Libia: Naufragios en el desierto

05/04/2017
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Foto: Telesur
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Cada día miles de refugiados llegan a los puertos libios, donde en improvisados campamentos se hacinan a las espera de alcanzar alguna de las embarcaciones que parten rumbo a la costa italiana. Miles de ellos han quedado varados en distintos puntos de Europa, donde esperan que la inoperancia o la mala fe de Naciones Unidas y la Unión Europea, resuelvan de una vez por todas que van a hacer con ellos.

 

Mientras tanto, un goteo interminable de desangelados transita, por las rutas trans-saharianas, utilizadas por las legendarias caravanas beduinas y tuaregs, en procura de la costa libia. A riesgo de todo, miles y miles de personas no solo africanos, sino muchos llegados desde Siria, Irak y Afganistán e incluso desde la lejana Bangladesh se exponen a infinidad de riesgos, por la remota posibilidad de llegar a Europa.

 

Por muchas ciudades africanas como las nigerianas de Agadez y Arlit, Bamako y Gao en el norte de Mali o la argelina de Tamanrasset, pululan cientos de traficantes y trasportistas a la “caza” de migrantes que, desorientados, ya no saben cómo alcanzar la costa para cruzar a Europa.

 

Amontonados en camiones, con apenas espacio para respirar bajo el sol sahariano, aturdidos por el viento caliente y arenoso del desierto, en un viaje que en promedio dura 10 días, transitan por antojadizas rutas, que solo los traficantes conocen.

 

Los refugiados se exponen a la deshidratación o a quedar abandonados en el desierto, bien porque el camión se daña o al chofer se le ocurre abandonarlo y dejarlos allí a su suerte, sin siquiera marcarles la dirección a seguir, quedando a la deriva en zonas donde bandas de simples asaltantes o grupos extremistas que, enseñoreados en la región, hacen que la parte menos arriesgada del viaje sea el cruce del Mediterráneo.

 

Desde el inició de la crisis migratoria el número de ahogados araña fácilmente los 20 mil, solo 5 mil en 2016 y en lo que va de este año son cerca de un millar: solo la semana pasada se registraron 400 nuevos muertos, sin tener en cuenta los cuerpos que no han sido hallados o bien los escondidos para no espantar a la benemérita opinión pública, siempre tan dadas al melodrama por un par de miles de muertos insignificantes, aunque para la próxima elección cuenten más las pautas económicas, que los muertos escamoteados entre el mar, el desierto y las estadísticas.

 

En lo que va de 2017, han arribado a Italia cerca de 30 mil, y el flujo desde Libia no se va a detener por más propuestas que se haga la Unión Europea, mientras no se les ocurra torpedear las barcazas, de lo que no estarían muy lejos humanistas como el Primer Ministro húngaro Viktor Orbán o la presumible próxima presidenta de Francia Marine Le Pen.

 

Lo que es un verdadero misterio es el número refugiados que mueren en el trayecto terrestre hasta la costa libia. Desde Somalia, la ruta cruza Etiopía, Sudán, para luego alcanzar el desierto, por donde penetran a Libia, un trayecto que en línea recta son casi  4500 kilómetros, aunque por rutas terrestres, los kilómetros son más del doble.

 

A la ola de etíopes, eritreos y somalíes, ahora se le deben sumar sirios, iraquíes y otras nacionalidades asiáticas, que pagan entre 1500 y 7000 dólares. En la ruta tradicional desde los países de África occidental: Nigeria, Gambia, Costa de Marfil, Níger o Ghana, atravesando Argelia o Níger, por la que deberán recorrer unos 5 mil kilómetros, los valores no superan los 2 mil dólares. Aquellos refugiados huyen de otros desatinos de Occidente, quizás no tanto como los bombardeos de Siria o Irak, pero si, de la pobreza, el desempleo, la escasa educación, el ébola, el SIDA, las luchas clánicas y en estos últimos años la omnímoda presencia del grupo integrista Boko Haram y sus socios.

 

Llegar al mar

 

Para los refugiados, el momento más crítico de su viaje, no es el cruce del Mediterráneo, sino su estadía en Libia, donde son prácticamente vendidos de unos traficantes a otros. Para entonces, los refugiados ya han pasado penurias inimaginables.

 

Es frecuente que después de haber sido esquilmados y sometidos a toda clase de humillaciones por quienes los han trasportado desde sus países, los migrantes sean abandonados y debido a la escasez de agua deban tomar de su propia orina para hidratarse; las mujeres son obligadas a prostituirse y no es extraño que los niños sean vendidos durante el viaje, para incorporarlos a las diferentes milicias activas en los territorios que cruzan y colmar así la infinita codicia de los “transportistas”.

 

Finalmente, antes de ser dejados en manos de quienes les harán cruzar el Mediterráneo, son obligados a tomar laxante de caballo, para expulsar cualquier valor que puedan esconder dentro de su cuerpo, por lo que llegan a Libia literalmente sin un dólar, lo que los obligará a trabajar durante semanas o meses como esclavos para pagar un lugar en alguna de esas embarcaciones

 

Tras permanecer hasta más de un año en campamentos de refugiados, que la propia embajada Alemana en Níger, ha denunciado como verdaderos “campos de concentración”, después de corroborar denuncias de torturas, ejecuciones y extorsiones,  algunos refugiados son obligados por los traficantes, que los tratan como “mercancías humanas”,  a llamar a sus familiares radicados en su país de origen o en Alemania, Reino Unido o Francia, para pedir dinero por su rescate que llega a un valor promedio de 1500 dólares.

 

La permanecía en el limbo, que son los campos de refugiados en Libia, termina muchas veces una noche cuando los refugiados son obligados intempestivamente a abandonar los barracones donde los alojan, y, arriados hacia la costa, son obligados a abordar alguno de los botes semirrígidos.

 

Allí se acomodarán de pie, tan apretados como en los camiones que cruzaron en desiertos, y, sin ningún piloto que conduzca las embarcaciones, le señalaran unas luces lejanas en el horizonte, a las que deberán dirigirse indicándoles que aquello es Italia, aunque algunas horas después descubran que solo eran los resplandores de plataformas petrolíferas en medio del mar.

 

Libia, en plena desintegración, sin un poder central, o mejor dicho con tres gobiernos rivales, sometida a la fuerza de cientos de milicias, que hoy venden su poder de fuego a uno de los bandos y mañana exactamente al contrario, carece de cualquier posibilidad de controlar el tráfico humano, incluso existen muchas denuncias que miembros de los tres gobiernos son parte de las bandas de traficantes, que operan desde los puertos de Misrata, Sirte, al-Juma, Bengasi y  Zouara.

 

Desde que se puso en vigencia,  el 20 de marzo de 2016,  el acuerdo entre Turquía y la Unión Europea, Libia se ha convertido prácticamente en la única alternativa para llegar a Europa, por lo que ya no solo alcanzan la vieja patria de Gadaffi africanos, sino también muchos asiáticos.

 

La Unión Europa espera con angustia el verano pues es el momento en que se incrementan las partidas del Mediterráneo central, por el eje Libia-Italia; por allí, el año pasado llegaron casi 200 mil personas. Los 30 mil que llegaron los primeros tres meses de 2017, todavía son pocos si se entiende que el número de refugiados amontonados en diferentes campos libios alcanza el millón y medio.  

 

Otra de las razones para que ese tránsito permanente de barcazas que intentan llegar a las costas italianas no sea detenido es que muchas de esas naves, han sido preparadas para llevar los envíos del narcotráfico latinoamericano, cuyos alijos llegan al Golfo de Guinea, desde puertos esencialmente brasileños, para luego,  escoltados por las organizaciones vinculadas al fundamentalismo musulmán (Boko Haram, al-Qaeda para el Magreb Islámico, AQMI, o el Daesh), alcanzar las costa italianas, en mucho mejor condición, obviamente, que los refugiados.

 

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

https://www.alainet.org/pt/node/184607
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