Trump entre la oligarquía y la resistencia popular (II)

22/02/2018
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Este es el segundo de tres artículos sobre la presidencia de Donald Trump. El primero fue sobre EEUU en el mundo actual. Este segundo artículo abordará las contradicciones internas que enfrenta el país del norte en la actualidad. El último estudiará las relaciones entre EEUU y América latina.

 

En un año el presidente Donald Trump ha tratado, con éxito relativo, de cumplir con sus propuestas electorales de campaña. Logró nombrar una cantidad significativa de jueces conservadores en el sistema judicial. Aprobó una reforma fiscal que redujo los impuestos a las grandes corporaciones y a los multimillonarios. Va en camino de aumentar el presupuesto militar en un 10 por ciento (70 mil millones de dólares). Por otro lado, no ha podido acabar con el programa de salud de su predecesor ni con las políticas migratorias. En 2018 promete dar inicio a las inversiones de trillones de dólares en la construcción de infraestructura en todo el país.

 

La reforma tributaria mantiene en línea a sus aliados más estrechos: La clase de los rentistas y empresarios millonarios. Más difícil será cumplir con sus promesas “populistas” de generar más empleo, frenar la inmigración de nuevos trabajadores y desmontar las regulaciones a las inversiones no sustentables.

 

Cuando llegó Trump a la Casa Blanca, hace poco más de un año, se encontró con un país con serios problemas. Aún tiene una economía estancada, un sistema político que tiene que refundarse y una cultura que cada vez es más excluyente. La sociedad norteamericana ha sido sacudida por una guerra civil, depresiones económicas, la exterminación de pueblos indígenas y un sistema que discrimina violentamente a sectores sociales por su origen étnico y de clase. El Estado norteamericano tiene fuertes contradicciones y los sectores subordinados viven en permanente guerra con una oligarquía gobernante que logra mantenerse en el poder con una dosis de persuasión y otra más de represión.

 

En la segunda mitad del siglo XX la economía de EEUU, basada en la producción industrial-militar, creció a tasas superiores al 3 por ciento anual. A fines del siglo pasado entró en una etapa de lento crecimiento y el ‘establishment’ buscó fórmulas – tanto en el interior como en el extranjero – para frenar la caída de la tasa de ganancias de las corporaciones. Las protestas de los sectores más vulnerables fueron reprimidas y neutralizadas con la introducción de un arma usada por los ingleses en China en el siglo XIX: Las drogas.

 

Mientras tanto, la política neoliberal impulsó la desindustrialización, que aumentó el empleo informal y la pobreza. Los cambios provocaron la ‘recesión’ de 2007-08 dejando millones de familias sin vivienda ni empleo. La crisis golpeó los bolsillos de los trabajadores y de las capas medias. Además, socavó la sensación de seguridad en sectores amplios de la población generando descontento con el sistema político. Como consecuencia, surgieron grupos sociales que añoraban el pasado destruido por las políticas neoliberales.

 

En la presente coyuntura, esta situación se refleja de manera contradictoria. Por un lado, la protesta se expresa políticamente en una reacción contra las políticas de globalización (menos empleos) y a favor de un retorno al pasado. Este sentimiento se cuadró con el mensaje del especulador de bienes raíces, Donald Trump. El nuevo inquilino de la Casa Blanca promete revivir el ‘sueño americano’ creando nuevos empleos industriales (aun cuando no sean sustentables), levantando ‘muros’ contra los inmigrantes y reprimiendo los grupos históricamente discriminados.

 

Trump tiene dos problemas para los cuales aparentemente no tiene solución: Por un lado, las demandas de los trabajadores, las reivindicaciones de los excluidos y las aspiraciones de los inmigrantes. Es una lucha permanente para encontrar la legitimidad del sistema. Por el otro, Trump tiene que decidir si descarta a los viejos segmentos de la oligarquía ya improductivos para sumar a los sectores más innovadores. EEUU experimenta en estos momentos un período de turbulencia interna que puede generar tres resultados. Por un lado, al no encontrar una solución a la crisis, puede surgir un régimen fascista catastrófico (populismo oligarca con una base social que reivindica el pasado idílico). Por el otro, la consolidación del ‘establishment’ con su proyecto globalizante cuyo resultado final no es seguro. La otra opción es el surgimiento de un movimiento social desde las bases que logre promover políticas que generen una economía incluyente capaz de crear empleos productivos, que incorpore a los inmigrantes y que supere el odio explícito en la discriminación étnica histórica.

 

22 de febrero de 2018.

 

- Marco A. Gandásegui, hijo, profesor de Sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena (CELA)

http://marcogandasegui2017.blogspot.com/

www.salacela.net

 

 

https://www.alainet.org/pt/node/191204
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