de la libertad.
 
La creación entera ha gemido en  ese caminar de siglos que acumula avances, logros y éxitos incontables y, a la vez, sufrimientos lacerantes, choques de odio, destrucción y muerte. No aprendíamos  a vivir todos con todos, sino que planeábamos erigir y enaltecer  la vida de unos a costa de la humillación y sufrimiento de otros. Éramos ciegos, que nos encerrábamos en nuestro yo (individual, nacional, racial, religioso, político…) privados de luz para ver, entender y unirnos en la dignidad y canto de todos. Esa dignidad y ese canto, tantas veces lacerados y acallados, es lo que  Francisco quiere descifrar, respetar, admirar  y cuidar. Cada parte nuestra es del todo y el todo es parte nuestra. La dignidad es común y el canto es polifónico, y sólo desde una postura  abierta y reverencial nos será dado descubrir la belleza de cada uno en el todo y del todo en cada uno.
 
No todos caminan dentro de la Iglesia católica, pero todos son del Señor, y el Señor es el Alfa y la Omega, el Comienzo y el Fin, y en él cobra consistencia toda vida. La unidad, la relación respetuosa y solidaria, la cooperación y la armonía, el cuidado de unos por otros  es lo que llena de esplendor la creación y asegura la afirmación y crecimiento de cada uno en la comunión con todos.
 
Resulta sorprendente, y delicioso, comprobar los gestos cotidianos que confirman este  estilo de Francisco y también sus palabras:
 
“Estamos aquí  para que alaben a Dios no sólo algunos pueblos, sino todos… Tengan el valor de ir contra corriente, de no renunciar a este don suyo: la única familia de sus hijos. El encuentro y la acogida de todos, la solidaridad y la fraternidad, son los elementos que hacen nuestra civilización verdaderamente humana. Ser servidores de la comunión y del encuentro. No queremos ser presuntuosos imponiendo ‘nuestra verdad’. Lo que nos guía es la certeza humilde  y feliz de quien ha sido encontrado, alcanzado y transformado por la Verdad que es Cristo y no puede dejar de proclamarla”. (Homilía en la catedral de San Sebastián, Río de Janeiro, 27 de julio).
 
“Es fundamental la contribución  de las grandes tradiciones religiosas que desempeñan un papel  fecundo de fermento en la vida social  y de animación de la democracia. La convivencia pacífica  entre las diferentes religiones  se ve beneficiada por la laicidad del Estado que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora  la presencia del factor religioso en la sociedad, favoreciendo sus expresiones concretas.  La única manera de que la vida de los pueblos avance es la cultura del encuentro, una cultura en la que todo el mundo tiene algo bueno que aportar y todos pueden recibir algo bueno a cambio. El otro siempre tiene algo que darme cuando sabemos acercarnos a él con actitud abierta y disponible, sin prejuicios.  Sólo así puede prosperar un entendimiento  entre las culturas y las religiones, la estima de unas por las otras sin opiniones previas gratuitas y con el respeto de los derechos de cada una” (Encuentro con la clase dirigente, Teatro municipal de Río de Janeiro, 27 de julio).
 
“Cristo acoge todo con los brazos abiertos. El recorre con su cruz nuestras calles para cargar con nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos y se une al silencio de las víctimas de la violencia, que ya no pueden gritar, sobre todo los  inocentes y los indefensos; Jesús se une  a todas las personas que sufren hambre en un mundo que cada día tira toneladas de alimentos; se une a quien es perseguido por su religión, por sus ideas o simplemente por el color de su piel; se une a tanto jóvenes  que han perdido su confianza  en las instituciones políticas  porque ven el egoísmo o la corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia , e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio” (Vía Crucis en la playa de Copacabana, 26 de julio)
 
“La cultura brasileña  ha recibido mucho de la savia del Evangelio  y puede fecundar un futuro mejor para todos. Hacer crecer la humanización integral  y la cultura del encuentro y de la relación es la manera cristiana de promover el bien común, la alegría de vivir. El cristianismo combina la trascendencia y la Encarnación; revitaliza siempre el pensamiento  y la vida ante la frustración  y el desencanto que invade el corazón  y se propagan por las calles. El futuro nos exige una visión humanista de la economía y una política que logre cada vez más y mejor la participación de las personas, evite el elitismo y erradique la pobreza. Que a nadie le falte lo necesario  y que se asegure a todos dignidad, fraternidad y solidaridad: este es el camino a seguir” (Encuentro con la clase dirigente. Teatro municipal de Río de Janeiro, 27 de julio).
 
2. El liderazgo de Francisco mana del Evangelio: el que dirige que se iguale con el que sirve
 
Desde esa postura cósmica interrelacionada, Francisco llama a todos, cuenta con todos, escucha, quiere y respeta a todos, busca el bien para todos, sobre todo  para los más necesitados y pobres, los más abandonados y que más sufren, los jóvenes y los ancianos, y se abre restallante a los dirigentes civiles y eclesiales, les señala su responsabilidad ante esta civilización descabalgada, las metas y valores primarios de su quehacer público y pastoral, sus fallos y traiciones, su necesidad de cambiar pues estamos en un “cambio de época”, y muchos por su egoísmo y   psicología principesca se han instalado y deshumanizado  y hacen estéril la búsqueda del Bien Común y el anuncio liberador del Evangelio.
 
Quizás nunca como hoy nos es dado entender aquellas palabras de Jesús, cuando responde a la disputa de sus discípulos de saber quién era el más grande entre ellos: “Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores. Pero vosotros nada de eso; al contrario, el más grande entre vosotros iguálese al más joven, y el que dirige al que sirve. Vamos a ver: ¿quién es más grande: el que está a la mesa o el que sirve?  El que está a la mesa, ¿verdad? Pues yo estoy entre vosotros como quien sirve”. (Lucas 22, 24-27).
 
Son palabras de ayer y de hoy. Y gozan de la máxima credibilidad. Y son para que, los decididos a seguirle, las apliquen en su vida. Y, ahí, viene la ruptura y el desencanto, el abandono y la vuelta de espalda: no se cumplen, los seguidores no son creíbles y hacen increíble el Evangelio.
 
Francisco, ese papa descompuesto, descuidado, antiprotocolario, nada ritualista, libre de tantas cadenas puestas al sucesor del Pedro, ha declarado obrar con sencillez, libertad y coherencia. Y ha hecho añicos la pompa, las liturgias solemnes desconectadas de la vida, de la justicia y del amor, ha relativizado normas y más normas que tergiversan, oscurecen y traicionan el Evangelio, normas secundarias, sacralizadas y que olvidan que “El sábado está hecho  para el hombre y no el hombre para el sábado”, y que “Justicia y misericordia es lo que quiero y no sacrificio”.
 
“Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos  y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y solidario. Nadie puede permanecer  indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo. No es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano” (25 de julio, en la favela Varginha de Río de Janeiro).
 
“La dirigencia  sabe elegir la más justa de las opciones después de haberlas considerado, a partir de su propia responsabilidad y el interés por el bien común; esta es la forma  de ir al centro de los males  de una sociedad y superarlos con la audacia de acciones valientes y libres. Quien actúa responsablemente pone la propia actividad ante los derechos de los demás, y ante el juicio de Dios.  Este sentido ético aparece  hoy como un desafío histórico sin precedentes, además de la racionalidad  y técnica, en la situación actual se impone  la vinculación moral con una responsabilidad social y profundamente solidaria”. (Encuentro con la clase dirigente, Teatro municipal de Río de Janeiro, 27 de julio).
 
Son muchas las cosas que nos quedan por comentar. Y lo haremos. Pero salta a la vista que este modo de mirar el mundo, tan radicalmente humano y universal, no es el propio del neoliberalismo cínico actual, ni el de muchas políticas vigentes, ni el de las empresas multinacionales.
 
El obispo de Roma destripa la banalidad de quienes quieren reducir el ser humano a esclavo, robot de consumo o mercancía de cambio. Lo más obvio viene negado, todavía hoy, por una política imperial o  colonizadora, a la que le importa un  bledo la dignidad humana y sus derechos inalienables.
Pero la naturaleza es la naturaleza y el liderazgo del dinero, del poder, del placer o del éxito, con todas su ramas  de promesas y ofertas no realizan al hombre, no sacian sus anhelos, lo prostituyen y no pueden recomponer su dignidad y liberación. Economías o políticas no sujetas al bien y servicio de todos, se convierten en instrumentos de explotación y  dominio en manos de unas minorías deshumanizadas y que deshumanizan.
 
El papa Francisco, vestido de sandalias y con la mochila del Evangelio, henchida de justicia, de solidaridad, de ternura y liberación, enciende y propaga un  fuego que calcinará la mentira de los ídolos de una sociedad desigual, altanera y bruta, y la reconstruirá sobre la soberanía de la igualdad, de la justicia, de la solidaridad, de la libertad y de la paz.
 
Viene y está  para servir, no para tiranizar.
 
 Benjamín Forcano es sacerdote y teólogo claretiano.
 
https://www.alainet.org/pt/node/78237?language=es
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