Inauguración de la IV Cumbre de la CELAC

01/02/2016
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 rafael correa celac
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SALUDO

 

Bienvenidas y bienvenidos a Quito, primer Patrimonio Cultural de la Humanidad, que los recibe con los brazos abiertos y el cariño de todos los ecuatorianos.

 

Nos encontramos en la latitud 0, en la Mitad del Mundo, uno de los lugares de mayor luminosidad del planeta, en el que en los equinoccios solares, el 21 de marzo y 21 de septiembre, no existe sombra a las 12 del día.

 

Este es el sitio sagrado de nuestros pueblos andinos, lugar de tributo y agradecimiento al Tayta Inti –el dios sol de nuestros ancestros– por las cosechas recibidas, por la semilla germinada, por la vida gestada.

 

Nos encontramos en el edificio sede de la Unión de Naciones del Sur –Unasur–, cuyo nombre es Néstor Kirchner, denominado así en homenaje a ese gran argentino, que junto a presidentes como Hugo Chávez fueron impulsores esenciales de la integración de nuestros pueblos. Este edificio, concebido como un cóndor a punto de levantar el vuelo, simboliza nuestra América.

 

En el centro de esta sala encontramos la obra Las manos, de Oswaldo Guayasamín. Son las manos de la Patria Grande: manos de dolor, manos de protesta, manos de temor, manos de impotencia. Son parte de la Edad de la Ira, colección que el maestro ecuatoriano pintó en los años sesenta, en medio de conflictos bélicos y de gran injusticia social. Es nuestro deber, queridos colegas de la Patria Grande, de la Celac, cambiar esas manos por manos de alegría, manos de prosperidad, de solidaridad, manos de esperanza.

 

AGENDA REGIONAL DE DESARROLLO

 

Con el presidente Guillermo Solís propusimos en Belén –en Costa Rica– los cinco ejes de trabajo para los próximos años.

 

Lamentablemente, por falta de consenso y diferentes visiones sobre la Celac –que en lo personal no considero excluyentes–, no se han podido plasmar estos ejes en metas cuantificables y en una agenda común. Sin embargo, permítanme hacer algunas reflexiones sobre los ejes propuestos.

 

Eje 1: Reducir la pobreza extrema y las desigualdades.

 

En la Cumbre de La Habana declaramos América Latina y el Caribe como zona de paz. Apoyamos con todo nuestro corazón al presidente Juan Manuel Santos en la búsqueda de la paz definitiva para Colombia y entregamos una Celac con toda la capacidad de apoyar la verificación del acuerdo de cese al fuego y dejación de armas en Colombia.

 

Pero la paz, queridos compatriotas de Latinoamérica y el Caribe, no es sólo ausencia de guerra; la paz debe ser sobre todo presencia: presencia de justicia, dignidad, de oportunidades para todos.

 

Las respuestas a la inequidad deben ser contundentes, sin esperar una supuesta “mano invisible”, que por invisible nadie la ha visto. La historia nos demuestra que en la búsqueda de la justicia se requiere de manos bastante visibles, se requiere de acción colectiva, de la voluntad explícita de las sociedades.

 

Las políticas para tener una región más equitativa y disminuir la pobreza son conocidas por todos.

 

Primero, un sistema tributario progresivo, en el que el que más tiene, que pague más. Contrariamente a lo que nos dice la propaganda cotidiana, América Latina tiene 22,7% de presión tributaria, muy por debajo de los países de la OCDE –los países más desarrollados del mundo–, que tienen 35,3%, pese a ser mucho más equitativos que nuestra región.

 

Segundo, que ese ingreso tributario sirva para financiar, a través de un adecuado gasto público, igualdad de oportunidades, como educación y salud. Nuevamente, contrario a la propaganda en la que nos disfrazan ideología como ciencia, el tamaño del Estado, medido por el gasto público como porcentaje del PIB, alcanza el 29% en América Latina, en comparación con 44% de los países de la OCDE.

 

Tercero, se trata de gobernar los mercados en función de los objetivos sociales: debemos ser sociedades con mercado, no sociedades de mercado, en las que vidas, personas y la propia sociedad se convierten en una mercancía más en función de la entelequia del mercado.

 

Es necesario, especialmente, gobernar el mal llamado “mercado laboral” –mal llamado así porque el trabajo no es una mercancia–. El trabajo humano tiene un valor ético, porque no es objeto, es sujeto; no es un medio de producción, es el fin mismo de la producción. El salario es pan, sustento, dignidad y uno de los fundamentales instrumentos de distribución, justicia y equidad.

 

En Ecuador tenemos un salario básico que, como su nombre lo indica, es un mínimo para evitar un mal mayor, el desempleo, pero ninguna empresa puede declarar utilidades hasta no pagar al último de sus trabajadores un salario digno, es decir, el que permita con el ingreso familiar cubrir la canasta básica de consumo. Esto nos ha ayudado a mejorar mucho la equidad y a disminuir la pobreza en nuestro país.

 

También necesitamos políticas laborales y de seguridad social regionales, para no caer en el absurdo de competir entre nosotros y sacrificar a nuestros trabajadores en los altares del capital internacional.

 

Y, cuarto, para esta distribución del ingreso y la riqueza, se requiere una adecuada distribución del acervo social entre lo público y lo privado, y dentro de lo privado.

 

De acuerdo al reciente estudio de Oxfam: “Una economía para el 1%”, en el año 2015, 62 personas tuvieron la misma riqueza que 3.600 millones de personas, es decir, el 50% menos rico del mundo. ¡Cómo vamos a aplicar a las futuras generaciones una locura como la de esta naturaleza!

 

En Ecuador, los recursos naturales no renovables, así como el perfil costanero y los sectores estratégicos pertenecen al patrimonio del Estado, pero todavía tenemos una terrible acumulación privada de los medios de producción, de la tierra y de la riqueza en general, lo que necesariamente produce acumulación y mala distribución del ingreso.

 

La distribución de la riqueza, y no solo del ingreso, es un problema político extremadamente duro, por el poder de nuestras élites y sus medios de comunicación. Pero estamos luchando para mitigar cuestionables formas de acumulación, como las herencias y la excesiva plusvalía, que atentan contra los más elementales principios de una sociedad meritocrática.

 

Como nos manifiesta ese gran latinoamericano, Jorge Bergoglio, el papa Francisco, en su carta a los presidentes reunidos en la Cumbre de las Américas en Panamá: “El gran reto de nuestro mundo es la globalización de la solidaridad y la fraternidad, en lugar de la globalización de la discriminación y la indiferencia, y mientras no se logre una distribución equitativa de la riqueza, no se resolverán los males de nuestra sociedad”.

 

Eje 2: Fortalecer la educación, la ciencia, la tecnología y la innovación

 

La convergencia del ingreso a nivel mundial depende de la difusión del conocimiento. Debemos afrontar, queridos colegas, la impostergable necesidad, urgencia, de acortar la brecha del conocimiento. Es una meta que debemos proponernos con decisión y aprovechando el apoyo de nuestros socios extrarregionales.

 

Hoy no tenemos ninguna universidad latinoamericana o caribeña entre las 100 mejores del mundo. En los próximos años, deberíamos colocar al menos 12 de la región entre las 200 mejores universidades del planeta.

 

Actualmente, nuestra región invierte apenas el 0,74% del PIB en investigación y desarrollo –miren la diferencia con los países más desarrollados del mundo: más del triple, y con un PIB mucho mayor–. Debemos duplicar esta inversión en los próximos 4 años, llevándola al menos a 1,5% del PIB hasta el año 2020.

 

Debemos también, como bloque, impulsar un tratado mundial que permita el acceso al conocimiento crítico por parte de los países en vías de desarrollo. Este conocimiento no se confisca a los inventores, pues debe ser reconocido y compensado por los Estados y por parte de una verdadera cooperación para el desarrollo.

 

La ciencia y la tecnología no tienen rivalidad en el consumo. En consecuencia, mientras más personas las utilicen es mejor para todos. Esa es la idea central de lo que en Ecuador hemos llamado “la economía social del conocimiento”, contemplado en el código llamado “Ingenios”, que en estos momentos se debate en la Asamblea Nacional. Debemos buscar una nueva forma de gestionar el conocimiento a nivel de nuestros países pero también a nivel mundial.

 

Eje 3: Generar consensos en relación al medioambiente y el cambio climático

 

La Celac cumplió con su compromiso asumido en la Cumbre de Belén de llevar a París la voz unida de sus 33 Estados miembros, de los 69 millones de personas que viven aún en extrema pobreza y de gran parte de los ecosistemas más vulnerables del mundo.

 

Lamentablemente, pese a que frente a la nada lo poco parece mucho, el Acuerdo de París no garantiza una meta específica y clara de reducción de la contaminación global ni los recursos económicos y tecnológicos para su implementación. 

 

París debe entenderse como el inicio del camino a un régimen de justicia ambiental, que refleje un nuevo pacto social global, en el que se reconozcan los derechos de la naturaleza y se establezca una Corte Internacional de Justicia Ambiental que sancione los atentados contra esos derechos de la naturaleza y que establezca además responsabilidades en cuanto a deuda ecológica y consumo de bienes ambientales.

 

Nada justifica que tengamos tribunales para proteger inversiones pero que no tengamos tribunales para proteger la naturaleza. Se trata tan sólo de la perversa lógica de privatizar los beneficios y socializar las pérdidas.

 

Pero debemos estar atentos y no caer en fundamentalismos perniciosos, como el “ecologismo infantil”, que cree que proteger la naturaleza y superar el extractivismo es dejar de aprovechar nuestros recursos naturales no renovables.

 

La gran diferencia de nuestra América con los países del sudeste asiático, por ejemplo –que tuvieron que aguantar largos períodos de explotación de su fuerza laboral–, son nuestros recursos naturales, cuyo uso adecuado nos permitirá desarrollarnos con soberanía.

 

Allende decía que el cobre es el pan de Chile. Que unos cuantos fundamentalistas con sus ONG extranjeras no nos roben ese pan.

 

También abunda un indigenismo infantil, que pretende hacernos creer que el Buen Vivir es la premodernidad y que la miseria es parte del folclor. La mayoría de los indígenas no rechaza la modernidad, que ciertas ONG e instancias internacionales se han dedicado a satanizar, sino que, más bien, buscan estar incluidos en la cosecha de sus frutos.

 

Es importante no caer presos de aquella vieja infantilización occidental, racista y neocolonial, del “buen salvaje” ni, por supuesto, del rechazo a la modernidad. El desafío de nuestros pueblos ancestrales es superar la pobreza sin perder su identidad.

 

Este indigenismo infantil también promueve el paternalismo. Es indudable que nuestros indígenas han sido víctimas de las peores injusticias, pero esto no les da supremacía moral sobre los no victimizados, no los exime de responsabilidad sobre su situación actual, ni les da todas las respuestas ni tampoco los convierte en referencia del Buen Vivir.

 

Eje 4: Gestionar el financiamiento para el desarrollo, con énfasis en infraestructura y conectividad

 

La Cepal estima que la región requiere invertir en infraestructura el 6,2% del PIB regional. Esto significa cerca de 320 mil millones de dólares anuales hasta 2020. Sin embargo, en el último decenio sólo se invirtió el 2,7%, es decir, menos de la mitad.

 

Mucha de esa infraestructura no la pueden proveer nuestros sectores privados, o no les interesa, por no tener retornos financieros, aunque sí sociales. Por ello, la inversión pública es fundamental.

 

Son muchas las restricciones que enfrentamos como países en vías de desarrollo, pero, sin duda, la principal es la externa. Demasiada inversión en el corto plazo, así sea para bienes transables, genera déficits externos. Es la trampa del subdesarrollo que debemos superar: no podemos invertir por no tener productividad y no tenemos productividad por no poder invertir.

 

Por ello debe haber adecuado financiamiento para el desarrollo pero también debemos resolver contradicciones propias de la región: mientras América Latina y el Caribe tienen depositados un billón de dólares de nuestros recursos en el primer mundo, seguimos dependiendo de préstamos externos, inversiones extranjeras y de cooperación sin ningún impacto estructural. Por eso, a nivel de la Unasur llevamos años trabajando en una nueva arquitectura financiera regional, compuesta por un banco de desarrollo, un fondo común de reservas y un sistema de compensaciones para el comercio internacional.

 

Traer nuestras reservas, juntarlas y administrarlas adecuadamente para financiar el desarrollo constituyen un imperativo del sentido común.

 

También debemos superar trampas ideológicas de las finanzas públicas, como el caso del déficit fiscal y la inversión pública.

 

Se observan absurdos como considerar la inversión como un gasto más. La inversión crea activos –por ejemplo, una hidroeléctrica– pero no se registra su valor, aunque sí se registra la deuda adquirida para su construcción.

 

Así, la inversión genera falsamente un déficit al no registrarse los activos pero sí los pasivos. Esto nos lleva a suponer que todo ha sido pérdida y se convierte en una trampa ideológica para satanizar todo gasto público.

 

Finalmente: adecuada inversión extranjera es altamente deseable, pero dentro de una relación entre Estados y transnacionales justa y equilibrada, que posibilite el beneficio mutuo, el respeto de los derechos humanos y de los derechos de la naturaleza. Otra de nuestras principales propuestas es la creación de centros de arbitraje para nuestra región, que evite ese atentado a nuestras soberanías que constituyen los actuales tratados bilaterales de inversión, en los que todo está en función del capital –no en función de nuestros pueblos, no en función de nuestros Estados– y los tribunales están compuestos por árbitros ad hoc vinculados a las propias transnacionales.

 

Eje 5: Desarrollar y potenciar nuestro papel como bloque regional

 

Este eje es al que considero el más importante, porque el mundo del futuro será un mundo de bloques.

 

Ecuador no tiene temor a pensar, a proponer, a soñar e incluso a equivocarse: creemos que la Celac, en el mediano plazo, debe reemplazar a una OEA que jamás funcionó adecuadamente y que hoy es más anacrónica que nunca. Fidel la llamó acertadamente “el ministerio de las colonias”.

 

Necesitamos un organismo latinoamericano y caribeño capaz de defender los intereses soberanos de sus miembros. La OEA nos alejó de ese propósito reiteradamente; por ejemplo, cuando expulsó a Cuba de su seno en 1962 o, 20 años después, en la Guerra de las Malvinas de 1982, cuando se atropelló el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), que exigía una respuesta continental frente a una agresión militar externa a uno de los miembros de la OEA.

 

¿Por qué tenemos que discutir nuestros problemas en Washington? ¡Cómo se puede sostener la irracionalidad de que la sede de la Organización de Estados Americanos esté en el país del criminal bloqueo a Cuba, bloqueo que incumple abiertamente la Carta Interamericana fundacional de la OEA!

 

Como dijimos en la Cumbre de las Américas de Panamá: la realidad es que necesitamos un nuevo sistema interamericano. Debemos entender que las Américas al norte y al sur del río Bravo son diferentes, y debemos conversar como bloques.

 

La Celac debe ser el foro para las discusiones latinoamericanas y caribeñas, y la OEA debería convertirse en el foro en el que, como bloque, la Celac y América del Norte procesen sus coincidencias y sus conflictos.

 

También necesitamos un sistema nuevo de derechos humanos latinoamericano y caribeño, sin dobles estándares ni distorsiones geopolíticas.

 

¡Cómo es posible que la sede de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se encuentre en un país que no ha ratificado ninguno, ninguno de los instrumentos interamericanos sobre derechos humanos, ni siquiera el Pacto de San José, fundamento del sistema!

 

¡Cómo es posible que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se financie casi en su totalidad por países que no han ratificado la Convención Interamericana de Derechos Humanos, por Estados “observadores”, que no son parte de América, y por organismos y supuestas fundaciones de cooperación internacional de esos mismos países!

 

Es decir, hablemos claramente: pagan para controlar a los demás, para controlar a los otros. Esto sólo tiene un nombre: neocolonialismo, y es inaceptable en nuestra América del siglo XXI.

 

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos está totalmente dominada por países hegemónicos, por un oenegecismo absolutamente político pero sin responsabilidad política, lo que es mortal para la democracia; y está dominada por el capital detrás de los negocios dedicados a la comunicación, con lo que la Comisión se ha convertido en un eco de la prensa mercantilista de la peor ralea.

 

Todo está listo para el nuevo sistema, porque, básicamente, somos los países de América Latina los que hemos ratificado el Pacto de San José y, en consecuencia, somos los únicos que reconocemos y nos sometemos a la Corte Interamericana con sede en Costa Rica, la que, además, puede asumir las funciones de la Comisión, como en el sistema europeo de derechos humanos –donde no existen Corte y Comisión, sino sólo Corte–.

 

CIERRE

 

Queridas amigas, queridos amigos, no olvidemos que el desarrollo es esencialmente un problema político y que depende de quién manda en una sociedad: las élites o las grandes mayorías, el capital o los seres humanos, el mercado o la sociedad.

 

Nuestra América vive no una época de cambios, sino un verdadero cambio de época, en el que el poder de las élites que siempre nos dominaron se debilita y se derrumba para dar paso al poder popular.

 

Siempre será mucho más lo que nos una que lo que nos separe. Existe una coincidencia entre todos nosotros en torno a los principios que defendemos: la primacía del derecho internacional, la democracia y la autodeterminación de los pueblos, la defensa de los derechos humanos, la búsqueda del desarrollo humano sostenible.

 

La unidad de nuestros pueblos, como decía Cristina Fernández de Kichner en la inauguración de este edificio, empezó hace miles de años, con nuestros pueblos ancestrales, con Abya Yala.

 

Hoy enfrentamos tiempos difíciles. La tecnocracia dice que se acabó lo que llaman “el súper ciclo de los commodities”. Después de una década extremadamente exitosa, la región tiene más dificultades para crecer, generar empleo, disminuir la pobreza, garantizar derechos, pero hay grandes capacidades acumuladas, y contamos con los más valiosos recursos: la voluntad de nuestros pueblos y nuestra unidad.

 

“En la demora está el peligro”, decía Eloy Alfaro. No hay tiempo que perder.

 

Bienvenidos, y que esta IV Cumbre de la Celac sea todo un éxito.

 

Muchas gracias.

 

Quito, enero 27 de 2016

 

 

- Rafael Correa Delgado

Presidente Constitucional de la República del Ecuador

 

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