Sobre la violencia feminista
- Opinión
A propósito de lo que sucedió en la ciudad de México en agosto de 2019: decenas de mujeres rompiendo bienes materiales públicos en su camino hacia la estación de Policía donde presumiblemente se produjeron violaciones de dos mujeres.
Algunos no han visto las imágenes: circulan mucho menos que las fotos de los senos al aire de las Femen. Apelar a la desnudez es más que un lugar común en las mujeres, incluso entre las rebeldes. Verlas destrozando una estación de bus es menos frecuente. Los videos impresionan –por el sexo de quienes rompen, por las pañoletas a modo de capucha, por los colores –la dominante del negro anarquista- pero sobre todo, porque planea ahí una suerte de amenaza.
¿Y si la rabia feminista se tornara violenta?
En México, luego de los actos, hubo condenas y desautorizaciones. Que la violencia produce más violencia, que la violencia es de hombres y no de mujeres, que lo público es sagrado, que viva el pacifismo, que vamos a hacer una nueva manifestación colorida esta semana, etc. etc.
Por mi lado, yo recordé lo que sucedió cuando tenía la edad de las que, esta vez en México y cada vez más en otros lugares del mundo, se levantan con rabia. Recordé el crimen abyecto en una estación de policía de Bogotá, hace 25 años, cuando una niña de nueve años fue violada y asesinada en la estación que entonces quedaba junto a la universidad más costosa y más prestigiosa de Colombia, la Universidad de los Andes. La niña, Sandra Catalina, había ingresado a esa estación para pedirle algo a su papá, suboficial de la Policía. No duró 15 minutos en la estación donde había 120 agentes del orden, cuando su madre descubrió su cuerpo abandonado en un baño. Recordé ese crimen y también el silencio que lo rodeó: no hubo manifestación feminista, no hubo acto de rechazo organizado por las directivas o los profesores de la Universidad más prestigiosa de Colombia. Un puñado de estudiantes y compañeros de Ciencia Política manifestó su rabia. Recuerdo que murmurábamos: “Los Andes, de frente a Monserrate y de espaldas al país”.
En esos años vivíamos anestesiados con el crimen. Los medios se alimentaban con esos crímenes –como el caso Garavito, el asesino de decenas de niños y el “psicópata” favorito de la televisión colombiana. La repetición y la escenificación recurrente de esos hechos no nos hacía comprenderlos mejor. En cambio, ese entretenimiento morboso nos anestesiaba. El conflicto político también enredaba nuestra mente y endurecía nuestros corazones. En esos años de guerra, los periodistas más distinguidos entrevistaban, como si fueran grandes señores, a los promotores de las formas más atroces de violencia. Todo esto iba engendrando un proceso que enturbiaba la capacidad de discernir algo tan elemental como distinguir lo que está bien de lo que está mal. Era el reino del cinismo, de hacer dinero, de no hay nada que preguntar, de “vamos a pasear al zoológico de Pablo Escobar”. Por supuesto, no había lugar para la indignación (o, como lo decía un agudo escritor: más indignación había en las ONG norteamericanas que entre la juventud de la élite).
¿Qué ha cambiado en Colombia?
Hace apenas dos años, un crimen clasista, sexista y racista sacudió a la buena sociedad bogotana. El asesino de la niña Yuliana Samboní, Rafael Uribe Noriega, fue cubierto por sus hermanos y llevado a una clínica como coartada. Posiblemente él hoy no estaría en la cárcel de seguridad de La Tramacúa de no ser porque feministas, ciudadanos y periodistas dieron la alerta e impidieron que su espantoso crimen pasara silenciado. (No obstante, sus poderosos hermanos recién han sido exonerados del encubrimiento de este crimen). Igualmente, gracias a la manifestación por el también espantoso crimen (feminicidio y empalamiento) de Rosa Elvira Celis, su asesino está hoy en la misma cárcel. (No obstante, el funcionario que culpó a Rosa Elvira de su terrible suerte es hoy candidato a la Alcaldía de Bogotá)
Muchos otros casos siguen pasando desapercibidos: hacen parte del paisaje del horror en que nos hemos acostumbrado a vivir. Así, hace tan solo seis años fue quemada viva Berenice Martínez en un pueblo antioqueño por haberse atrevido a criticar al gamonal local y… por ser soltera. (Esas dos condiciones bastaron para que fuera considerada como “bruja”). No hubo ninguna manifestación de rechazo público y tampoco hubo justicia por ese crimen. De hecho no se conoce este crimen (como no se conocen crímenes similares que suceden en las veredas y en los barrios de las ciudades).
Hace tres años, se descubrieron los restos de por lo menos 25 mujeres, algunas de ellas habitantes de la calle o dependientes de las drogas. Habían sido violadas, asesinadas y enterradas en el “cerro tutelar de Bogotá”, Monserrate. No recuerdo haber visto ninguna manifestación de digna rabia en torno a ese crimen abyecto, en el corazón de la capital colombiana.
Sucede parecido con los abusos sexuales en contra de menores de edad. Las estadísticas no paran de engrosar (en 2017 hubo 21 mil casos denunciados, y son tan sólo un porcentaje de los ocurridos). Pero no pasa nada. Peor: el Instituto que debe velar por esos menores, ha resultado, en ocasiones, perpetrador de esos crímenes.
Doña Sandra Guzmán en la Tercera Estación de Bogotá, 25 años después
Han pasado 25 años desde el crimen de Sandra Catalina Vásquez. Su madre, doña Sandra Guzmán, no ha terminado de hacer ese duelo. Hace poco menos de un año, y como para cerrar ese ciclo, fue armada con un mazo a demoler, con lágrimas y rabia, uno de los muros de la estación de Policía donde nunca se supo a ciencia cierta qué pasó (un solo policía fue acusado y condenado a 45 años, y salió libre al cabo de diez años). Estaba acompañada solamente por su madre.
La rabia feminista que se tomó algunas calles de la gran ciudad de México y que atraviesa Buenos Aires, Barcelona y muchas otras ciudades en el mundo, tiene motivos para prender en Colombia. Son muchos los crímenes sexistas. Son muchos los crímenes cometidos por varones que consideran que no pueden limitar sus “pulsiones”, o que se aprovechan de la artificial jerarquía entre los sexos y el sistema que la respalda (el patriarcado). ¡Que viva la rabia feminista y que llegue a Colombia!
Sigue: https://ojodeperdiz.wordpress.com/2019/08/28/sobre-la-violencia-feminista/
- Olga L González, Doctora en sociología, Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de Paris. Investigadora asociada Urmis, Universidad Paris Diderot.
Sitio profesional: http://olgagonzalez.wordpress.com/
Coordinadora Red: https://latinosvih.hypotheses.org/
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