¿Capitalismo salvaje?
- Análisis
La expresión “Capitalismo salvaje” se ha vuelto a oír en el Perú luego de los aciagos sucesos ocurridos en las Galerías Nicolini –en las Malvinas- en días pasados.
Aunque han transcurrido casi 72 horas del pavoroso incendio que dejó lacerantes heridas en la sociedad peruana, nadie se repone aun de lo acontecido allí: las llamas de fuego, y una temperatura que llegó a los 2000 grados, destruyeron todo y calcinaron los cuerpos de cuatro jóvenes trabajadores que habían sido encerrados bajo llave por los propietarios de Contenedores en cuyo interior se trajinaba mercadería probablemente de origen chino para “transformarla” en occidental.
Locutores de radio y TV y periodistas de la prensa escrita, además de analistas y entrevistados, han condenado la actitud de quienes asumieron conductas que condujeron a una muerte horrenda a estos compatriotas nuestros; y han usado la frase como una manera de repudiar una práctica registrada en el Cercado de Lima, y que, sin embargo, es mucho más frecuente de lo que se imagina.
No puede hablarse, en rigor, de “capitalismo salvaje” como una manera ingenua de diferenciarlo de un supuesto “capitalismo civilizado”. El capitalismo es salvaje en su esencia. Por su propia naturaleza. Está basado en la explotación más indigna y cruel: la explotación del hombre por el hombre.
Y se sustenta en preceptos que norman la vida de los Estados como si fuesen leyes naturales: la ley de la máxima ganancia, y la idea de la competitividad, resultan preceptos consustanciales a una sociedad basada en la explotación capitalista y el trabajo asalariado.
No olvidemos que ya en el siglo XIX, Carlos Marx aseguraba: “Si el dinero, como dice Augier, viene al mundo con manchas de sangre en una mejilla, el capital lo hace chorreando sangre y lodo, por todos los poros, desde la cabeza hasta los pies”.
Es una verdad indiscutible que los jóvenes que perecieron calcinados en el pavoroso siniestro de la semana pasada -Jorge Luis Huamán Villalobos, Jovi Herrera Alania, Luis Guzmán Taype y un cuarto aún no identificado- fueron víctimas de una crueldad extrema; pero son también la expresión dramática de una sociedad perversa en la que un segmento privilegiado, goza de inmensas fortunas acumuladas en base a la explotación más inicua de millones, que cotidianamente arriesgan sus vidas por un salario indigno.
Y es que este drama ha servido para recordar que solo en Lima hay más de 45 mil jóvenes sometidos a las mismas condiciones de los caídos en las galerías Nicolini: laboran bajo llave en compartimientos aislados, trabajan 12 horas al día por un pago exiguo, carecen de todo mecanismo de protección, no tienen derecho alguno y no reciben la más mínima protección de las autoridades que -como ha quedado demostrado- cobran por hacerse de la vista gorda ante las anormalidades registradas en esporádicas “inspecciones” carentes de resultado.
“Nos encerraban todo el día y sólo abrían la puerta para almorzar”, relató uno de los ex ocupantes del “Container”. Ellos enraban a laborar las 7:00 de la mañana y permanecían y bajo llave hasta el mediodía. Luego de los alimentos, se repetía la rutina hasta casi las 7 de la noche.
¿Y cuál era la actividad allí desarrollada?: cambiar de marca a fluorescentes importados .Ellos les quitaban la marca con lija y otros, luego le ponían una marca nueva. .Guardando las distancias y los tiempos, era una función similar a las que describe el napolitano Roberto Saviano, en su ya célebre libro “Gomorrra”: “Yo sé y tengo pruebas. Yo sé cómo se originan las economías y dónde toman su olor. El olor del éxito y el de la victoria. Yo sé qué rezuman las ganancias”. A sangre y lodo sin duda.
El Emporio Comercial de Gamarra, y centros comerciales como “Polvos Azules” y otros, registran la situación de miles de jóvenes que se ganan la vida virtualmente esclavizados; pero el sistema no solamente afecta a quienes así afrontan el reto de su subsistencia; sino también a las miles de víctimas del “trato de personas” que campea en Ciudad de México, Buenos Aires, Rio de Janeiro o en nuestra ciudad capital, y en otras del interior del país.
Ahora, cuando se ha anunciado la visita del Papa al Perú -que se concretará en enero del 2018- se ha evocado la situación de las jóvenes explotadas en la zona de Madre de Dios, y obligadas allí a ejercer la prostitución para enriquecer a verdaderas bandas delictivas vinculadas sin ninguna duda a autoridades que las protegen a fin que puedan gozar de total libertad.
Ni las autoridades ediles, ni los gobiernos regionales, ni el Poder Central, se preocupan en absoluto por la seguridad o la vida de estos jóvenes de uno u otro sexo, que sufren los embates de una sociedad piramidal en cuya base impera el latrocinio y la corrupción más desenfrenada.
Es esa sociedad capitalista y burguesa, y este “modelo” neoliberal el responsable de esa realidad que agobia a los peruanos y espanta a millones que, ocasionalmente se te enteran de dramas que los “medios”, en determinadas circunstancias, ya no pueden ocultar.
Es el caso, por ejemplo, de los “niños mineros”, habitantes de la provincia de Simón Bolívar, en la región Pasco, cuyos pulmones se encuentran atravesados por plomo y que sufren los efectos de la leucemia, el cáncer y otras enfermedades producidas por la contaminación ambiental y los relaves mineros.
Ese drama, que se trasladó a Lima gracias al esfuerzo abnegado de sus padres que se encadenaron en las puertas del Ministerio de Salud, en la avenida Salaverry; fue unánimemente ocultada por los medios de comunicación escrita, durante 12 días; y sólo salió a luz el domingo 25 de junio.
Y fue motivo, más bien para que los politiqueros de turno se rasgaran las vestiduras, como si ellos no hubieses tenido responsabilidad alguna en hechos como éste. Es bueno que se recuerde que la situación infrahumana de estos niños -y de otros muchos que ya murieron por la misma causa- se vivió también bajo los gobiernos de Alberto Fujimori y Alan García. Ni ellos -ni sus ocasionales voceros de hoy- podrían tirar la primera piedra en este escenario por cuanto el más elemental deslinde de responsabilidades, les tocaría de lleno.
Ellos aprovechan la coyuntura para enlodar a las autoridades actuales -que sin duda obran con la misma lenidad que las anteriores- pero no dicen una sola palabra de sus propias culpas y callan en todos los idiomas cuando se trata de la responsabilidad de las empresas, que son las que enferman a sus trabajadores, matan la biodiversidad, envenenan a los niños, y contaminan el medio ambiente
El capitalismo no se torna salvaje. Es salvaje por sí mismo
Gustavo Espinoza M.
Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera
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