“Salvar al planeta o salvar a los seres humanos”: disyuntiva errada

16/01/2020
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Los problemas complejos tienen soluciones erróneas que son sencillas y fáciles de comprender.” Ley de Murphy.

 

Pese a que todos conocemos el humor de las famosas “leyes de Murphy”, hay que reconocerles algo muy serio; en este caso, evitar caer en el maniqueísmo de dos posiciones únicas.

 

O algo peor llegar a la solución de un problema mediante otro, en rigor mediante el recurso de quitarle problematicidad a uno concentrando el asunto en otro.

 

Es indudable que Hernández Parra, en adelante PHP, aborda dos cuestiones tremendas y con las derivaciones correspondientes más ominosas todavía.

 

Hay una contaminación planetaria que está atentando contra nuestra propia vida y la vida en general en el planeta y de la cual, tarde y mal, las sociedades humanas sobre todo las que más han contribuido a esta calamidad, están adquiriendo tarde y mal, conciencia (incorporo a esta nota un comentario que ya le había formulado al mismo PHP con motivo de una nota suya criticando, con razón, cierto profetismo ecologista, que envié entonces a una publicación abierta, postaportenia, anteponiendo la fecha de ese tramo en este artículo.

 

14 OCT. 2019 - Aunque yo no soy amigo suyo ni defensor del cambio climático, me permito señalar ciertas falencias a su comentario.

 

Muy bien elegidas las profecías. Todas equivocadas, como era de esperar. ¿Es que cuando alguien es tan necio como para “establecer” una presunta realidad futura, y le pone fecha, puede acaso acertar?

 

La idea de lo profético, entrañable a toda religión, se casa poco y mal con nuestro concepto, humano, de temporalidad. Algo más racional y menos místico.

 

El positivismo y el marxismo mezclaron las cartas, pretendiendo conocer “científicamente” lo futuro. Lucubraron planes “racionales” para ese futuro. Trataron de fundamentarlos filosóficamente.

 

Pero luego del revolcón sufrido por el socialismo, el científico; el colapso soviético, precisamente, parece difícil pretender seguir conociendo y preestableciendo lo que vendrá.

 

Lo que hay que evitar −algo que no veo en Hernández Parra− es negar una cuestión porque ha sido mal vista una y cien veces.

 

Todo profetismo histórico, climático e incluso ramplonamente personal es no solo falso, sino insensato.

 

Es decir, volviendo a términos de temporalidad, lo futuro es incognoscible. Por eso es estúpido o necio hablar de “el” futuro.

 

El pasado, en cambio, es, irreversiblemente, único. Solo que no es tan fácil de conocer como estar seguro de qué existió. Es tan arduo conocerlo, que nunca terminamos de saber qué es lo que existió. Pero esto es un problema del conocer, no del ser.

 

Y el presente, siempre fugaz, siempre deviniendo pasado, es lo suficientemente complejo como para nunca terminemos de adueñarnos de él

 

Podemos a gatas conocer el pasado. Y más a gatas, todavía, nuestro presente.

 

Y en estas condiciones, entiendo podemos hablar de cierto conocimiento: la fauna del planeta, salvo la estrechamente conectada con la especie humana, como cerdos, vacas, ovejas, cabras, gatos, perros, cucarachas y ratas, está siendo exterminada.

 

Lo mismo pasa con la flora planetaria; salvo trigo, soja, arroz, eucaliptos y algunas pocas especies también vinculadas con la actividad humana, el tan diverso mundo vegetal, está siendo masivamente raleado, exterminado.

 

El agua planetaria está siendo progresivamente contaminada. Por cierto, están los filtros de carbono para purificarla… pero para el 5% de la población privilegiada, o tal vez apenas para el 5 o/oo…

 

Estamos ingiriendo plásticos, sin precedentes en nuestros tubos digestivos, ni en los de todas las especies que están ingiriendo lo mismo, particularmente las marinas que lo están haciendo cotidiana y permanentemente (en tierra, ingerimos partículas plásticas a menudo en la comida, pero no permanentemente; mediante la ingestión aérea, estamos adquiriendo plásticos más permanentemente, aunque tal vez no siquiera así tanto como lo que “brinda” hoy el mar…).

 

Estamos desequilibrando el planeta como nunca antes. Toda sobrepoblación biológica “lograba”, dentro de la naturaleza, el correspondiente mazazo biológico, para perder población. La especie humana ha aprendido a defenderse, de hambrunas, de enfermedades, de guerras, y aumentar su tamaño cada vez más ininterrumpidamente, cada vez abarcando más territorio, más biota, más circuitos de recuperación y renovación.

 

Pero ¿cómo ensamblar un crecimiento indefinido y progresivo con un hábitat limitado (el planeta Tierra)?

 

No lo veo. Y eso me parece problemático. Y algunos gritos ecológicos, no necesariamente los más estúpidos, provienen de ese estado de situación.

 

También es cierto que la especie humana ha invadido casi toda la biosfera, la ha contaminado y la ha reducido haciendo cada vez más certera la advertencia del cacique suwamish, Seattle (que en realidad no fue sólo de él, en 1855, sino también de quien le actualizó la filípica, un ecologista estadounidense del s XX): “¿Qué será del hombre sin los animales? Si todos los animales desaparecieran, el hombre moriría de una gran soledad espiritual, porque cualquier cosa que le pase a los animales también le pasa al hombre. Todas las cosas están relacionadas. Todo lo que hiere a la tierra, herirá también a los hijos de la tierra.

 

Pero este estado de cosas, apenas esbozado, porque se trata de muchos factores críticos; el aumento del CO2, el destrozo del ozono estratosférico, las plastificación de los mares, la destrucción de la biodiversidad, no le otorga ningún derecho a las élites planetarias; el Grupo Bliderberg, la Reserva Federal (de EE.UU.), la OTAN, el Foro de Davos, la Casa Blanca, la City de Londres, el Pentágono, o alguna otra más o menos secreta red de grandes corporaciones a resolver nada, puesto que son los principales causantes de este progresivo deterioro planetario, como bien apunta PHP.

 

Es inadmisible que los principales causantes de la crisis planetaria quieran disponer de las políticas para enfrentarla y solucionar lo solucionable; conociendo sus rasgos –los de los poderosos del planeta– nos consta que, como afirma PHP, descargarán en “el resto de la humanidad” el sacrificio y la muerte para viabilizar una solución a escala para ellos como la minoría privilegiada de siempre.

 

Pero una atroz política promovida por estos think tanks, no significa que no exista el problema que estos privilegiados visualizan. O que no haya que encararlo políticamente. O que ni siquiera exista puesto que quienes lo muestran son los grandes y atroces privilegiados de la humanidad y el planeta.

 

 

 

Viene con la modernidad, solo que al principio nadie lo imaginó. La modernidad se afirmó como un optimismo tecnológico porque un desarrollo progresivamente acelerado otorgó una serie de ventajas y comodidades jamás conocidas antes por la humanidad, y a nadie le dio por estimar entonces la suma algebraica de lo que se ganaba y se perdía.

 

Mejor dicho, nadie entre los cultores gananciosos del nuevo rumbo, porque muchos humanos de las sociedades tradicionales “atrasadas” percibieron una problematicidad.

 

Hubo entontes tenaz resistencia: por ejemplo, ante un crecimiento de la miseria humana con las nuevas maquinarias del industrialismo moderno, los ludditas ensayaron una fuerte crítica y una resistencia, bien material, por cierto. Ahogada a sangre y fuego por el capitalismo abriéndose paso.

 

Y antes, aun, con el proceso cruento de la conquista y la colonización europea de territorios habitados por sociedades como las africanas y las americanas, hubo también procesos de resistencia. Guerra de guerrillas. A muerte. Porque el nuevo mundo industrial, occidental, venía con la muerte bajo el brazo para rehacer “un nuevo mundo”.

 

Sus armas fueron, las “máquinas de matar”, por cierto, las que usaron indiscriminadamente en la América del Norte, por ejemplo, para matar nativos y búfalos, pero también el desarrollo tecnocientífico, la Biblia y un cambio de mirada. En lugar de la vieja mirada panteísta hacia la Madre Naturaleza, por ejemplo, la mirada hacia lo muy pequeño y lo muy grande, valido de bastones visuales; el telescopio y el microscopio (ambos forjados en el s. XVII), el hombre moderno llegará ver un mundo hasta entonces radicalmente desconocido. Lo cual es indudablemente un avance, un adelanto, una ventaja de la modernidad ante todo el ensamble tradicional.

 

Salvo en un sentido: que el hombre moderno, el de la mirada micro- y telescópica perdió la mirada llamemos tradicionales. Una mirada que sabía ver interrelaciones. Confiado cada ved vez más en su acrecentado instrumental, el hombre moderno confió en esas miradas para examinar el mundo, el universo y su propia huella.

 

Cada vez más incapacitado para medir sus propios pasos.

 

El desarrollo tecnocientífico

 

La modernización, entonces, trasmutó el desarrollo tecnocientífico con una carga de valores que no es en absoluto objetiva, aunque prefiera verse a sí misma como tal; laica, ecuánime, racional, científica: el optimismo tecnológico.

 

Y es gracias a este proceso de modenización, occidental, que hemos desencadenado un proceso monstruoso y metastásico de contaminación planetaria.

 

Con el cual, ahora llegamos a un estado de imposible ignorancia.

 

Los ojos de la soberbia faústica, tan característicos del positivismo burgués como del socialismo marxista fueron los ojos ciegos que creían ver tanto. Que efectivamente vieron tanto que no se conocía antes, pero que no vieron algunas relaciones entre las cosas que sí se conocían, ya se conocían… y se olvidaron.

 

Durante un par de siglos, por lo menos, avanzamos arrasando tradiciones, creencias (las más falsas). El hombre de la modernidad, fundamentalmente varón, blanco, europeo, arrasó formas de vida y vidas concretas de, sobre todo, varones no blancos no europeos.

 

Mejoras casi fortuitas, como la higiene aplicada a la salud y la enfermedad, permitió un crecimiento vegetativo sin precedentes y consiguientemente un aumento formidable de población.

 

Pero por la soberbia occidental y su ignorancia supina, hemos introducido en la biosfera planetaria una crisis sin precedentes. El mar océano, planetario, está totalmente contaminado. Las grandes embarcaciones “recuperadoras” que el ambientalismo tardío y remendón encara, operan a un nivel absolutamente ineficiente, porque el daño está más “adentro” de una mancillada naturaleza.

 

Quienes están a cargo de las verdades oficiales del calentamiento global advierten que somos demasiados. Y en verdad, entiendo que es una hipótesis con alta verosimilitud aunque PHP se escandalice.

 

No sabemos si ésa es la medida principal para encarar la crisis del calentamiento global. Pero si lo fuera, no va a ser siguiendo los criterios de los “poderosos” del planeta. Sabemos que hay una sociedad, al menos, la china, que encara el control vegetativo. Y China no es ni la red de los privilegiados, asentados en Manhattan, San Francisco, Londres o Montreal, aunque tampoco sea la población de las urbes megalopolizadas, despojadas, arrasadas, de Dacca, Manila, Djakarta, Sao Paulo, Calcuta o Mumbai.

 

Pero alguna forma de control, autorregulación poblacional, deberemos encarar. Desde abajo hacia arriba, desde afuera hacia adentro. Pero si no encaramos políticas con nuestras conciencias, magras conciencias… lo harán los poderosos por nosotros… o el calentamiento global, sin avisar.

 

- Luis E. Sabini Fernández es docente del área de Ecología y DD.HH. de la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, periodista y editor de Futuros.

http://revistafuturos.noblogs.org/

 

 

https://www.alainet.org/pt/node/204241
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