Trump en serios aprietos

05/06/2020
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Nueve días de movilizaciones a lo largo y ancho de la Unión Americana, incluso en ciudades europeas solidarias, por el asesinato del afroestadunidense George Floyd, arrancaron lo que la familia de éste llamó “un paso significativo hacia a la justicia”, debido a la presentación de mayores cargos del fiscal de Minnesota contra el asesino videograbado y los tres cómplices que no hicieron nada para impedirlo.

 

La justicia en el caso de Floyd es una demanda dentro de una exigencia más amplia para abordar el racismo estructural en el país que, para neoliberales de la academia y el periodismo mexicanos, es el faro que ilumina el libre mercado y la democracia neoliberal, como aún lo declaman Denise Dresser y Leo Zukermann.

 

Se trata de un caso emblemático porque detonó una ola de protestas en más de 140 ciudades, como parte de un movimiento sin precedente en medio siglo y que da cauce al hartazgo y la rabia acumulados ante la lista de crímenes padecidos debido a la violencia racista, oficial y sistémica, de Estados Unidos. Constituye también una expresión de indignación ciudadana, particularmente juvenil, por las medidas de control que incluyen toques de queda, despliegue de la Guardia Nacional en la mitad de los estados de EU, y un presidente que amenaza con más pena que gloria que impondrá la ley y el orden con las fuerzas armadas.

 

Además, está la evidente incidencia que el movimiento harto diverso tendrá en las elecciones presidenciales de noviembre y la inviable relección de Donald Trump, ahora en el papel de autócrata y represor militarista al que políticos, funcionarios y ex hacen esfuerzos para amarrarle las manos y contener sus ansias represivas.

 

En efecto, los expresidentes de EU –Jimmy Carter, Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, se pronunciaron en torno al asesinato de Floyd, el uso de la fuerza excesiva empleada por policías y el racismo estadunidense, en apoyo a las movilizaciones pacíficas y criticaron a Donald John.

 

Y lo nunca visto, el secretario de Defensa, Mark Esper, expresó su oposición a la propuesta de su jefe de usar la Ley de Insurrección de 1807, ya que ésta debe ser empleada sólo en “las situaciones más urgentes y severas… No estamos en una de esas situaciones ahora”. Lo que generó la irritación del magnate inmobiliario que mandó a la vocera a decir: “Por ahora, el secretario Esper es todavía el secretario Esper”.

 

El marido de Melania no acaba de asumir que su estilo bravucón ya dio de sí, básicamente se agotó en Afganistán, China, Corea, Cuba, Irak, Irán (los buques petroleros de Teherán arribaron a puertos venezolanos pese a las amenazas de Mike Pompeo), Rusia, Siria, Nicaragua, Venezuela… Y también en USA.

 

El rechazo generalizado a las amenazas y los desplantes militaristas de Juan Donaldo de parte de la clase política estadunidense, incluidos colaboradores tan importantes como el jefe del Pentágono, o su antecesor James Mattis (“Necesitamos rechazar y hacer que rindan cuentas aquellos que desde sus puestos se burlan de nuestra Constitución”), coloca al mastodonte y depredador sexual en una posición muy delicada, como atreverse a romper con el orden institucional de su país, para repetir la estrategia que lo condujo a la Casa Blanca en 2016, agudizar tensiones y explotar las fobias en el espectro conservador. Lo primero implica un altísimo costo político que la fortalecida plutocracia difícilmente correría el riesgo de permitírselo con tantos y diversos actores sociales y políticos en las plazas y calles de los estadunidenses.

 

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