La ténica y la tática condusen al ésito…

17/02/2017
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Una proporción demasiado grande de la reciente economía ‘matemática’ es sólo menjunjes, tan imprecisos como las presunciones iniciales en las cuales reposan, lo que le permite al autor perder de vista las complejidades e interdependencias del mundo real en un laberinto de símbolos pretenciosos e inútiles.”

John Maynard Keynes

 

La ténica y la tática condusen al ésito. Así decía un míster, un mentiroso con buzo, un coach de los de antes. Los de ahora saen aulal. Lo cierto es que en el fondo el míster no dejaba de tener razón, mira ver lo que ocurre en el pinche mundillo de las finanzas.

 

Bancos y compañías de seguros, hedge funds, analistas y consultores financieros, venden su pretendida omnisciencia en materia de riesgo. ¿Dispones de un billete y no sabes dónde ni en qué invertir? Está chupao: ellos te lo dicen a cambio de una modesta comisión. Tú te limitas a cobrar y a hacerte rico, ¿no es lindo el mundo de las finanzas? Gracias a su diligente intervención, los riesgos desaparecen, la volatilidad es una amiga afectuosa, mareas y turbulencias marean y turbulan en tu favor.

 

Para lograr tal hazaña gastan fortunas inventando perfeccionados instrumentos que miden el riesgo con una precisión digna de relojeros suizos. Ingenieros de la NASA, matemáticos de alto vuelo, científicos apañados y otros aprendices de brujo han pasado años desarrollando poderosos indicadores para interpretar los aleatorios movimientos de las finanzas.

 

Lo que tiene el mérito de reivindicar a los arúspices que en Etruria practicaban la ornitomancia con resultados mucho más confiables.

 

El instrumento por excelencia, un hallazgo cuyo nombre merece ser esculpido en el mármol, es el llamado VaR, o Value at Risk, un indicador que mide las pérdidas potenciales asociadas a una apuesta arriesgada. No olvides que el principio básico de las finanzas indica que mientras más arriesgas más ganas, bajo reserva de no perderlo todo. Los fondos A, B, D, C… de las AFP parten de ese principio. Arriesgas poco, ganas poco. Arriesgas un puñao, ganas un puñao… o te quedas en cueros.

 

El indicador VaR apareció allá por el año 1993, de la mano del banco JP Morgan (sí, sí, Morgan, como el pirata…). Cuando un inversionista calcula su Value at Risk procede a una evaluación estadística del máximo de pérdidas eventuales que podrían resultar de las inversiones proyectadas en los mercados financieros, con una probabilidad del 95% al 99%.

 

Dicha pérdida es medida en un intervalo de tiempo dado, el que hace falta para retirarse de la inversión fallida. ¿Perdiste tres dedos, una mano, o hasta el codo? Depende de la rapidez con la cual sales en estampida de tus pijoteras inversiones.

 

Ganar plata sin riesgo en un mercado que existe gracias al riesgo, ya ves la genialidad. Merton y Scholes –dos premios Nobel de Economía– inventaron su propia martingala y crearon LTCL (long term capital management). Para entrar allí tenías que poner un mínimo de US$ 10 millones. En menos de un año LTCM perdió 4 mil 400 millones de dólares de los 4 mil 700 que tenía de capital, y su exposición –el billete que había colocado apalancamiento mediante– superaba el billón de dólares (un millón de millones). La quiebra de LTCM, en 1998, le costó al Estado Federal de los EEUU más de 200 mil millones de dólares.

 

Como puede apreciarse, si la ténica y la tática condusen al ésito… martingalas, amuletos, gri-gris, talismanes y filacterias no van muy lejos.

 

Como quiera que sea, los computadores de los chamanes de las finanzas funcionan día y noche integrando valores bursátiles, tasas de cambio y otras virguerías. Datos a los cuales les aplican todo tipo de hipótesis, desde las más banales a las más estrafalarias.

 

Lo que sale de allí es el famoso VaR, construido con ‘técnicas científicas’ pero tan fácil de interpretar que hasta un economista podría hacerlo. Si el indicador sube, quiere decir que los riesgos suben, e inversamente. Como para subnormales.

 

La medalla olímpica, el Oscar del VaR, llegó cuando el Comité de Basilea –un areópago de genios apañados que supervisa la Banca mundial– junto a la Comisión Europea (el gobierno de la UE), le permitieron a los bancos que usaban ese modelo definir ellos mismos, gracias al VaR, el monto de sus capitales propios, o sea el dinero que deben mantener en sus arcas con el fin de protegerse en caso de incidente.

 

Ese billete –los capitales propios– no recibe remuneración, de ahí que los bancos lo reduzcan al mínimo. Librados a ellos mismos, los bancos no se hicieron de rogar e hicieron lo imposible por prestar hasta el dinero que no tenían. Y lo prestaron.

 

Poco importó que diferentes analistas previnieran la catástrofe que se avecinaba, entre ellos Benoît Mandelbrot, un especialista en matemáticas fractales, que mostró que suponer que los precios de los activos financieros siguen una ‘ley normal’ conduce “a una grave subestimación de los riesgos de ruina financiera en una economía de mercado libre y global”.

 

Lo que vino después no necesito contártelo. Una catástrofe de mil pares de pirindolos: los bancos quebraron, o más bien quebró el sistema financiero mundial, precipitándonos en una Gran Recesión de la cual aún no salimos. Los cancerberos de las finanzas (SEC en los EEUU, AMF en Francia, SVS en Chile…), tan pusilánimes e incompetentes como el que más, hacen como que regulan, controlan y ‘fiscalizan’ pero en la realidad la Banca se los pasa por la entrepierna.

 

Para reparar los daños, el G20 de una parte, y Barack Obama por otra, establecieron regulaciones tan flojas como pudieron, visto que la banca se molesta cuando les titilan sus intereses. El Comité de Basilea, olvidando su confianza en el VaR, sugirió aumentar los fondos propios de los bancos, dizque “para darles más solidez”. Hecho lo cual en Europa y en los EEUU sometieron los bancos a los llamados stress tests, que consisten en simular incidentes mediante modelos matemáticos como los que calculan el… VaR.

 

La verdad es que los bancos siguen tan o más piratas que antes, con fondos propios inexistentes, endeudados hasta la coronilla, conservando en sus balances cuentas por cobrar que nadie les pagará nunca y activos que no valen un cuesco.

 

Ahí estábamos cuando llegó Donald Trump y derogó las pinches regulaciones de Obama, que el apocalipsis nos pille confesados: no todos creen en eso de que la ténica y la tática condusen al ésito.

 

Henos aquí pues, en la situación ex ante, esa que dio origen a la crisis que aún no remite. Si los bancos del imperio pueden hacer lo que les salga de las narices, por construcción serán más rentables que sus pares europeos y de otras regiones del mundo. Lo que fatalmente llevará a estos últimos a imitarles en todo, incluyendo las peores prácticas. Por lo demás, nunca se privaron de hacerlo.

 

Dicho lo cual, sería todo un detalle que algún economista distinguido, o en su defecto el FMI, el Banco Mundial, la OCDE o el JP Morgan, hiciese funcionar sus computadores para, usando la ténica y la tática que condusen al ésito, calcular la profundidad del abisal agujero al que vamos todos.

 

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