Norte de Mali: Sangre y uranio
- Análisis
El norte de Mali, Kidal, Tombuctú y Gao, tiende a convertirse en una de las regiones más inestables del planeta, extraordinariamente rica en uranio padece el accionar de los diferentes grupos con intereses propios y obviamente contrapuestos.
En la región operan: Fundamentalistas vinculados a al-Qaeda para el Magreb Islámico (AQMI); el Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad (MNLA), de origen imazaghen que reclama la independencia del ancestral territorio tuareg, dividido en Alto Consejo para la Unidad del Azawad (HCUA) y el Movimiento Árabe del Azawad (MAA); el ejército del presidente malí Ibrahim Boubacar Keïta, y la organización pro Bamako Gatia (Grupos de Auto-Defensa tuareg imghad y aliados) liderada por Fahad Ag Almahmoud que se opone a la independencia de Azawad; militares franceses de las operaciones Serval y Barkhane, que desde 2013 se encuentran en la región con una dotación de 14 mil hombres a los que hay que sumar un pequeño contingente de 700 hombres del ejército alemán; numerosas bandas que trafican: armas, tabaco, combustible, drogas y personas y la agrupación Ansar al-Din (Defensores de la Fe) liderada por Iyad Ag Ghaly, que bajo la cobertura de organización salafista, opera para los intereses de Argelia.
Este extraordinario mosaico de intereses, a la que habría que sumarle la fuerte rivalidad tribal tuareg entre imghad e imazaghen, convierte a esta región, más extensa que Francia, el tercer país más pobre de África, en una bomba de tiempo, que al parecer ha comenzado su cuenta regresiva.
Cuando todavía no se había disipado la estela del dulce y pegajoso perfume del presidente François “Flanby” Hollande, en el aeropuerto de Bamako, capital de Mali, tras su corta visita para participar en la cumbre XXVII África-Francia, última para Flanby, entre los días 13 y 14 de enero, a la que asistieron 35 mandatarios del continente, para discutir con la antigua metrópoli, temas de seguridad y económica; en la ciudad de Gao, a 1130 kilómetros, al noroeste de la capital el miércoles 18, en el interior de una base militar conjunta Francia-ONU para la Estabilización de Malí (Minusma), Abdul Hadi al-Fulani, un miliciano de la organización al-Mourabitoun (los que firman con sangre), subsidiaria de AQMI, hizo estallar el camión que conducía, matando a cerca de ochenta soldados e hiriendo a otros 120 del ejército malí y brigadistas de las auto-defensa de imghad.
Según los testimonios la explosión, produjo una nube de polvo que alcanzó a cubrir gran parte de la ciudad Gao, de cerca 90 mil habitantes, provocando la lógica conmoción. De inmediato comercios y escuelas fueron cerrados y toda la actividad en la ciudad se detuvo.
Gao, capital del estado de mismo nombre, ubicada a orillas del río Níger, vive desde abril de 2012, tras la última sublevación tuareg, en permanente estado de alerta. La ciudad tras lo que fue la tercera sublevación tuareg desde la independencia de Mali en 1960, estuvo bajo control de AQMI, durante diez tremendos meses en que la sharia se aplicó con todo rigor.
Como consecuencia del ataque del miércoles último, el sábado 21, se produjo un choque entre bandos antagónicos que operan junto al ejército malí. Un puesto en la localidad de Tinassako, en la región de Kidal, fue cercado por un grupo de tuareg independentistas de la Coordinadora de Movimientos del Azawad (CMA), produciendo catorce bajas a los milicianos pro-Bamako de las auto defensas imghad.
El reinicio de las hostilidades entre estos grupos tuaregs, tras los acuerdos de paz de 2015, no del todo vigente, pone literalmente al norte de Mali, en estado de guerra civil. Del que sin duda intentará sacar ventaja al-Mourabitoun, organización creada en agosto de 2013 con la fusión al-Moulathamoun, el Movimiento por la Unicidad y la Yihad de África Occidental (MUJAO) y el ya mencionado Ansar al-Din, liderada por el mítico Mokhtar Belmokhtar, veterano de la guerra afgana contra los soviéticos, quien a lo largo de casi cuarenta años en el extremismo musulmán ha tenido sus idas y vueltas con AQMI.
La organización al-Mourabitoun ha sido protagonista de los ataques al hotel Radisson Blu en Bamako, en noviembre de 2015 y al Hotel Splendid en Ouagadougou capital de Burkina Faso, en enero de 2016 y al mes siguiente en el balneario Grand Bassam, en Costa de Marfil, que dejaron un total de 63 muertos, aunque en el caso de Costa de Marfil, pudo haber sido un ajuste de cuentas entre al-Mourabitoun y los nigerianos de Boko Haram y algún cartel narcotraficante que mantiene negocios con ambas organizaciones.
Un país demasiado central
Son varios los países de la región, que se verían muy afectados por la profundización y extensión de la crisis en Mali. Senegal, Costa de Marfil, Burkina Faso y hasta el sur de Níger podían quedar gravemente implicados de seguir en aumento la actividad salafista.
Habría que tener en cuenta dos factores determinantes para que esto suceda, la presencia de Boko Haram que está recibiendo fuertes golpes en su país de origen Nigeria y podría buscar una alianza regional con al-Mourabitoun-AQMI y el posible retorno de veteranos de la guerra en Siria, a quienes tampoco les está yendo mejor en su teatro de operaciones.
De producirse una ecuación similar a la expuesta, el caos en el oeste africano podría adquirir, todavía formas más virulentas, que para contenerlas se verían obligadas a participar fuerzas extracontinentales, involucrándose en extenuante intervención. Entiéndase que solo la OTAN podría hacer frente una situación semejante, claro si es que Donald Trump estuviera dispuesto a intervenir.
La centralidad de Mali, en el noroeste africano, la hace clave al momento de los desplazamientos regionales, pues está cercana al conflictivo golfo de Guinea, ubicada parte en el Sahara y el Sahel. Ello, sumado a la crónica porosidad de las fronteras, cualquier tipo de organización delincuencial o terrorista puede convertir a Mali en un excepcional corredor por el que se pueden desplazarse a su antojo.
Según el informe de la Federación Internacional de Derechos Humanos, durante 2016, en el norte y centro del país, se registraron al menos 385 ataques terroristas, en los que se produjeron 332 muertes, de ellos 207 civiles, lo que demuestra claramente que a pesar de la intervención militar francesa la región sigue siendo convulsa.
En julio del 2016, un ataque contra una base militar en la ciudad Nampala en la región central de Segú, cerca de la frontera con Mauritania, dejó una veintena de soldados muertos y otros treinta heridos, sin que las fuerza malienses pudieran repelerlo, hasta que los atacantes se retiraron.
En el sur negro practica de manera mayoritaria el animismo, con algún sincretismo musulmán, y que ha dado como resultado un sufismo sui-generis, acumulando una gran cantidad de adeptos. Esto al rigorismo wahabita practicado por al-Qaeda no le procura ninguna simpatía, por lo que se podría esperar allí grandes matanzas takfiristas, de asentarse al-Mourabitoun-AQMI.
Dos cuestiones más restan por analizar de afianzarse el salafismo en el norte de Mali: el peligro más concreto es la permeable, larga, y descontrolada frontera con Mauritania, de poco menos de 2300 kilómetros, un país con más del 99% musulmán de mayoría sunita en su versión sufí, absolutamente inerme para enfrentar una invasión fundamentalista.
Y la última y fundamental tiene que ver con los ricos yacimientos de uranio que explota la empresa estatal francesa Areva, en las minas de Arlit y Akouta, en la región tuareg de Agadez, en la frontera entre Malí y Níger, aunque sería prácticamente imposible que los hombres de AQMI, pudieran hacer algo con ese uranio, de acceder a él. Aunque tecnológicamente, les sería mucho más factible utilizar las toneladas de desechos nucleares como uranio, cadmio, plomo y mercurio que Francia sin ningún control, ni cuidado abandona desde hace décadas en el desierto de Mali y zonas aledañas.
Quizás Francia, que ha hecho del expolió y el latrocino de los territorios conquistados a sangre, engaño y fuego, su más genuino modo de vida, alguna vez, pueda comprender que cuando sus ciudadanos son ametrallados, destrozados por una bomba o aplastados por un camión, existen razones que se esconden en lo más recóndito de los desiertos y las selvas, sumergidas en mares de la sangre de otros pueblos.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
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