Una nota teórica sobre la primera infancia
Las concepciones sobre la infancia que dominaron durante el siglo XX están siendo sometidas a una revisión a fondo de muchos de sus supuestos teóricos.
- Opinión
Los estudios sobre la primera infancia están pasando por una fase de renovación teórica y experimental de extraordinaria magnitud. Las concepciones sobre la infancia que dominaron durante el siglo XX están siendo sometidas a una revisión a fondo de muchos de sus supuestos teóricos (y conceptuales); y está en marcha la formulación de una visión del ser humano que se sostiene, en sus fundamentos, en los avances alcanzados por la biología evolutiva, la biología molecular, la genética, la paleontología y la paleoantropología.
La psicología evolucionista, y la psicología y la neurociencia cognitivas son el crisol en el que confluyen, para la comprensión de la vida mental, las emociones, los sentimientos y los comportamientos humanos, los resultados de las disciplinas mencionadas. En el nuevo andamiaje teórico, conceptual y experimental que se está construyendo en la nueva visión del psiquismo humano –sus bases y desarrollo neuronales, sus condicionamientos genéticos, su articulación con la cultura— destacan, entre otros, los nombres de Michael S. Gazzaniga, Juan L. Arsuaga, Richard Dawkins, Steven Pinker, Antonio Damasio, Leda Cosmides y John Tooby.
En la elaboración que está en curso, los aportes de autores como Jean Piaget, Lev Vogotski, Alexander Luria, Henri Wallon o Alberto Merani hacen parte de unos antecedentes importantes, pero –como sucede en la ciencia— no sin una corrección y superación de algunas de las tesis que ellos sostuvieron cuando se conocía menos la arquitectura cerebral y la estructura modular del cerebro, las bases neuronales y genéticas no sólo del lenguaje, sino de cultura religiosa y artística[1]; los condicionamientos evolutivos (genéticos) en la elaboración, por parte de los seres humanos, de una “Teoría de la Mente” (atribuir estados mentales, deseos, disposiciones y creencias a otros)[2]; la influencia de los genes en las capacidades, actitudes y conductas de los humanos y de todos los seres vivos; y la no separabilidad de la especie humana –Homo Sapiens— de una historia evolutiva que la integra en un género junto con otras especies humanas, al igual que lo integra al mundo natural por sus vínculos genéticos con todos los seres vivos[3].
Son variados los temas y problemas que están siendo abordados en el debate en curso. Sólo para mencionar algunos de los que más llaman la atención, está, en primer lugar, el de las etapas del desarrollo. Autores como Richard Dawkins están revisando la tesis de que las etapas del desarrollo evolutivo (desde la concepción hasta la muerte de los individuos) tienen límites nítidos (que incluso se pueden fechar); se está proponiendo, con evidencias sólidas, que esas etapas no sólo son arbitrarias, sino contraproducentes porque dan la pauta para detectar “anormalidades” inexistentes.
En segundo lugar, el debate, persistente a lo largo del siglo XX, entre aprendido y heredado se está resolviendo a favor de lo heredado, pero entendiendo que lo aprendido se articula con las disposiciones genéticas (las individuales y las compartidas con todos los miembros de la especie). No se trata de un “determinismo” genético, pero sí de un peso y presencia del andamiaje genético en la concreción de las posibilidades sociales y culturales en que cada quien realiza sus recorridos vitales. Nada de ser como plastilina, moldeados al antojo de los estímulos o intervenciones del ambiente. Hijos e hijas de la cultura, sí, pero a partir de un arsenal genético que no debe ser obviado, porque, aunque se lo obvie, sigue ahí, actuante y operante.
O sea, la apuesta porque los aprendizajes lo son todo está siendo cuestionada por las ciencias más sólidas de las que se dispone. Como dice Steven Pinker en su libro Tabla rasa “no somos tablas rasas”, es decir, páginas en blanco en las que el medio ambiente puede escribir lo que desee. Algunas cosas sí se pueden escribir, y es necesario que se escriban en el momento oportuno; otras no lo son en cualquier momento o en ninguno.
Otro tema central es del desarrollo neuronal y las capacidades cognoscitivas y emocionales que son posibles a partir de ese desarrollo. Son cada vez más más firmes las evidencias sobre lo dilatado que es ese desarrollo en el ser humano, hasta pasada la adolescencia o incluso más tarde. La “neotenia” es un rasgo evolutivo de la especie Homo sapiens: la prolongación de rasgos infantiles en la edad adulta. Junto a esto se tiene la estructura modular del cerebro que explica por qué algunos aprendizajes son más efectivos que otros.
Y, finalmente, la maduración neuronal dilatada, por un lado, pone reparos al corte de etapas evolutivas, y por otro explica la propensión a imitar (que es una propensión genética) de los niños y las niñas, a la asimilación fácil de lo que les llega del exterior (cosas positivas y cosas negativas), la invención, la creatividad y la capacidad de ponerse en el lugar de los demás, adivinando o suponiendo sus intenciones. O sea, los niños y las niñas desde muy temprano en su desarrollo son capaces de elaborar una “Teoría de la Mente”, que consiste justamente en poner intenciones, deseos y voluntad en entes ajenos –que no tienen que ser otros seres humanos: pueden ser fenómenos naturales o cosas inventadas— a uno mismo.
En síntesis, en el debate neourocientífico actual se está perfilando una nueva visión de la primera infancia, visión en la cual el sentido mismo de una “primera” infancia se podrá en entredicho. Este debate hace parte de una discusión más amplia sobre el ser humano, su naturaleza biológica y la emergencia, desde esa naturaleza, de dimensiones –sociales, simbólicas, competitivas, colaborativas— que hasta ahora han sido vistas como ajenas a lo natural-biológico. Sólo como ejemplo, lo humano como algo “puramente” humano, “incontaminado” por lo “no humano” –es decir, por la influencia sexual de otras especies del género Homo—, ha sido puesto en jaque por las investigaciones genéticas que revelan las relaciones sexuales y la descendencia fértil entre Homo sapiens y Homo neanderthalensis. Y es que estos últimos también eran seres humanos, lo mismo que el Homo habilis, el Homo erectus, el Homo rudolfensis, el Homo heidelbergensis y el Homo antecessor. Los humanos actuales no somos humanos “puros” bajo ningún punto de vista. Ni somos especiales en la naturaleza, con la salvedad de tenemos la capacidad de creer que lo somos y elaborar una parafernalia que nos lo confirme. En fin, lo humano abarca a algo más que a nosotros: incluye a otras especies humanas ya desaparecidas, pero que están presentes en nuestras estructuras genéticas, biológicas y psicológicas.
Aquí está en marcha una línea de investigación --con conquistas teóricas y empíricas extraordinarias— que está ayudando a repensar la idea misma de “ser humano”, que se ha usado (y se usa) para referirse a una especie (la nuestra) que no ha sido (aunque ahora sí lo es) la única especie humana. No está resultando fácil, para muchos, entender y aceptar que los humanos actuales (todos: negros, blancos, altos, bajos, árabes, turcos, europeos, americanos, asiáticos, australianos, africanos, etc.) somos miembros de una especie más del género Homo, que contó en su seno con otras especies humanas, hoy desaparecidas. Nuestra especie tiene de existir como tal –no por creación divina alguna, sino por procesos evolutivos que la conectan con ancestros remotos— unos 200 mil años. Y dado ese enorme lapso de tiempo que tenemos de estar haciendo y deshaciendo cosas –pensando, inventando, guerreando, negociando, odiando y queriendo— lo menos que puede preguntarse cualquier persona sensata es si acaso hay algo nuevo por inventar o por lo menos, si se inventa algo realmente nuevo, que iguale cualquiera de las grandes conquistas realizadas en esos 200 mil años de existencia de nuestra especie. La pregunta difícil no es qué hemos hecho en todo ese tiempo, sino qué no hemos hecho.
Se atribuye a Alfred North Whitehead la afirmación: "Toda la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página de la filosofía platónica". Quizás, siguiendo la misma retórica, se pueda decir que todas las invenciones, creaciones, innovaciones, pleitos, conspiraciones, pactos y arreglos de nuestro tiempo son una serie de notas a pie de página de las creaciones, arreglos, innovaciones e inventiva de quienes hace 100 mil años salieron de África a poblar el mundo, hace 10 mil años inventaron la agricultura y hace cinco mil años inventaron la escritura.
[1] Que son, en parte, los temas que ocupan a Gazzaniga. Cfr., El instinto de la conciencia. Cómo el cerebro crea la mente. Barcelona, Paidós, 2019.
[2] Un tema que ocupa a A. Damasio, Cfr., El extraño orden de las cosas. La vida, los sentimientos y la creación de la cultura. Barcelona, Destino, 2018.
[3] Temas que ocupan, desde distintas perspectivas a Dawkins, Arsuaga, Cosmides y Tooby. Cfr., R. Dawkins, El gen egoísta. Las bases biológicas de nuestra conducta. Madrid, Salvat, 2000; J. L. Arsuaga, Vida, la gran historia. Viaje por el laberinto de la evolución. Barcelona, Planeta, 2019;
L. Cosmides y J. Tooby, “Psicología evolucionista: Una breve introducción”. https://mgarciaufro.files.wordpress.com/2010/04/lectura-compl-05-contricciones-cog-ev.pdf
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